Capítulo 6: "Esa casa y sus habitantes"

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Capítulo 6: "Esa casa y sus habitantes"



Unos golpes en la puerta me sacaron de mi profundo sueño. Hacía pocas horas que había llegado a la mansión de los Wellington, y debido a no haber descansado apenas en toda la noche, me quedé dormida.

Miré por la sucia ventana que tenía la habitación y observé las luces del día, pues aun con el cielo nublado podría jurar que era mediodía. Aún medio dormida, me incorporé de la incómoda cama y me dirigí a la puerta, que seguía siendo golpeada.

―¿Quién es? ―pregunté.

Los golpes cesaron y la puerta se abrió, encontrándome con Frederick, el mayordomo.

―Señorita, el señor Bennet me ha ordenado que le informe de que tiene que bajar al salón principal para que le explique las normas de la casa.

Asentí y salí del cuarto siguiendo al hombre. Bajamos las escaleras y fui guiada hasta una puerta de caoba fina. Se abrió y vi que la estancia era sencilla. Dos sillones, una mesa de reuniones, un ventanal con vistas al jardín, que ahora se veía oscuro, y una chimenea encendida en la esquina del salón.

En el sillón más grande estaban sentados los señores Wellington charlando, y en el otro una mujer con cara de aburrida. También vi que apoyado en la chimenea, estaba el joven de hace unas horas al que el mayordomo se había dirigido como Elliot.

Me quedé parada en la puerta cuando Frederick la cerró y se dirigió a una esquina de la habitación. Todos me miraban sin decir una palabra, hasta que la señora pareció percatarse por primera vez de que estaba ahí y agitó sus manos enguantadas exageradamente.

―¡Querida! ¿Qué haces ahí parada? Acércate niña, acércate ―dijo con una voz sumamente aguda.

Ocultando una mueca de desagrado en mi rostro, me fui aproximando lentamente hacia la mujer. Cuando llegué al posabrazos del sillón donde estaba me paré. Quedé enfrente de todos los presentes. Pasaron unos minutos en silencio hasta que uno de los hermanos Wellington, creía recordar que su nombre era Carl, carraspeó, llamando la atención de todos. Le miramos y comenzó a hablar mirándome directamente, con una postura rígida.

―Ayleen ―en ese momento sí que clavó sus ojos en mí―, estas son las reglas que debes respetar mientras estés a nuestro servicio.

―Lo más importante: venir en cuanto seas llamada ―intervino el otro hermano―. No hablar a menos que se te pida, y no olvid...

―Tío ―lo interrumpió el muchacho. Se irguió dejando de estar apoyado en la chimenea y se encaminó lentamente hacia el círculo que formaban los sillones con los señores sentados y yo―. ¿Una criada no debería saber ya lo que debe o no hacer? Sinceramente, no entiendo por qué la ha llamado, creí que íbamos a discutir lo de mi casamiento con la señorita Adele.

―Sí, mi querido sobrino, debería. ―Se podía notar cómo el hombre ocultaba su molestia por su mandíbula tensa, incapaz de comprender que su sobrino no tenía ni idea de que yo nunca había sido una criada y que estaba ante una joven de clase alta―. Pero es la primera vez que Ayleen sirve a una familia de nuestro rango, ya sabes ―dijo como excusando que yo había servido antes a la clase media.

―Entiendo. Si no es mucho pedir, me gustaría que esta reunión acabara lo antes posible para tratar temas más importantes. Podría darle por escrito las reglas, pero supongo que una criada no sabe leer.

Aguanté las ganas de replicarle, por muchas razones. Una de ellas era que mi educación se había basado en callar y nunca responder a las ofensas. Otra, que si se me escapaba que estaba allí por medio de un secuestro no preparado y que además era una joven de clase alta, podría ocurrirme cualquier cosa. Sólo por eso mantuve la compostura.

Estrella errante © [Pausada]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora