Recuerdo de una pesadilla

592 49 76
                                    

Frederick Calder hace un recuento de uno de sus casos en un palcó. Una conferencia que no pudo rechazar, no porque lo honorase, sino porque su billetera necesitaba llenarse de nuevo.

El caso fue muy comentado en su momento, y se volvió famoso al descubrirse involucrado el hermano de un funcionario del ejército. Un caso que se había vuelto motivo de estudio para cualquier carrera relacionada con las ramas policiales y de investigación, pues era muy fácil de comprender, aunque en su momento, la solución le costó a Calder varios días sin dormir.

Cuando tenía 10 años menos, mejores hábitos y apenas comenzaba a estudiar periodismo.

Terminó su presentación con un chiste corto. Los estudiantes se sonrieron. Varios levantaron la mano, pero uno no esperó a que lo eligieran.

-¡Doctor!

Nunca había terminado ninguna de sus carreras, terminaban por aburrirlo. Se había instruido en tantas cosas desde tan joven, que le habían comenzado a llamar Doctor. Ya no los corregía, era repetitivo, y al fin y al cabo... le ayudaba a conseguir trabajos.

-¿Sí?

-¿Alguna vez haría un recuento sobre su último caso?

La pregunta era tan hecha a la ligera que hubiera querido arrancar el micrófono y lanzárselo al chico en la cabeza.

Apretó los dedos en el borde del mueble de madera que estaba frente a él, arrastrando unos centímetros las notas que quedaron bajo sus manos. Varios alumnos se habían quedado callados, pero se oían pasos y murmullos de los que no habían prestado atención a la pregunta y se retiraban de la sala sin darse cuenta de la tensión que habían generado las palabras del estudiante, ahora silencioso y pálido.

Calder recordó el cuerpo torcido de Teresa sobre el basurero. La sangre bajo sus pies y en su cuello, combinando con su vestido y sus zapatos. Sus ojos vidriosos abiertos sin mirar las nubes a punto de soltar una lluvia que duró dos días.

-Dos víctimas. Cuatro balas en el cráneo, un vestido rasgado. Es todo.

Recogió de cualquier manera sus notas, arrugando y doblando papeles en los que se estuvo esmerando toda la tarde, para que ahora no cooperaran en entrar de una maldita vez en su maletín. Sintió las manos frías, sudorosas.

No hubo más preguntas.

Apretó los labios. Al fin el maletín cooperó, y casi chocó con Aileen.

Aileen Rembrandt era la única persona de los cursos con los que seguía en contacto. Estaba demasiado intranquilo como para decirle cualquier cosa.

Ella no le dijo nada. Le haló del brazo y lo guió tras bastidores, con un manojo de llaves en las manos. Lo llevó a través de una salida de servicio, donde no se encontraría con estudiantes que le lloverían a preguntas. En cambio, se encontró con una lluvia real. No tenía paraguas, se volteó, dándole las gracias a Aileen, y tomando el primer taxi que vio.

La falta de orden en la vida del Doctor CalderDonde viven las historias. Descúbrelo ahora