I

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NATALIE.

Natalie realizó un movimiento sin ningún tipo de esfuerzo hasta llegar a tocarse los dedos de los pies con los de sus manos mientras mantenía una de sus piernas estirada en el aire. Ella sonrió y subió un poco más, hasta que la pierna mantuvo un grado de ciento ochenta grados con respecto a la otra. Llevaba años intentando hacer eso, y nunca le había salido. Hasta ahora.

Se subió a la cama y, de un salto, logró tocar el techo y mantenerse unos segundos en el aire. Unos segundos en los que a ella le pareció que estaba volando.

—¡Sí! —gritó, pletórica. Natalie sentía que era libre, que nada la ataba, que su cuerpo era una masa deformable con la que podía contorsionarse, volar, vivir.

Era feliz.

—Natalie, ¿qué estás haciendo? —la chica abrió los ojos y se descubrió pegando un salto sobre el colchón. 

Todo había sido un sueño. 

Ese sueño, que se repetía una y otra vez, y que Natalie no lograba descifrar.

Su madre estaba plantada en el umbral de la puerta de su habitación, vestida y arreglada, para llevar a sus hermanos al colegio y más tarde ir a trabajar al bufete de abogados más caro de Manhattan. No importaba si eras inocente y estabas a punto de ir a la cárcel por el resto de tu vida, si no tenías el suficiente dinero para comprarte un Ferrari, no lo tendrías para pagar a Karen Haislett y a su equipo.

—Venga, levántate. Adrien vendrá a buscarte dentro de treinta minutos. Que tengas un buen día —y tan rápido como apareció, se fue. 

La chica se quedó unos segundos mirando a la nada, a su puerta. Le costó despertarse verdaderamente, pero tenía ganas de ver a Adrien, así que se fue a la ducha medio dormida.

◌ ◌ ◌ ◌ ◌ ◌

Como todas las mañanas desde que había comenzado el instituto, hacía ya cinco años, su novio la esperaba en el portal de su casa, con dos Capuccinos en sus manos. Natalie tomó el que le correspondía y dejó que Adrien depositara un suave beso en sus labios.

—Buenos días —dijo ella. Él pasó un brazo por los pequeños hombros de la chica, cubiertos por una cara chaqueta rosa de Channel.

—Tenía ganas de verte —respondió él, a lo que Nat dedicó una sonrisa estúpida —¿Qué tal el festival del Sábado?

—Ha ido genial. De hecho, me han dado otro solo para el festival del fin de año.

—¿Lo has aceptado? —preguntó Adrien, no muy convencido. Nat sabía que siempre que sacaba el tema de ese festival su novio se cogía unos cabreos tremendos, y con razón. El festival acababa a las once y casi nunca le daba tiempo a prepararse e ir a ver la bola bajar para despedir el año, y encontrarse con el nuevo. Ella frunció un poco el ceño, pero evitó acabar en una discusión.

Así era Natalie Haislett, prefería callarse antes de entrar en problemas. Ella no podía decir la verdad; no podía decir que en ese mundo si no aceptabas lo que te ofrecían jamás volverían a brindarte una oportunidad parecida. Así era el universo el baile, o todo, o nada.

—Bueno... no lo sé, aún no he dicho nada —buscó algo diferente, algo para cambiar de tema sin que Adrien lo notase mucho —¿Y tú? ¿Qué tal el partido contra los de Tribeca?

—Bah, acabamos con esos gilipollas en el primer tiempo — respondió su novio, con una sonrisa de suficiencia. Nat asintió, mirando su vaso de capuccino, ahora un poco templado debido al frío de principios de Diciembre que caía sobre los habitantes neoyorkinos. 

ReputationDonde viven las historias. Descúbrelo ahora