13.

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Camino con prisa por el castillo, con la cautela de no cruzarme con nadie mientras pienso en lo poco y nada que Amadeus acaba de decirme; a pesar de lo mucho que deseo estar enojada y ofendida con él, no puedo, y aunque trato de pensar en el sueño con Kathleen para buscar algún tipo de respuesta, mi mente parece estar empeñada en recordarme que estoy comprometida con Sans y que Amadeus ya lo sabía... Y no hizo nada para impedirlo. Una pequeña llama de furia crece en mi interior para que rápidamente quede hecha cenizas y el viento las sople dejándome con un dejo de tristeza. No puedo anular el compromiso por más que lo desee.

Me dirijo a las escaleras, las subo y voy directo a mi habitación, donde sé que nadie será capaz de golpear la puerta para hablar conmigo.

Me recuesto en la cama, las imágenes de todo lo sucedido inundan mi mente de repente. No dejo de repetir una y otra vez la escena donde veo a Kathleen en su cama, manchada de sangre, sin vida en sus ojos y su rostro tan pálido como nunca lo había visto; sus hoyuelos, inexistentes. Caigo en la conclusión de que nunca más podré ver su rostro sonriente ni oír su voz ni verla caminar junto a Devany, su amiga indispensable. Me doy cuenta de que la extrañaré.

Por primera vez, me permito llorar. Lloro por la pérdida, por el vacío que siento en mi pecho, lloro porque sé que pude haber prevenido su muerte y lloro porque no estoy ni siquiera un poco cerca de descubrir por qué lo soñé.

Oigo tres golpes en la puerta. Me siento en la cama para limpiarme el rostro con rapidez.

—Pase —digo, mi voz carece de energía. Carraspeo.

Cuando la puerta se abre, veo a Devany. No intento ocultar mi sorpresa; no creí que fuera capaz de volver tan rápido de la casa de la familia de Kathleen.

Devany cierra la puerta detrás de ella; su rostro no refleja más que tristeza pero se esfuerza para regalarme una pequeña sonrisa.

—¿Puedo? —pregunta, señalando con un dedo la cama. Yo asiento y ella se acerca hasta sentarse a mi lado—. Ya la extraño —susurra.

—Lo sé —concuerdo, mirando hacia la sábana, tratando de que no se note mis ojos rojizos. No quiero que vean que estuve llorando; Devany parece no darse cuenta puesto que no lo señala y no la culpo, seguramente aún tiene mucho que procesar.

—Deberías haber visto la cara de su madre, el brillo de sus ojos desapareció tan rápido... —Asiento—. Y su padre... —Oigo cómo suspira—. A su padre se le cambió el rostro por completo, Zeina, no sabía cómo reaccionar; estoy segura que se estaba preguntando cómo le contaría lo sucedido a su hija menor. —Esta vez me doy la vuelta para mirarla; ¿había oído bien? Sonríe, como si supiera lo que estoy pensando—. Sé que no tuviste tiempo para conocerla, pero yo pasaba días y noches junto a ella. Cuando su hermana nació, yo estuve con su familia. Era la única amiga que tenía porque las demás tenían las suyas.

—Dependían de Kathleen... —susurro; Devany asiente.

—Todas tenemos una familia, Zeina, y todas dependen de que nosotras encontremos a alguien con quien casarnos para darles una vida un poquito mejor. La de Kathleen la necesitaba más. —Sus palabras hacen que un hueco se abra en mi pecho; no sabía que la vida para ellas fuera así de dura. ¿Por qué las mujeres debían depender del dinero de otra persona?

» Pero yo no creo que tú la lleves mejor... —dice, interrumpiendo mis pensamientos.

—¿A qué te refieres?

—A que no creo que falte mucho para que te cases con Sans y creo que deberías disfrutar de lo que tienes ahora... Cuando seas reina, no podrás hacer ni la mitad de las cosas que ahora haces. —Una risa se escapa de mis labios.

—¿Cómo qué? No creo que mi realidad esté muy lejos de mi futuro. Como reina no podré salir del castillo, a diferencia de mi esposo, que podrá ir a donde quiera y hacer lo que quiera, además de que podrá tener una amante y no deberá rendir cuenta por ello. En cambio, si yo llegaría a tener una aventura con alguien, terminaría asesinada... —Vuelvo a reír—. Ahora, no salgo del castillo y como mujer no casada, tampoco podría dejar de ser virgen porque podrían castigarme.

—Perderías valor. —Asiento—. Tú no quieres casarte con Sans —afirma. Esta vez la miro un poco confundida, pero ella no mueve ni un músculo de su cara. Suspiro, no vale la pena mentirle.

—No. Al menos, no por ahora.

—No deberías casarte.

—Ya estoy comprometida. —Espero a que chille y me pregunte por qué no se lo había contado, pero no sucede. Los rumores corren rápido en el castillo.

—No deberías casarte —repite—. No deberías hacer algo que tú no quieres solo porque tus padres te obligan.

—Son los reyes, Devany —digo, sonriendo—. Y mi deber como princesa es obedecerlos, conseguir un marido con quien gobernar el reino y luego, un heredero. —Niega con la cabeza, como si todo esto le diera asco. Suspiro—. Yo no fui hecha para esto —susurro, pero mi amiga me oye. Miro a mí alrededor y me doy cuenta de que, a pesar de no haber pensado lo que acabo de decir, es como en verdad me siento. Tal vez estuve negándolo todo este tiempo o trataba de no pensar cómo me sentía rodeada de tantas mentiras, promesas y pantallas, pero ahora que me encuentro en un estado en el cual nunca estuve, comienzo a ver las cosas con un poco más de claridad. No quiero ser la persona que no pueda opinar sobre lo que está sucediendo en el reino, no quiero ser la persona que no pueda disfrutar de su libertad, ni mucho menos la persona que está junto a alguien que no la ama y que sería capaz de estar con otra mujer.

No pertenezco a esto.

—¿Sabes? —dice, arrancándome de mis pensamientos. Me doy la vuelta para mirarla, ella está recostada sobre los almohadones y me mira con una sonrisa en el rostro—. Kathleen solía contarme historias del bosque. —Frunzo el ceño.

—¿Qué clase de historias? —pregunto. Había oído hablar del bosque que comenzaba cruzando el pueblo de este reino, pero nunca nadie supo dónde terminaba. Solía decirse que todas las personas valientes que habían entrado para llegar a la conclusión del misterio, nunca volvían a salir.

Se encoge de hombros.

—De las criaturas que lo habitan... Ya sabes... Mágicas. —Por un momento, una risita casi se me escapa de los labios, pero me contuve cuando noté la seriedad con la que hablaba.

—¿No creerás en eso, verdad? —Devany tarda un momento en contestar.

—Nunca nadie ha salido vivo de allí...

—Son puras leyendas, Devany.

—Yo he visto cómo hombres entraban al bosque. Todos los habitantes del pueblo nos juntábamos para despedirlos, yo iba de la mano con mi madre porque era pequeña. Ellos decían que volverían a la semana y que esperaban vernos en el mismo lugar para recibirlos con gran alegría... Pero nunca volvían. —Sus palabras abre un gran silencio entre nosotras; por una parte me sorprende la facilidad con la que cambió de tema, y por otro, me pregunto qué la habría llevado a hablarme del bosque.

—¿Y qué tiene que ver eso con Kathleen? —De repente, me doy cuenta de que su mirada está perdida en algún punto detrás de mí. No pestañea—. ¿Devany? —pregunto, un poco preocupada. Sus ojos se dirigen de repente a los míos y pego un pequeño salto del susto, pero ella no se inmuta. A pesar de que ahora me mira, parece que sus ojos siguen perdidos en el espacio.

—Porque siempre hablaba de una manera seria... Como si no lo estuviera inventando... —Su voz se apaga.

—¿Devany, estás bien? —Entonces, pestañea, y sus ojos marrones se concentran en mí, esta vez del todo.

—No sé cómo alguien pudo hacerle esto a Kathleen... —susurra, su voz se entrecorta. La miro confundida, quiero preguntarle qué es todo lo que acaba de decirme, por qué parecía que no estaba presente, pero en cuanto abro la boca para preguntar, rompe a llorar—. La extraño tanto... —dice, y no me queda otra opción que abrazarla y quedarme con ella hasta que se queda sin lágrimas.

Cuando lo hace, no me deja espacio para hablarle, ya que se pone de pie y abandona la habitación.


ZeinaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora