Navidad

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Calder no aguantó su curiosidad, y rasgó ambas cartas con el abre-cartas. No las separó y tuvo especial cuidado de que el metal no rasgase lo que había dentro, pero sí forzó un corte minúsculo dentro de lo que había en el sobre de Rembrandt.

Sabía que estaba actuando mal, pero tenía que saber. Le daba una mala espina terrible que el agente que trabajase para la editorial y las revistas fuese el que arreglase los tratos, con la excusa de ser el de los contactos y amigos poderosos. Nunca lo había visto, pero sólo oír su nombre, Avery, le hacía arrugar la frente y pensar en alguna forma de buscarlo. ¿Y si le robaba a Rembrandt? ¿Y si se estaba aprovechando de ella? ¿Y si... se enviaban correspondencia privada de vez en cuando?

Su mano tembló cuando sacó lo que había dentro del sobre de Rembrandt dejando el suyo de lado en la mesa. Era un cheque, y una carta.

Leyó rápidamente, y mientras bajaba su barbilla al tiempo que pasaba la mirada por las últimas líneas, al tiempo que abría la boca para soltar un improperio por la sorpresa, escuchó una pisada fuera del apartamento.

Contuvo la respiración mientras plegaba la carta –la más profesional y seca que hubiera visto en su vida- lo más posible y la metía dentro del sobre, arrugándolo un poco en el proceso, mientras abría su propia carta y la dejaba sobre la mesa, estirándola un poco.

La cerradura giró, y fingió un acceso de tos, mirando la escena, no muy convencido. Así que tomó el abrecartas y se abrió el pulgar, al tiempo que se abría la puerta de par en par.

-¡Aaaah!

-¡Rick! ¿Qué pasó?

-Me corté- dijo, mientras se levantaba a la cocina a echarse agua.

Rembrandt vendó su dedo y dejó las compras en la cocina. Lo dejó todo listo para que Calder hiciera la cena, algo que no necesitara mucha manipulación, y notó en la mesa del recibidor las cartas.

Tomó la que estaba afuera con intención de meterla nuevamente en el sobre, para que Calder la encontrara en su escritorio y se acordase de leerla más tarde. Reconoció los sobres cuadrados que recibía cada semana con su pago, y el pedacito de papel en el piso. Una gotita de sangre había caído sobre el sobre que llevaba su nombre.

-¡RICK!

Calder casi se lastimó de verdad con el sartén, reconociendo el tono de Rembrandt.

-¿Estabas leyendo MI correo? ¡No puedo creerlo! –su rostro estaba pálido, sus ojos muy abiertos e indignados.

-¡No! Yo... La abrí sin querer... cuando abría la mía con el abrecartas le di muy fuerte porque no pasaba, tenía dos cartas en la mano y no me di cuenta.

-¡Eres un mentiroso!

-¡No he abierto tu correo!

-¡Mi cheque está guardado al revés en la carta! –dijo mostrando su correspondencia en la mano derecha. Calder se volteó de nuevo, dedicado a su tarea- Avery siempre tiene cuidado de hacerlo siempre de la misma manera, y tú volteas a veces las cosas cuando acabas de leerlas.

-¡Qué locuras dices! –Calder se sentía honestamente orgulloso de que Rembrandt fuera atenta a ese tipo de detalles, y a la vez, se sentía el ser más estúpido del mundo. En medio del pánico no había acomodado el sobre exactamente como había llegado esa mañana. Echó uno de los bistek al sartén- ¿Por qué querría abrir tu correo?

-¡Porque estás celoso de Avery! -A Calder le subió todo el color a la cara. Rembrandt, sintiendo emociones contradictorias, sonrió un segundo y al siguiente lo volvió a mirar indignada. -¡Lo sabía! ¡Lo sabía!

-¡No estoy celoso!

-¡Te da ese estúpido tic en el ojo cada vez que hablo de él!

-¡Te invitó a cenar! Estás en todo tu derecho de...

-¡Ahí está de nuevo!

Lo sintió. Su párpado inferior se había alzado lo suficiente como para que él mismo lo notara, y se tapó torpemente el ojo con la mano.

-Él... tú puedes hacer lo que desees, no tengo ningún derecho a celarte y...

Se volteó, volviendo a lanzar vegetales en el sartén y el otro bixtek, fingiendo que Rembrandt no estaba allí. Trabajó con una diligencia ejemplar, como si lo único que importara en el mundo fuese la cena. Pero en realidad el pecho le ardía como un sol a punto de morir.

Cuando tuvo sus manos libres y limpias para buscar otra cosa que hacer y usarlo de excusa para evadir la realidad, sintió la mano de Rembrandt tomando la suya. Ella no se había movido de la puerta sino hasta ese momento.

-Tienes todo el derecho de celarme. O... quiero que lo tengas.

El sol en su pecho ardió un millón de veces más, pero no para morir. Calder la miró, y comprendió.

Se colocó frente a ella y se fueron acercando centímetro a centímetro. Como si tuvieran miedo que el calor de cada uno rechazara el del otro, pero cuando al fin hicieron contacto de manera delicada, casi controlada, se dejaron llevar por la inevitable y salvaje atracción que estuvo escondida tanto tiempo.

Fue la primera de muchas buenas navidades.

La falta de orden en la vida del Doctor CalderDonde viven las historias. Descúbrelo ahora