Capítulo 3- Escapar

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ELISABETH

Unos ruidos y gritos del piso de arriba me despertaron.

Subí las escaleras en silencio. Seguramente me iban a golpear. Ya se que suena estúpido, ¿quién en su sano juicio subiría para que le pegasen? Pero si no lo hacía, ellos bajarían, y los golpes serían mucho más fuertes.

Los ruidos venían del salón.

"¡¿Cómo se atrevieron?! ¡Dicen que son vampiros y que quieren tomar el control de nuestro mundo! ¡Miles de años matándoles, siendo nosotros insultados y heridos como muertos, y nos hacen esto!"grita Jessie.

¿Vampiros? ¿Existen? No. Imposible. Pero de repente me vinieron a la mente los entrenamientos inusuales de mi padre. ¿Yo había sido entrenada para ser la asesina de los vampiros?

Como sí hubiesen leído mis pensamientos, Cristopher respondió.

"Debemos matar a tu hermana. Es una compañera, su otra mitad, su medio de procreación. No debemos permitir que ella se reúna con su vampiro."

"¿No podemos dejarla aquí? ¡Es mi hermana!"

Una punzada de alegría inundó mi corazón. ¡Me seguía queriendo!

"Ella mató a tu madre al nacer, cariño. Tu padre y el mío murieron por su culpa."

La frialdad con la que pronunció las palabras dolieron más que cualquier golpe recibido anteriormente.

"Eso fue un accidente. Mamá murió por fiebre después del parto. Papá por una disputa."

"Si ella no hubiese nacido, nada de esto hubiese ocurrido. Los dos seguirían vivos."

El silencio inundó la sala. Yo aguanté la respiración, a esperas a la respuesta de mi hermana.

"Voy a por somnífero. Tú ve a por gasolina y rocía la casa con ella. Espera a que salga y luego quémala. Si muere, que al menos sea un accidente de hogar. No creo que los bomberos vengan tan rápido a apagarlo, aún deben de estar asimilando la noticia. ¿Está todo preparado?" Su voz sonó fría y calculadora, había perdido a mi hermana.

"Los gemelos están ya fuera. Voy a por la gasolina y te espero fuera."

Los pasos resonaron cerca de la única salida y entrada de la sala.

Corrí de puntillas hacia el sótano y me refugié en él. Cinco minutos más tarde entró mi hermana con una jeringuilla en la mano.

Me miró con superioridad. En sus ojos no se reflejaba ningún sentimiento, estaban vacíos.

"Te hubiera querido si no fueses una compañera, la pareja ideal para un vampiro. Echa para él, serías su mayor bien, su tesoro. Pero nunca la verás, nunca. Morirás ahora, en un profundo sueño."

Una lágrima tras otra salían de mi rostro, estaba aterrorizada.

"Shhh. No llores. Todo ira bien, no dolerá nada."

La comparé con una enferma mental, una gran enferma mental.

"Tienes un gran don. La sanación. Tan antiguo como inusual. Antiguamente, a esos compañeros, se les quemaban en la hogueras, por brujería. Hay tanta gente con tantos dones... Es una pena que un vampiro no viva más de dos siglos después de que su compañera muera."

"Monstruo." Le grité.

"No más que tú." Susurró sonriéndome.

"Estás enferma. Muy enferma." Sollocé. "Esta no puede ser la razón por la que me matarás."

"He matado antes, no te preocupes."

Me clavó la aguja en el hombro, y salió de la habitación. Segundos más tarde noté cómo mi cuerpo se adormecía. Cerré los ojos, e instintivamente, busqué dentro de mi cuerpo el líquido que me adormecía. Maté todas y cada una de las partículas que este lo formaban, y mi cuerpo se despertó.

Subí las escaleras en silencio, y escuché si se oía algo. No pensaba dejarme morir sin luchar. Si algo me habían enseñado de pequeña es que si tú no luchas, te comen.

Subí las escaleras y saqué algo de ropa del armario de mi hermana.

Me coloqué unos pantalones oscuros vaqueros con una camisa violeta de manga larga, una chaqueta negra que da mucho calor, mucho dinero y dos cuchillos afilados. Nunca se sabe si serán necesarios.

También saqué una mochila y metí varios fajos de dinero que teníamos de emergencia. Un botiquín y algo de ropa de repuesto. Finalmente me puse unas playeras de deporte y guardé otras en la mochila.

Volví a escuchar atentamente. Nada.

Bajé las escaleras y fui a la puerta de atrás de mi casa, que daba al jardín privado de la finca. Detrás de él está la calle.

"¡Todo listo!" Gritó alguien.

Miré mejor desde mi posición. En el jeep estaban mi hermana, Christopher y dos chicos que eran idénticos, los gemelos. El motor arrancó, y se marcharon. Christopher tiró una cerilla por la ventana del copiloto, y esta al estar en contacto con la gasolina, hizo arder la casa.

Esperé dos minutos. Escalé el seto y salté a la calle. Miré por última vez hacia atrás, donde la casa de mi infancia ardía en llamas.

Me acerqué al hotel más barato y cercano de mi ex- casa.

Allí, dentro de mi habitación, me duché, me lavé el pelo y me depilé. Cuando terminé, pedí una abundante cena a mi habitación.

Estaba muy delgada, no lo suficiente para parecer anorexica, pero muy cerca.

Comí sin dejar nada en el plato y planeé mi futuro.

Cogeré el tren de las ocho de la tarde y me iré a Londres. Luego alquilaré un piso en los suburbios y me ganaré la vida curando.

Un plan sencillo pero eficaz.

Miré el calendario, hace dos días que había cumplido mis diecisiete cumpleaños, por lo que he estado dos años y medio encerrada y maltratada. Genial.

Miré cuanto dinero tenía: 200000 libras, bastante dinero.

Como era de esperar, pagué la habitación en metálico y me marché a la estación de trenes.

Pagué el pasaje y me monté en el tren en dirección a Londres. Comenzaría una nueva vida allí, como Beth Ring, el diminutivo de mi nombre y el apellido de mi madre.

Marca de SangreDonde viven las historias. Descúbrelo ahora