VII

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NATALIE

Una vez terminado el café, y las cajas guardadas en el armario del conserje, las chicas paseaban esa mañana de sábado por Central Park, que estaba repleto de ciclistas, corredores y familias. Pese a ser noviembre, hacía un día soleado, que no evitaba un frío portavoz de la llegada del invierno.

Una melodía comenzó a sonar en uno de los bolsos de las chicas, y fue Brooke la que descolgó la llamada en su smartphone.

- ¿Diga?... Sí, mamá. Ya he ido a eso. No comprendo por qué no has enviado a Adelaine..., ¡es sábado! Tengo que dormir o mis neuronas no estarán capacitadas para rendir al máximo el lunes... -ironizó la rubia. Obviamente, capacitadas o no, las neuronas no iban a rendir lo más mínimo.

Natalie esbozó una sonrisa y miró a su amiga, la que alzó las cejas, realmente indignada con que su madre la hubiese obligado a levantarse de la cama.

La morena metió las manos en los bolsillos y miró la superficie del lago, resplandeciente bajo el sol. Solía ir ahí con su padre en invierno a patinar, y posteriormente, Jack Haislett la llevaba a tomarse un chocolate bien caliente con nubes a su chocolatería favorita.

Eran buenos tiempos cuando estaba tan unida a su padre. Desgraciadamente, a medida que Natalie crecía, la distancia entre ella y su padre iba aumentando sin poder parar... pero bueno, eso es otro tema.

Brooke le puso una mano en el brazo y apretó, y la morena se sobresaltó cuando vio que su amiga miraba al frente con la boca abierta. Nat hizo lo mismo.

En estos momentos de las películas, es cuando suena la música de American Playboy cuando un cuerpazo con rostro de hombre entra en el radar de visión de las dos chicas. Si hubiera sido verano, obviamente no hubiese llevado camiseta, pero hasta con una ajustada negra estaba de infarto.

El hombre iba corriendo con la cabeza gacha y con los auriculares puestos escuchando música, y pasó al lado de las chicas justo en el momento en el que alzó la vista.

Justo en el momento que Natalie pudo ver esos ojos verdes.

Gracias a Dios, Brooke no se había dado cuenta que aquél corredor caído del cielo era Hugo. Y Nat tampoco pensaba decirle nada, puesto que le obligaría a... yo qué sé qué, correr detrás de él o perseguirle o algo de eso.

Brooke guardó el móvil en su bolso.

-Era mi madre..., ahora resulta que mañana pasaremos un día familiar en Governors Island...

- ¿Governors? Si no hay nada allí -respondió Nat con el ceño fruncido, un tanto confusa.

-Ya ves... así es mi...

- ¡Natalie! ¡Natalie, espera!

Las dos amigas se giraron sobre sus tacones, y la aludida tardó unos segundos en darse cuenta de que el mismo corredor de antes iba hacia ella.

Hugo.

-Sí, señor... -dijo Brooke por lo bajo, con una sonrisa.

-Hola, Natalie, y..., perdona, no sé tu nombre...

La segunda alzó la mirada encantada.

-Brooke, encantada... pero, tengo que irme. Me acaba de llamar mi madre para unos recados.

Natalie abrió la boca indignada. ¡Será mentirosa! Su madre no la había llamado para eso. Se trataba de una de las malditas estratagemas de Brooke...

La rubia no la dejó hablar porque le dio un fugaz beso a Natalie en la mejilla y se marchó corriendo con sus tacones, alzando la mano en dirección a la pareja.

ReputationDonde viven las historias. Descúbrelo ahora