«Las personas con pasados horribles son las más peligrosas, porque saben que pueden superar lo que sea».
Una Cazadora con un objetivo. Un objetivo demasiado fuerte para ser vencido. Y una venganza que ella se propone completar.
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Me pongo de pie rápidamente y quedo frente a frente con un chico alto en posición de ataque. Sus ojos son de un azul claro y su cabello corto es negro como la noche. Lanzo el primer golpe sin problema, pero él lo esquiva con agilidad, toma mi mano y me da un fuerte golpe en la nariz que me saca sangre.
De acuerdo, lo he subestimado.
Me apresuro a zafarme de su agarre y lanzo golpes ágiles y coordinados a su pecho, cuello y estómago. Él esquiva algunos, pero la patada en su estómago lo desequilibra y aprovecho para lanzarlo hacia atrás. Por poco no evita tropezar y caer. Da una vuelta completa hacia atrás y cae de pie cual felino. Se lanza a golpearme y yo lo esquivo, saco un cuchillo de mi cinturón y hago un corte profundo en su hombro. Hace una mueca de dolor, pero rápidamente se recompone y comienza a lanzar patadas altas que esquivo con facilidad, pero no su puño, que me da de lleno en la mejilla y con el cuchillo que me quita me hace un corte de considerable tamaño en el torso, por debajo del pecho. Gruño por el dolor y con fuerza lo lanzo lejos. Para mi mala suerte, tiene tanta resistencia como yo.
Va a lanzarme otra patada, pero tomo a tiempo su pierna para desequilibrarlo, cosa que él aprovecha impulsándose con su otra pierna y asestándome un fuerte golpe en el pecho que me hace tambalear hacia atrás y caer. Tan rápido como caigo, me reincorporo y esquivo su puño directo a mi cuello. Saco otro cuchillo de mi cinturón, esta vez uno especial, y aprovecho su cercanía para hacer un corte en su mejilla y darle un golpe certero en una parte específica del cuello.
Al echarse hacia atrás para evitar un segundo puñetazo, atino a darle una patada en el estómago y con el cuchillo en mano, hago un corte poco profundo en su pecho. Él se aleja lo suficientemente rápido como para no llegar muy lejos, pero sé que lo he herido.
Gime mientras retrocede cojeando por los golpes recibidos y yo respiro agitada. Me lanzo otra vez a la faena, pero él lo anticipa y de un movimiento me lanza hacia atrás. Choco contra algo de cristal (una pared, quizá) que se rompe por la fuerza del impacto. Siento picores en mi espalda y brazos, seguramente esquirlas de cristal que se me han enterrado. Ruedo hacia un lado y cojeo cuando me levanto. Algo me impide volver a atacarlo.
—¡Eh, tú! —grita un chico de largo cabello castaño que a saber en qué momento ha llegado. Lleva una máquina extraña en las manos que, con sólo apretar un botón, lanza una fuerte ráfaga de viento en mi dirección. Me hago a un lado para esquivarlo y la nube helada choca contra la pared detrás, congelándola.
Durante tres segundos, estudio a todos los que se encuentran frente a mí: uno herido pero preparado para seguir luchando, otro con una extraña máquina que lanza viento, la chica tirada en el suelo y un tercer chico, alto, de hombros anchos, ojos marrones y corto cabello negro. Todos están atentos a mi siguiente movimiento.
