Su Secreto

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A Antonio casi ni le sostenían las piernas, antes, en otros tiempos, la noticia le habría hecho saltar de alegría, le había llenado de una felicidad solo comparable a la que tuvo cuando Roderich le dio a Romano. Pero ahora, la noticia le había caído como un cubo de agua fría, empapando las pocas ilusiones que le quedaban y de las que ni él era consciente.

Ese documento lo cambiaba todo.

Dobló de nuevo el documento, ya sin poder disimular el nerviosismo y la desesperación que se estaba adueñando de todo su ser. Tenía que hablar urgentemente con Arthur para que le diera un explicación de aquello.

La necesitaba.

Caminó con paso acelerado por la cubierta, esquivando los marineros que casi atropellaba por las prisas y que le maldecían por empujarles. Le daba igual, en ese momento solo quería llegar al camarote lo antes posible.

-Anthony, ¿te encuentras bien?- Pregunto preocupado el pequeño grumete al ver pasar a su compañero por su lado y tan siquiera saludarle- ¿Ha sucedido algo?

España estaba pálido, como si hubiese visto un fantasma. Sudores fríos bajaban por su cuello, pero intento sonreír al ver a su amiguito, falsamente pero lo intento.

-N-nada jeejej... Solo tengo mucha prisa, se me a olvidado una tarea que me ha encomendado Arthur y voy a hacerla antes de que se dé cuenta- Rio nervioso, rascándose la nuca.

-Oh, sí, será lo mejor. Ya sabes como se pone. ¿Quieres que te ayude?

-¡NO! Quiero decir...No hace falta- El niño cada vez entendía menos por lo que ladeo la cabeza con confusión.- O espera, sí. ¿Podrías ir a hablar con Bill? Creo que no podre ir a ayudarlo con la cena por el asunto este, así que...-

No te preocupes, yo te sustituyo.

El castaño suspiro aliviado por el favor que le hacia el muchacho. No le gustaba encasquetar su trabajo a otra persona, y menos a un amigo, pero de verdad que el tema que tenía que tratar con Arthur era muy importante. Afortunadamente, el grumete parecía muy dispuesto ayudarle ya que con una sonrisa y un "espero que tengas suerte" dejo que Antonio se despidiera apresuradamente. Más tarde le agradecería su buena voluntad dándole parte de su comida.

Retomando su marcha, se dirigió al camarote, donde sin llamar ni nada, abrió de sopetón la puerta, sobresaltando a Arthur, que se encontraba escribiendo en el cuaderno de Bitácora. El rubio levanto la mirada, cabreado, pero ese cabreo pronto se convirtió en confusión al ver que se trataba de Antonio.

Una oleada de felicidad le invadió, llevaba unos días allí encerrado, sin comer nada y solo bebiendo el ron que tenía allí guardado, por lo que encontrarse ahí plantado a aquel con el que, quería y a la vez no quería, encontrarse, le llenaban de una sensación extraña entre alegría y miedo.

Antonio por su parte, se dio cuenta de lo desmejorado que se encontraba Arthur. Tenía la ropa sucia y gesto cansado, como si el estar allí encerrado lo hubiera ido matando poco a poco. Se notaba bastante que llevaba tiempo sin que la luz del sol tocara su piel pues esta estaba más pálida, resaltando las oscuras y enormes ojeras que decoraban su rostro. Aún así, no titubeo y dio un paso al frente, cerrando la puerta tras de sí.-

-A-antonio...- Arthur se atraganto con sus palabras por sus nervios- ¿Se puede saber que te pasa? Ya te he dicho millones de veces que no entres así sin llamar a la puerta- Dijo ya con tono molesto, cerrando el libro, pero le sonrió socarronamente al ver que el otro se acercaba- ¿Qué se te ofrece?

-Déjate de tonterías Arthur, lo sé todo.-

Ohhh, entiendo... ¿Lo sabes todo sobre qué?

El español rezongo, Arthur no le estaba tomando en serio, pero aquello se iba acabar. Sacó el papel de su bolsillo y de mala manera se lo tendió al capitán, que palideció de la impresión.

Océano de Esmeraldas (Hetalia/Yaoi)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora