Capítulo 31

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No lo sabía, pero me parecía que todavía estábamos lejos. La lona se descorrio y se asomo Ricardo:

-Dice Pedro que mejor tomemos algo caliente.

Estamos. Era uno de esos boliches antiguos, con las botellas colocadas en fila y un único retrato: el de Garde. Habían unos tipos contra el mostrador y en una de las mesa otros tres que miraban el televisor apretado por uno de esos brazos metálicos. Todos nos miraban con sorpresa.

Me imagino que pensaban. Cinco adolescentes peludos, mal vestidos y con aritos, un veterano y una chica, sola con todos ellos. Pedro pudio una caña y el bolichero se la sirvió. Pregunto si había café, pero no había, así que pedimos té,unos refuerzos de jamón prehistóricos y nos sentamos a una mesa en la otra punta. Ellos seguían mirándonos y hablaban bajo;creo que no tenían internacion de provocar, sino que parecían sorprendidos.

-Otro caso para el agente Moulder- bromeó Diego mirando a Equis-. Seres extraños aterrizan en la loma del diablo y beben un extraño líquido amarillo. Ellos parecen venir en son de paz, pero en realidad ¡zaaaaap!-hizo un gesto como si disparará una pistola de rayo láser -.! Rápido! Hay que evitar que se roben los cerebros, gritaba uno. No importa, gritaba otro humano, igual no tenemos nada dentro.

Todos nos reímos y los tipos dejaron de mirarnos. Creo que no escucharon nada o fue porque Pedro se sentó con nosotros y empezó a reírse.

-El boliche quiere saber-nos contó bajito-cuántos de ustedes son varones y cuántos mujeres.

-¿Y que le dijistes? -quiso saber Ricardo.

-Le dije que son todas mujeres, una orquesta de señoritas que va a San Benito a tocar una fiesta.

Al parecer el bolichero se había quedado conforme con la explicación, porque nadie volvió a mirarnos.

-Vamos a maquillarnos-insistió Ricardo haciéndose el afeminado. Después metió laa manos en los bolsillos y sacó cosméticos.

-Se los robe a mi hermana-explicó-. Son para los ojos.

Mire a los hombres que seguían atentos a la tele y cada tanto se daban vuelta para mirar a las "chicas" de la ciudad.Pensé que Ricardo tenía razón, estaría bueno pintarnos, llegar a San Benito y armar terrible descontrol.

-Yo los pinto-se ofreció Eliana.

Y allá marchamos todos al baño del boliche, puerta de damas, obviamente, y estuvimos como media hora hasta que salimos todos muy bonitos, con loa ojos y las peatañas pintadas.

Pedro ya había pagado la cuenta y nos dirigiamos a la puerta, cuando Diego se dio vuelta y poniendo la voz más gruesa que pudo, saludó al bolichero:

-¡Chau, Cacho, que la fuerza te acompañe!

Todavía nos reiamos unos kilómetros después imaginando lo que habrán pensado.Estarían discutiendo: te digo que eran varones, no seas gil, ¿no vez que eran mujeres? Y luego todo llegarían a la terrible conclucion de que éramos una orquesta de adolescentes travestis ninjas mutantes.

Así, con la nube de tristeza disipada por aquella situación ridícula, recorrimos los kilómetros que nos faltaban hasta que, a eso de las nueve y media de la noche, llegamos a San Benito, el lugar donde todo podía ocurrir.

Pequeña ala de Roy BerocayDonde viven las historias. Descúbrelo ahora