Capítulo 12: "La grandiosa fortuna de los Kelly"
George y yo llevábamos corriendo más de un cuarto de hora sin pararnos, y comenzaba a sentir que me faltaba el aire. No entendía porqué corríamos si nadie nos seguía, como bien comprobaba cuando a veces miraba de reojo hacia atrás. Sin poder soportarlo más, me paré en seco a la vez que llevaba una de mis manos a mi pecho, intentando regular el flujo de mi respiración.
―No... no puedo... más, George ―dije entre jadeos.
George se detuvo a mi lado. No lucía cansado, lo que me dio envidia. Se acercó a mí y me cogió en un suave movimiento de la mano que no sostenía mi pecho.
―Tenemos que apresurarnos, no estaremos completamente a salvo hasta que no lleguemos a un lugar seguro.
De repente una fatídica imagen acudió a mi mente: me vi sentada en la esquina de la habitación del señor Northon, sucia y llena de barro, con los ojos llorosos y mi cabello siendo agarrado con fuerza mientras era tironeado.
Una extraña ansiedad empezó a consumirme, y de pronto el aire que había conseguido recuperar comenzó de nuevo a faltarme. Negué con la cabeza repetidas veces a la vez que me alejaba de George, con aquella horrible imagen todavía en la cabeza. Él me miró preocupado e intentó volver a acercarse, pero estiré una mano en señal de que parara.
―Jane, Jane, ¿qué te ocurre? ―preguntó con un deje de desesperación en la voz que me hizo sentir culpable por no poder explicarle lo que me pasaba.
A duras penas conseguí que una poca de voz saliera de mi garganta.
―Allí no... con-con él no ―apenas susurré, pero por la expresión de tristeza de George supe que me había escuchado.
Intentó de nuevo acercarse a mí, y esa vez no se lo impedí. De un momento a otro me vi envuelta en una cálidos brazos que me brindaban una rara sensación de alivio y confianza. Indecisa, elevé mis manos a la altura de su torso, rodeándolo lentamente y devolviéndole el abrazo, a lo que él respondió presionándome más fuerte contra él, apoyando su barbilla en mi cabeza y acariciándome el cabello con la mano.
―No vamos a ir allí, Jane. Tranquila. Conmigo estás a salvo ―dijo sin dejar de acariciarme.
Me permití por un momento deleitarme con sus palabras y cerrar los ojos, imaginando que verdaderamente estaba a salvo de todo.
Entonces sentí como sus manos se retiraban de mi cuerpo para acto seguido verme elevada entre sus brazos. Me había cogido por detrás de las rodillas y la espalda, llevándome así entre sus fornidos brazos. Lo miré confundida pero agradecida a la vez, sintiendo que no aguantaría correr nada más. Él me dedicó una sonrisa dulce. A duras penas le devolví la sonrisa.
Sin mediar palabra, comenzó a andar, esta vez más lentamente. Cerré los ojos cuando comencé a sentirme levemente mareado a causa del balanceo. Apoyé mi cabeza en su pecho. Él me dio un beso en la frente y me susurró al oído justo cuando comenzaba a caer en las redes de la inconsciencia.
―Duerme tranquila, Jane.
Y tras esas palabras caí en un profundo y oscuro sueño.
(...)
Un rayo de sol me despertó, deslumbrándome. Abrí los ojos lentamente y observé que me encontraba en una cómoda cama con sábanas de seda parecidas a las que tenía en mi habitación, salvo que con otro estampado. Retiré la manta que me cubría y me incorporé, quedando sentada en medio de la cama. Miré a mi alrededor, analizando cada detalle de la habitación. No cabía duda de que esta no era una casa de pobres: las paredes estaban forradas de papel tapiz color verde helecho, y decorándolas, cuadros de paisajes de bosques y lagos hermosos. Había una mesilla de noche y un escritorio de madera de pino al lado de la mesa y en una esquina de la habitación, y el suelo estaba cubierto por una enorme alfombra de color marrón rústico. Era una habitación preciosa, pero no sabía ni de quién ni dónde estaba.
Interrumpiendo mis pensamientos, la puerta del dormitorio se abrió y mis ojos se dirigieron veloces hacia ella. Por ella entró una figura conocida. George llevaba una bandeja de plata en sus manos en las que un vaso de leche y un platillo con galletas estaban colocados de manera horizontal. Entró mirando lo que sus manos transportaban, procurando que nada se cayera, pero cuando levantó la vista hacia mí se quedó parado en la puerta. Un leve rubor se extendió por sus mejillas antes de empezar a hablar.
―Buenos días. Lo siento, no sabía que te habías despertado ―dijo.
Le sonreí haciéndole comprender que no pasaba nada. Entendiéndolo, avanzó por la habitación hasta dejar la bandeja en la mesilla. Acto seguido giró su cuerpo hacia mí hasta quedar en frente. Me dedicó una sonrisa y pidiéndome permiso con la mirada, se sentó a los pies de la cama.
―¿Cómo te encuentras? ―preguntó.
―Descansada ―contesté frotándome los ojos, provocando una sonrisa en su rostro―. ¿Dónde estamos? ―hablé, preguntando aquello que me pasaba por la cabeza desde que había abierto los ojos en esa habitación.
―En mi casa.
Mi cara de sorpresa fue un dilema. Al instante, mil preguntas se arremolinaron en mi cabeza, y no me pude contener, diciendo las más importantes.
―¿Cómo? ¿Tu casa? Pero, ¿tú no vivías con ese hombre y-y los demás? No lo entiendo ―hablé apresuradamente, con las palabras trabándose en mi garganta.
George volvió a sonreír, levantando las manos cómicamente.
―Ey, ey, calma ―dijo aún sonriendo, y a pesar de eso mis mejillas tomaron color. Él soltó una pequeña carcajada y se acomodó en su sitio. Tomé eso en señal de que me lo iba a explicar y presté atención―. Verás, lo cierto es que ninguno de los que estábamos contigo el día que te... ―buscó las palabras adecuadas para hablar mientras giraba su rostro avergonzado― cogimos de la calle somos... pobres. ¿Me comprendes?
Asentí con la cabeza. Sí, lo comprendía, en cierto punto, porque si no eran pobres, ¿qué hacían en un lugar como ese, sirviendo a ese horripilante hombre? Guardé silencio para que siguiera. Él lo entendió y continuó hablando.
―El caso es que todos nosotros estábamos allí por la misma razón que tú estabas esa noche en la calle, creo ―me miró fijamente antes de proseguir―. Nos escapamos de casa.
Abrí mucho los ojos a la vez que miraba a mi alrededor, observando de nuevo la habitación. Comparé el dormitorio con el lugar al que me llevaron. ¿Cómo preferían estar en un mugriento y sucio lugar... a eso?
―Sé lo que estás pensando, ¿cómo llegamos a ese sitio? ―dijo sacándome de mis cavilaciones, y me sorprendió que supiera justo lo que por mi cabeza pasaba―. Hace cuatro años nuestros padre nos obligaron a todos nosotros a casarnos con unas irritantes muchachas. Te lo juro, eran todas muy pesadas ―añadió riéndose para sí mismo como si lo que había dicho, de un chiste se tratara―. Puesto que éramos amigos y a todos nos había ocurrido lo mismo, decidimos irnos juntos. Pasamos de ser chicos adinerados a niños de la calle, sucios y sin comida ni lugar para dormir. Pero en ese momento no nos importaba, éramos felices libres de nuestra rutina y obligaciones diarias. Pasado un mes conocimos al patrón, y desde ahí comenzó nuestra vida como chicos de la calle.
―¿Y qué hago yo aquí entonces, si hace cuatro años que no pisas tu casa?
Me miró durante unos segundos antes de contestar, con el rostro serio y la duda impresa en él.
―Cualquier persona daría cobijo a la hija heredera de la grandiosa fortuna de los Kelly, Jane Elisabeth Kelly.
***
¡Hola! No diré lo siento por subir tan tarde porque sino he podido, no he podido. Siento ponerme así, pero a veces veo comentarios de que tardo mucho, que soy una irresponsable por no subir y del estilo. Tengo una vida y también complicaciones para poder escribir, porque estoy sin internet y no tengo cómo escribir.
Aún así, a los que siguen leyéndome a pesar de mi poca actividad y dejándome preciosos comentarios, gracias, gracias en serio.
Me despido por ahora hasta más ver.
Gracias por leer,
Senda.
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Estrella errante © [Pausada]
Ficção HistóricaNos situamos en el siglo XIX, época Victoriana, en Londres (1854). Jane Kelly era una joven de dieciséis años de clase alta que vivía con sus tíos y su hermano. A Jane no le gustaba estudiar, ni llevar corset ni nada que tuviera que ver con la vida...