Narra Sesshômaru:
Mi lengua estaba derritiéndose dentro de la boca de Rin, así como un cubo de hielo se pierde y se desintegra en la lava misma. Ella era más que fuego, era lava, una intensa y poderosa lava que absorbía cada uno de mis sentidos. Su boca era tan dulce como la que jamás había tenido el placer de probar, sentir sus labios unidos a los míos, en aquella forma de demostrar nuestros sentimientos, era un completo deleite.
Poco a poco fui escuchando una voz ajena a la nuestra, que cada vez se volvía más perteneciente a la realidad, pero no podía distinguir con claridad qué era lo que decía. Estaba perdido en aquellos labios impetuosos, en aquella manera tan seductora de besar, era imposible pensar en otra cosa o siquiera prestarle atención a alguien que no fuera ella.
—Señor… —alguien me había llamado, tomándome por la manga de la camisa.
Encerré el labio inferior de Rin, capturándolo entre los míos, dándole una suave mordida antes de separarme de su dulce boca. Giré pesadamente mi rostro hasta chocar la vista con la mesera que nos habían asignado.
—Señor, mis disculpas por la intromisión —comenzó a decir con la voz muy suave, casi como un susurro. Aún estaba algo aturdido por el beso con Rin, pero pude distinguir que ella parecía algo intimidada, sus mejillas estaban sonrosadas, tal vez le daba mucha pena en realidad lo que tenía que decirme —, pero… algunos de los comensales presentes se quejaron por su comportamiento indebido en un lugar público. Por favor, modere su… pasión, y resérvela para la intimidad, no nos gustaría tener que pedirles que se retiren del establecimiento.
Miré con fiereza a mi alrededor, las miradas de todos los presentes estaban en nosotros.
—Se quejan de pura envidia —dije con la voz lo suficientemente alta para que todos me oyeran, y ni bien hubieron escuchado mi frase, cada uno volvió la atención a su plato o a sus acompañantes, fingiendo como los grandes hipócritas que eran.
Sonreí de satisfacción y volví a mirar a aquella empleada de una manera amable.
—Lamento haberle ocasionado tantos problemas, no volverá a ocurrir, la compensaré por su delicadeza —le dije.
La joven lanzó un corto suspiro de alivio, luego hizo una pequeña reverencia.
—No es nada, disfruten de la cena, por favor —dijo, para luego retirarse.
Miré a Rin, ella parecía algo tímida ahora.
—Lo lamento —dije tomando su mano para besarla —, no pude contenerme, lo deseaba más de lo que pensaba.
Ella se sonrojó y sonrió, como si en realidad nada le importara, como si en verdad no estuviera arrepentida.
—Yo también tuve la culpa, no te disculpes conmigo, además… volvería a dejarme llevar una y mil veces —respondió.
—No es bueno que digas algo como eso —dije mientras volvía a ocupar mi asiento —, me incitas a repetirlo.
—Deberíamos repetirlo, pero no aquí.
—Nunca tuve tanta urgencia por irme de un lugar —pensé y añadí con una sonrisa —, pero también sería una pena que por mis deseos se interrumpa este momento tan bonito.
Ella asintió con una sonrisa radiante.
Los minutos en aquel restaurante pasaron volando, antes de retirarnos pagué la cuenta y le dejé una abundante propina a aquella joven mesera de la misma equivalencia que el pago de la cena.
—Señor, se ha equivocado —exclamó a mis espaldas, cuando estaba abriéndole la puerta y cediéndole el paso a Rin —, ha pagado de más…
—Dije que iba a compensarla por las molestias ocasionadas, considérelo una disculpa —sonreí y di media vuelta para salir del lugar.
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