Trato y apuesta

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La noche pasó rápida para todos, bueno, para todos excepto para Arthur que no había parado de dar vueltas en su camarote, preguntándose una y otra vez como estaría el español y como era que se había visto incapaz de hacerle más daño, esperando a que éste también disfrutase. Últimamente no comprendía el por qué de sus actos. ¡Sí lo único que sentía por Antonio era pura lujuria! ¿Por qué entonces no había podido pegar ojo pensando en el castaño?

Se echo algunos mechones rubios que le caían por la frente hacia atrás con gesto frustrado mientras se dejaba caer en su cómodo y enorme asiento. No se podía sacar de la cabeza a ese español y lo peor es que no sabía si se lo quería sacar.

Recordó entonces todo lo que había pasado entre ellos dos desde que se conocían y de como poco a poco el odio el uno por el otro se había incrementado de tal forma hasta llegar a este conflicto que parecía no tener fin. Cado uno había hecho las peores putadas posibles al rival, humillándolo de sobre manera, torturándolo hasta casi acabar con él...Y en eso, el inglés era el que más ventaja tenía, es decir, él era el que más trampas, palizas y crueldades había hecho a lo largo de todos esos años, sin dar ni un solo respiro al español. Y lo peor, no se sentía culpable de nada. Pocas veces había sentido remordimientos, pero por alguna razón esas veces eran cada vez más frecuentes, sobretodo cuando veía el rostro de Antonio contraído de dolor. Antes lo disfrutaba, es más, no podía evitar que una sonrisa malévola cruzará su rostro, pero ahora...

Golpeo con su puño la mesa de su escritorio con el fin de desahogar, o al menos aplacar, esa furia que le causaba aquella confusión de sentimientos que ni entendía ni estaba seguro de querer hacerlo. La obsesión que tenía por esa piel, esos labios, esos ojos que no dejaban de retarle a pesar de las miles de humillaciones, esa voz ronca que jadeaba su nombre... Se sonrojo fuertemente al recordar lo que había pasado esa noche y de como sintió el impulso de quedarse ahí con él, abrazarlo o de al menos prestarle su compañía. Definitivamente algo le estaba pasando, el juego se le estaba yendo de las manos.

Arthur levanto la vista hacia la puerta en cuanto noto que alguien llamaba.

-Adelante- Dijo simplemente para que uno de sus hombres abriese la puerta tímidamente y asomase la cabeza- Dime, ¿qué quieres?

-Disculpe, capitán, pero el prisionero ya se ha despertado y venía a avisarle de ello-La voz del subordinado sonaba temblorosa, y no es para menos teniendo delante a una de las naciones más poderosas y temibles del mundo- ¿Le hacemos pasar?

El rubio sonrió complacido ¿Cómo no? Seguro que el español se había despertado como siempre a gritos y maldiciones hacia la estampa del británico, cosa que divertía a éste de sobremanera.

-Well, traédmelo-Hizo un gesto con la mano para que se retirase- Que este presentable, o al menos aceptable.

El joven asintió rápidamente y se fue como había venido, cerrando la puerta silenciosamente mientras el capitán no paraba de darle vueltas al asunto que ocupaba noche y día sus pensamientos. Su mirada vagó por el camarote, deteniéndose en el ojo de buey y un poco más lejos el horizonte, donde se cortaba el mar con el cielo, distinto azul pero inseparables, juntos pero a la vez separados porque aunque se parezcan son diferentes, muy distintos pero unidos en uno de los mejores paisajes, condenados a juntarse...

Arthur se froto la sien. Joder, ¿!hasta eso le iba a recordar su situación con Antonio?! Aquello ya empezaba a ser desesperante pero es que tampoco podía evitar sentir una rabia inmensa al tenerlo cerca y una ansiedad cuando lo tenía lejos. La palabra amor paso fugazmente por su cabeza pero la descarto de inmediato. Já, él, enamorarse...Quizá Francis tenía razón cuando decía que no le sentaba bien tomar ron (que era otra de las cosas que había estado haciendo mientras intentaba conciliar el sueño)

Océano de Esmeraldas (Hetalia/Yaoi)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora