III

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NATALIE.

Natalie pisó el freno justó delante del portal que le había indicado Brooke. La casa de su amiga era otro típico adosado del Upper East Side: cinco escalones que dan a una puerta de cristal con barandas en hierro forjado con preciosas formas que dan un aire de lujo a las calles de ese barrio de Manhattan.

Al ver que la rubia no bajaba, Natalie puso bien su espejo retrovisor para poder mirarse y retocarse un poco el maquillaje. Apenas le había dado tiempo a emperifollarse bien, pues había salido de la clase de baile muy tarde debido a que estaban preparando el festival de fin de año, en el cual, la morena tenía dos solos.

Cuando Adrien se enterase estaba segura de que la mataría. Se podía decir que ahora estaban pasando por una especie de bache..., aunque, por mucho que Nat odiase admitirlo, últimamente no hacían más que pasar baches. Se enfadaban por cualquier bobada y podían pasar días sin hablar realmente.

Eso la preocupaba cada vez más y, no sólo eso, sino que la entristecía. En ocasiones, le hacía incluso sentirse mal consigo misma. Pero a Adrien seguro que eso le importaba una mierda, pensó, porque casi todo le importaba una mierda.

— ¡Hola, cariño! —a enérgica voz de Brooke la sobresaltó, y al girarse, vio a su amiga rubia sentarse en el asiento de acompañante y cerrar la puerta. Nat en seguida puso el coche en marcha.

— ¿Lista para una buena dosis de fiesta estilo neoyorquino? —le dijo la morena, intentando no pensar en otra cosa excepto en pasarlo en grande con su nueva amiga. Brooke sonrió y levantó los brazos, animada.

— ¡Pues claro! ¡Allá vamos, nena!

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La fiesta de Tom Archibald era, como se esperaba, una pasada. En lo que llevaban de noche, Natalie se había dedicado a saludar a todo el mundo, bailar con compañeras de clase y a presentar a Brooke al mayor número de personas posibles. No había visto a Adrien en toda la noche y eso a ella la incomodaba un poco. Sin embargo, algo que si la hacía sentir inquieta, eran aquellos ojos verdes.

No habían apartado la mirada de la chica ni un solo segundo. Ella intentaba ignorarlo bailando, charlando animadamente... pero cada vez que se giraba y buscaba al portador de esos ojos, encontraba al camarero rubio apoyado en una columna observándola, analizando todos sus movimientos como si de un depredador se tratase, estudiando bien a su presa.

Natalie se sentía observada hasta un punto en que ni ella sabría decir si le agradaba o lo detestaba. Llegó un momento en el que ignoró por completo la persona con la que estaba hablando y se acercó a la barra a pedir un Cosmopolitan. Claro que sus intenciones no eran, ni mucho menos, beber. Eran acercarse al atractivo camarero y preguntarle si tenía monos en la cara.

Una vez que lo tenía apenas a un metro, no fue capaz de hacerlo.

—Gracias —le dijo al barman, que le sirvió su bebida a la velocidad del rayo. Ella cogió su copa y se giró, apoyando los codos en la barra y observando el típico panorama de una fiesta de adolescentes pertenecientes a la élite de Manhattan.

Dio un buen trago a la bebida alcohólica, pues necesitaba esas fuerzas al notar aquellos ojos mirarla aún de reojo.

Natalie se dio cuenta de que se sentía halagada, de que sentía que lo que estaba haciendo no estaba bien y sin embargo no podía dejar aquel juego silencioso que mantenía con el camarero. Él lo había empezado y ella había decidido seguirlo porque se sentía libre.

-¿Lo está pasando bien, señorita Haislett? -la nombrada giró el cuello sorprendida de encontrarse con el dueño del bar en el que se daba la fiesta. Era Oliver Archibald, un importante magnate que tenía una cadena de hoteles por todo el mundo y algún que otro pub en Nueva York. Era el padre de Tom, igual de putero que él y el modelo a seguir de su hijo.

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