Visita

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Calder no quería contratar a nadie para que se ocupase de su casa. Limpió de arriba abajo su depósito y botó papeles que ya no necesitaba. Su estudio dejó de parecer un basuero, su cocina ya no daba asco y su comedor nunca había estado tan limpio. Su estudio se llenó de otras cosas, y llamó a un chatarrero del edificio, que le compró un baúl que no usaba, una jaula que le habían regalado con un pájaro que se le murió a la semana, y otras cosas que le ocupaban espacio.

Su apartamento parecía habitable a la hora del té del domingo, cuando sonó su teléfono.

Pensó en su agresor, pero sintió una oleada de alivio cuando le respondió una voz femenina.

-Doctor... ¿puedo quedarme en su casa unos días?

-¿Rembrandt? –Se levantó como un resorte. Agradeció que su casa ya estaba limpia. –Claro, claro. ¿Estás bien?

-Voy en camino, le explicaré todo, debo irme.

No le dio tiempo a preguntarle nada, ya había colgado. No estaba seguro si su respiración agitada es porque estaba llorando.

A la media hora Rembrandt llegó con dos maletas y un bolso pequeño. Tenía las mejillas rojas, y parecía tener la garganta sellada.

Calder le ofreció té y encendió la calefacción, pues llovía de nuevo. El lienzo ya no estaba en la ventana, la habían reparado esa misma mañana.

Le dejó el platito con la taza rosa en las manos, cuando ella alzó la mirada.

-No debí llegar así... lo siento.

-No, por favor, Rembrandt. Puedes venir aquí cuando lo necesites. ¿Quieres hablar de eso?

-Bueno... es Peter.

-Oh –tomó un sorbo de su té, y ella lo imitó, cerrando los ojos y disfrutando el té.

Calder tomó un panecillo de los que había llevado a la mesa de café. Y ella comenzó a hablar.

Le contó que se fue de su apartamento, el que compartía con Peter y un amigo llamado Hector. Peter le gritó y peleó con Hector, pues llegó exigiéndole a Rembrandt que no volviera a salir de casa a encontrarse con nadie. Hector se lo llevó a hablar con él en un bar cercano, dándole tiempo a ella para tomar sus cosas y largarse.

-¿Fue por mi culpa?

-No, doctor. No quiero que piense que todo fue su culpa, eso ayudó, pero...

-Lo siento mucho, Rembrandt. No tenía idea y...

-No lo sienta. Estoy contenta. Sólo tenía a Hector como apoyo. Pero Peter suele ser muy convincente cuando se lo propone, esperaba que Hector se pusiera de su lado al regresar.

-Eso es horrible.

-No, doctor, ya no. La verdad es que... me siento bien. Podré trabajar más tranquila. Ahora tengo que buscar un sitio dónde quedarme.

-No digas tonterías, Rembrandt. Puedes quedarte aquí.

-¿Y pedirle que duerma en el diván, porque no me dejaría a mí dormir allí? Por supuesto que no.

Él sonrió tímidamente, le agradaba saber que ella sabía que la trataría bien en su estancia.

-¿Y entonces?

-Tal vez me vaya a Bolonia, mi familia es de allí.

-Eso sería lo ideal. Estarías a salvo.

Rembrandt lo miró con severidad.

-No me voy a ir ahora. Quería ayudarlo con esto. Con...

-No, no me ayudarás. Y-

-Además... no tengo el dinero para irme.

La falta de orden en la vida del Doctor CalderDonde viven las historias. Descúbrelo ahora