Capítulo 26

606 4 2
                                    

Finalmente llegamos a la seccional no sé cuánto, una casa antigua reciclada, con el escudo arriba de la puerta y un policía de guardia.

Nos hicieron entra y nos sentamos en un banco largo, de madera, que estaba al costado de un mostrador.

-¡Quédensen acá!- ordenó el flaco y después el y el gordo se perdieron por una puerta.

Atrás del mostrador había un veterano, quien supongo que era medio capo porque tenía una marca, de esas que no me acuerdo como se llaman, en una manga. Estaba muy ocupado escribiendo en un cuaderno enorme con tapas de cuero y ni siquiera nos miro.

Estuvimos así como una hora, callados, mientras el tipo escribía. En ese tiempo llegaron otros policías: unos trajeron a un borracho, otros a un par de prostitutas, que en realidad eran travestis. Uno de ellos, teñido de rubio, con los labios pintados de púrpura, lo miro a Nico y le dijo algo que no pudo reproducir. Los llevaron para adentro y oímos insultos afeminados y alginas risas. También escuchamos que en alguna parte de la comisaría había problemas, porque hubo gritos, algunas corridas y el sonido de puertas de metal cerrándose con fuerza. Ni así se inmuto el tipo del mostrador. Siguió escribiendo. Supongo que ya haría como dos horas que estábamos ahí, cuando Ricardo -que era el más valiente de los tres -se animó a hablar.

-Perdone, señor-dijo en el tono más respetuoso y formal del mundo -, ¿no tendemos derecho a hacer una llamada?

El oficial dejo de escribir y nos miro por primera vez. Sonrió.

-Pibe, estas viendo mucha televisión- dijo y siguió escribiendo.

Finalmente cerro el cuaderno, nos miro, se puso de pie y después entró a una oficina. Volvió en seguida .

-El subcomisario quiere hablar con ustedes-y señaló la puerta de la oficina chica.
Era una oficina choca.con un escritorio, un retrato de prócer y una sola silla, la de él.

-¿Así que armaron relajo?- pregunto o afirmó, no supe cual de las dos.

Era un hombre veterano, con bigote Negro grueso. Estaba de camisa celeste y corbata.

No dijimos nada.

-Los agentes me dicen que estaban haciendo lio en una esquina -insistió.

-No, señor, mire, estábamos sentados conversando, nada más-dijo Ricardo.

-¿Así que, según vos, los policías son unos mentiroso?

-No... es que... -Ricardo captó el peligro.

El subcomisario se levantó y camino delante de nosotros, inspeccionandonos.
-Segúro que nunca se bañan -afirmó -. Parecen atorrantes, unos pichis, no entiendo como hay padres que dejan que sus hijos anden así. Ustedes deben de ser de esos roqueritos que se creen muy vivos, ¿no?

Ninguno contestó

-Lastima que son menores, sino enseguida iban a aprender lo que es bueno.

Mientras el hablaba escuché voces afuera, voces familiares: una era la de mi madre que decía algo sobre menores y no se qué; la otra era de mi padre, reclamando ver al comisario; la tercera vos era la del oficial, pidiéndole calma.

Pequeña ala de Roy BerocayDonde viven las historias. Descúbrelo ahora