IX

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 AUDREY.

El lunes siempre ha sido el peor día de la semana. Típico: vives el fin de semana cómo si fuesen los tres últimos días de tu vida y luego resultan no serlo y, además, finalizan con una exasperante vuelta a la rutina. El fin de un caos para el comienzo de uno aún más terrible. Y las pintas para nada agradables que te deja un frenético fin de semana ya ni te cuento.

Las caras de prácticamente la mitad de los estudiantes del Upper East Side, hablaban por sí solas. Pálidos, con ojeras hasta los tobillos que delataban una evidente falta de sueño que ni el mejor maquillaje ni las más caras gafas de sol de marca, podían disimular. Digamos que nadie conseguía tener el mejor aspecto tal día de la semana. Pero hablamos de la glamorosa y siempre con fabulosa imagen, Audrey Pevensie, subida a sus tacones preferidos y, con un conjunto de lo más sugerente pero, que en realidad, no mostraba nada demasiado y dejaba algo a la imaginación.

Su fin de semana, dentro de lo que cabe, había sido movido, todos lo eran. Pero podría haber sido aún mejor. La morena extrañaba la esencia que dejaba tras de sí un buen polvazo con un Dios griego. En absoluto había sentido eso con Adrien. Qué despilfarro de condón sabor cereza. Y, de todas formas, de haber tenido la oportunidad, ese tal Enzo Reeves le hubiese gustado llevarlo a su cama, pero no pudo ser dadas las circunstancias. Recordaba con algo de alarma cuando Callie le interrumpió durante su caza.

La pequeña estaba destrozada, con ojos hinchados y rojizos, labios cortados y sin dejar de sonarse los mocos cuando ambas se encerraron en el baño que Aud ya había conocido.

Pevensie recordaba lo borracha que estaba su amiga y lo caliente que estaba su piel en cuanto la abrazó con fuerza.

—Tom ha intentado abusar de mí —le había contado un tanto preocupada—. No sabía lo que hacía, era incapaz de moverme... como si estuviese dormida. Y él solo me besaba y tocaba por todos lados.

Aud la escuchaba intentando reprimir sus ganas de salir de aquel lavabo y patear el culo del anfitrión. Y pensar que el susodicho le caía bien. Era un mujeriego y todo eso, al igual que su padre, pero no parecía ser de los que van aprovechándose de jóvenes borrachas. O quizá sí. Bueno, tampoco le conocía exageradamente.

Callie no se separaba de su cálido y reconfortante abrazo. Aud le besó levemente la frente.

—Cariño, estás muy mal. Vámonos. Te llevaré a casa.

—¿Por qué...? —no le dio tiempo a terminar la frase. Volvió a sentir una arcada y, rápidamente, se metió en una de las cabinas, arrodillada frente al retrete.

Por supuesto, la morena le recogió el pelo con cuidado, aunque algo asqueada a decir verdad. No es agradable que vomiten delante de ti, sinceramente. Una vez la chica se recuperó un poco, Audrey la ayudó y salieron de aquel lugar para regresar a casa. No había sido una muy buena noche.

Y aquel lunes, Callie no fue a clase. Vaya, una pena.

Así que la insatisfecha y aburrida de la vida Aud, caminó por los pasillos del centro escolar, cremoso café en mano, bajo miradas y murmullos. No le importaba en absoluto en realidad.

Saludaba en silencio con sonrisas de superioridad y simples gestos de cabeza. En realidad, no le apetecía en exceso ver a nadie. Simplemente deseaba que las clases acabasen rápido para volver a casa y aquella misma tarde ir a su sesión de masaje y spa de los lunes, con media hora de sauna incluida. Eso era lo único positivo que le aportaba aquel dichoso día de la semana.

Abrió la taquilla tras insertar su correspondiente combinación.

—Hola.

Aud frunció el ceño al oír aquella voz masculina. Se giró sobre su cuerpo.

—Buenos días, Adrien.

El chico no tenía buen aspecto aquel día, su expresión se mostraba seria y fría como el mármol.

—Supongo que habrás oído los rumores. Aquí todo acaba saliendo a la luz tarde o temprano.

Ella le miraba sin más. ¿Tan rápido se había disparado el chisme de su improvisado rollo en el baño de la fiesta? ¿Acaso la nueva rubia se había ido de la lengua? La chica esperaba que no, porque más le valía no querer problemas nada más haber llegado a Manhattan.

Aunque bien era cierto que estaba acostumbrada a las especulaciones sobre a quiénes se follaba.

—Así que sí, hemos roto. En fin, Natalie no sabe ni lo que hace ni de qué forma la está cagando.

Audrey vaciló y se miró en el espejo de su taquilla a la par que miraba el reflejo de Adrien tras el suyo.

—¿Y por qué me cuentas esto, querido?

Siempre estaba bien de enterarse de cosas como aquellas, pero, a decir verdad, no le importaba en absoluto.

Adrien se relamió los labios antes de hablar.

—Simplemente prefiero contar yo las cosas antes de que las cotorras lo hagan.

La chica esbozó una sonrisa de lo más falsa y cogió su libro de química del interior de la taquilla. Estaba deseando dar esa clase, sin duda alguna. Cerró de un golpe la puerta. Y volvió a darse la vuelta sobre sus zapatos.

—Adiós, Adrien.

Y sin más fue hacia su correspondiente clase, justo en ella estaba el profesor en prácticas por el que más de un suspiro era soltado entre las múltiples zorras estudiantes.

Audrey se acercó sin vacilación al pupitre en primera fila de Miranda Stephens y dio un ligero golpe en la mesa con sus dedos.

—Miranda, cámbiame el sitio —exigió rápidamente.

La joven Miranda era una chica que apenas llegaba al metro sesenta, algo regordita y con el pelo rojizo. Labios siempre entrecortados y alguna que otra espinilla en la frente. Siempre estaba callada y lo único que se oía en los exámenes era su respiración de cerdo. La joven levantó la mirada y replicó. Gran error.

—Pero este es mi...

Aud hizo un gesto con los dedos, cerrándolos para acallar las palabras de la pobre Stephens, que titubeó cosas inteligibles antes de callarse por completo.

Y no hizo falta más que una mortífera mirada de la furcia por excelencia para que Miranda recogiese sus cosas y las trasladase al peligroso territorio de la tercera fila junto a otros demonios y arpías similares a la que le había arrebatado su sitio.

Audrey se sentó y esbozó la mejor y más arrebatadora sonrisa de boca cerrada.

Su mirada se cruzó con la de aquel candente joven de ojos verdosos, pero no se mantuvo más de dos segundos fija en ese punto. La química no era interesante bajo su punto de vista, pero sí era interesante la presencia de ese buenorro caído del cielo.

Enzo se limitó a explicar en qué iba a consistir su programa y por qué estaba ahí de prácticas. Eludió las risitas tontas de algunas estudiantes y, finalizada la clase, salió del aula.

A tercera hora, decidió que no podía más, que prefería hacer novillos a seguir ahí muerta del asco. Así que, poniendo la excusa de encontrarse mal, salió de clase de la Señora Garfield, una amargada hundida profundamente en los cincuenta y en una profunda menopausia que le hacía ser arisca y borde, siempre. La mujer no opuso nada, estaba harta de todo el mundo. Necesitaba ya la jubilación.

Los pasillos estaban vacíos, por supuesto, ahora todo el mundo daba clases. La chica caminó sin esperar encontrar nada interesante... ¡Y vaya que si se equivocaba al pensar eso! Reconoció a una mujer que se le hacía familiar. Creyó recordar que acompañaba a alguien el otro día. ¡La nueva! Aquella diablilla rubia. Se mantuvo en silencio, escondida a la vuelta de la esquina. La mujer se colocaba su ropa tras salir del despacho del director. Aud sonrió malévolamente.

Interesante. Muy interesante... 

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