Capítulo 8: "Jovencita imprudente"
Tenía todo preparado. Abrí la ventana y después de atar bien la cuerda a una de las patas de la cama, que anteriormente había comprobado su resistencia, me dispuse a salir. No había mucha altura, pero sí la suficiente como para recibir un buen golpe sí caías. Con cuidado me senté en el alféizar agarrándome bien a la cuerda.
Mi vestido dificultaba el descenso. Seguía teniendo puesto el que me había dado el mayordomo, agregando que era el que toda sirvienta debía de tener. Me llegaba hasta las rodillas: negro y con volantes al final del vestido, cintura en forma de triángulo inverso, mangas con el dobladillo hecho, un delantal blanco con un pequeño bolsillo a la izquierda de este y por desgracia, corset, el cual había desistido en quitármelo por el simple hecho del tiempo que hubiera tardado.
Poco a poco me fui deslizando por la pared de piedra de la casa, con la esperanza de llegar ilesa al suelo. Tras unos duros quince minutos de tensión toqué el suelo con mis pies, con sólo dos o tres rasguños irrelevantes producidos por las hiedras que crecían por la pared de la mansión.
Cuando llegué al suelo el alivio se hizo presente, y una repentina esperanza me invadió. Desde mi ventana había estudiado mi huida; bajando por la pared se hallaba el jardín, y pocos metros más allá, la puerta de mi libertad. Eufórica comencé a correr hacia allí sin importarme como las plantas (en su mayoría rosales de espinas) me arañaban al pasar.
Faltaban unos pocos pasos para alcanzar la verja de la casa cuando unos brazos me cogieron de la cintura tirándome hacia atrás, cayendo sobre un duro cuerpo. Ahogué un grito mientras intentaba liberarme del fuerte agarre, utilizando manos y pies para ayudar. El cuerpo rodó sobre la hierba y se colocó encima de mí. Aun con la poca luz que proporcionaba la luna, pude distinguir el rostro. Era Elliot, que me miraba con unos ojos cargados de ira y confusión.
―¿Qué crees que haces? ―casi gritó.
Me quedé callada, sin saber qué decir, no haciendo más que intentar librarme.
―Quieta ―ordenó cogiendo mis manos para que parara de moverlas. Al verme en esa situación seguí haciendo lo único que me quedaba, dar patadas. Con un grito, el chico perdió la paciencia y soltó todo su peso sobre mi cuerpo, aprisionando también mis piernas, inmovilizándome por completo―. ¡He dicho quieta! ―gritó rojo de furia.
Viéndome en esa incómoda posición y perdida toda la esperanza de escapar, la impotencia se adueñó de mí y empecé a sollozar. El rostro de Elliot se ablandó.
―No, no. Yo... lo siento. No quería... ―al ver el caso omiso que le prestaba cerró los ojos frustrado. Pasó una mano por su cabello echándolo hacia atrás, bufando.
Cuando abrió los ojos de nuevo pude ver un atisbo de arrepentimiento en ellos. Soltó mis manos y poco a poco se incorporó apartándose de mí, pero sin alejarse demasiado. Abatida me senté en el suelo, intentando limpiar mi vestido ensuciado por la tierra, pero en vano. Mientras quitaba los rastros de barro de mi blanco delantal, Elliot se puso de pie y se quedó mirándome fijamente por unos segundos en los que ninguno de los dos sabía qué decir.
Al final fue el quien rompió el silencio.
―Mira, yo... sólo quiero que me expliques lo que pasa ―dijo con una repentina impotencia.
Fue mi turno de ablandarme. Él no tenía la culpa de lo que me pasaba. Sus tíos la tenían, no él. Nadie podía culpar al pobre joven por ser curioso, cuando la primera era yo. Pero mis posibilidades para escapar serían totalmente nulas si por algún caso se me pasaba por la cabeza contarle a Elliot qué sucedía. No lo conocía, por tanto no confiaba en él. Podría simplemente, sin saber la gravedad de la situación, correr hacia los dos hermanos y relatarles mi intento de escape. Aunque sabía que dijera lo que dijera no me dejaría ir, prefería guardarme la verdad para que este fallo de huida quedara entre nosotros. Me inventaría cualquier cosa con tal de que no abriera la boca.
Pero cuando llegó la hora de las explicaciones, mi cerebro todavía no procesaba lo que tenía pensado decir, y gracias a eso cometí un grave error.
―No puedo decírtelo ―se escapó de mis labios antes de que pudiera reaccionar.
No medí las consecuencias de mis palabras. Sabía que debía de inventar alguna excusa para que así el chico dejara pasar todo eso y poder librarme de él, pero lo que había dicho sólo incrementaría más su curiosidad, algo que no me convenía ni beneficiaba en nada.
Cerré los ojos con fuerza dándome cuenta demasiado tarde de lo que había hecho. Cuando los volvía abrir Elliot había cambiado su expresión de frustración para hacer aparecer una mueca de furia y confusión en su rostro. No hizo nada más que asustarme.
―¿Cómo que no me lo puedes decir? Escúchame bien ―se fue acercando hasta mí hasta quedar inclinada a pocos centímetros de mi cara, con nuestros alientos mezclándose―, tú eres una sirvienta y yo soy al que tienes que servir, así que si sabes lo que eso significa, todo lo que yo te diga lo tienes que hacer, obedeciendo sin rechistar. Así que te ordeno que me digas ahora mismo lo que está pasando, quién eres y qué haces aquí, porque si no lo hac...
―Sobrino ―una conocida voz resonó a nuestras espaldas interrumpiendo a Elliot y provocando que un escalofrío recorriera toda mi columna vertebral.
De reojo observé como uno de los hermanos Wellington se aproximaba hacia nosotras con una expresión seria en su rostro. Cuando fijó sus ojos en mí, su cara se tornó hecha una furia, pero rápidamente ocultó su mueca para que el joven no pudiera verla.
Cuando llegó hasta nosotros se posicionó junto a Elliot, el cual se había enderezado, quedando a una altura considerable por encima de mí, ya que todavía seguía en el suelo.
―¿Qué está pasando aquí? ―preguntó el hombre mirándonos alternativamente a cada uno, a pesar de que seguro que sabía la respuesta.
―Yo... ―Elliot tartamudeaba, sorprendiéndome por el hecho de que evitaba contar la verdad.
Le agradecí internamente por aquel gesto, pero sabía a ciencia cierta que todo estaba perdido.
―¿Tú qué, muchacho? ―le apremió el hombre con un gesto de impaciencia, pero se veía que estaba divirtiéndose con eso, y mucho.
―Tío Carl, la criada y yo habíamos salido un momento a... ―fue interrumpido por el sonido del impacto de una mano contra su mejilla. Su tío le había golpeado.
El joven había girado la mejilla debido a la bofetada. Estupefacto, miró al hombre con la ira presente en sus ojos. Este sólo se lo quedó mirando indiferente.
―No vuelvas a tratar de mentirme, Elliot, nunca ―escupió con voz envenenada―. Y tú ―se dirigió ahora a mí, fulminándome con la mirada―. Te has metido en un gran lío, jovencita imprudente.
Y sin previo aviso me agarró del brazo levantándome de un tirón y arrastrándome hasta la casa. Pude ver a Elliot quieto en el sitio, con una mano en su mejilla y dedicándome una mirada culpable.
***
Bueno, aquí les traigo un nuevo capítulo de Estrella errante. Espero que os siga gustando y me digáis cuál es vuestra opinión sobre mi novela.
Vuelvo a dejar caer que tengo otra novela en mi perfil y me encantaría que os pasarais a leerla y me digáis qué opináis. Se llama Clanes de Luna Nueva: Greys. Y que tengo unas nuevas historias con una amiga mía que quizás os gusten, las podéis encontrar en el perfil de @NefilimsSPSI.
Quiero explicar que si no contesto a los comentarios es simplemente que Wattpad a veces no me deja, pero os agradezco infinitamente vuestro apoyo, votos, comentarios y followers.
Un beso y gracias por leer.
Senda.
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Estrella errante © [Pausada]
Ficción históricaNos situamos en el siglo XIX, época Victoriana, en Londres (1854). Jane Kelly era una joven de dieciséis años de clase alta que vivía con sus tíos y su hermano. A Jane no le gustaba estudiar, ni llevar corset ni nada que tuviera que ver con la vida...