Lástima

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Calder no había tenido la valentía para llamarla por teléfono.

Su semana de ir al callejón doce se había acabado. Ahora averiguaba con interés real sobre Benjamin Cox, el único nombre que tenía. Nombre que tenía la sospecha que era falso, pero no tenía nada más.

Era lo único que lo mantenía atado al mundo real. Alejado de las ganas de querer ahogarse en cocaína, alcohol y muslos de prostitutas.

Cox, según los registros, era un hombre de 60 años, soltero y sin hijos. Le costó unos billetes extra averiguar el número de propiedades que tenía.

Un montón, más de veinte casas de vacaciones, hoteles... incluso tenía las manos metidas en un banco. Su instinto le gritaba que estaba yendo en el camino correcto, pero por otro lado no tenía ninguna lógica.

Cox tenía el expediente limpio, impecable. Nunca había tenido siquiera una multa de tránsito, y eso que había comprado una docena de autos ese año.

Ni Cristo. Calder atribuyó esto a un registro de nombre falso.

-Seguro no ha devuelto un libro en la biblioteca o algo...

Por eso ya prefería no contarle a Rufus. No se tomaba muy en serio su problema. Su esposa estaba embarazada y él estaba muy contento. ¿Quién era Calder para eclipsar esa felicidad con un caso tan sombrío y poco claro?

Tomó medidas extremas para su seguridad, para asegurarse de que su corazonada era cierta.

Rembrandt regresó a sus pensamientos. Calder suspiró, indeciso si tomar un taxi o el trolebús. Se decidió por el taxi, mientras menos contacto con extraños, mejor.

Ese gasto tal vez le dolería en el bolsillo, pero no le importaba. Sólo iba las mañanas a la oficina, para dedicarse a su investigación privada. Su estudio volvía a ser un desastre, lleno de ceniza de cigarro y papeles desordenados. Al menos no era cocaína, pensó mientras miraba por la ventana.

-Hay tránsito pesado en la principal...

-Tome ésta, aquí a la derecha, y vamos por la Ángelo.

-Buena idea.

Calder sintió el viraje violento del automóvil y se le clavaron las cajitas de municiones en el pantalón.

"Espero que no se rompa el bolsillo, de nuevo".

Su arma en el holster del cinturón le incomodaba también. Indicio de que había subido de peso.

'Si piensas estar con Rembrandt tienes que adelgazar, campeón...'

Hizo una mueca mientras se respondía a sí mismo mentalmente.

'Tengo que protegerla, se la debo'

'Sincérate, te gusta. Y la cagaste con ella.'

'¡Ya sé! Tengo que intentar remediar eso...'

El taxi se detuvo frente a un cruce, donde un policía controlaba el flujo de tráfico. Un anuncio de un perfume adornaba la fachada de un edificio del otro lado de la calle, la chica se peinaba parecido a Rembrandt: cabello corto y arreglado, sólo que ésta tenía la falda bailando al viento y mostraba unas piernas esbeltas y largas.

'Tal vez dejando de aspirar polvo del ombligo de una puta...'

Arrugó la frente, le molestaba admitir lo estúpido que había actuado.

-¡Qué rápido! Mire, ya llegamos.

Rembrandt no había llamado, ni ido a visitarlo desde la última vez que se fue con cara triste y decepcionada. Y no podía reprochárselo.

La falta de orden en la vida del Doctor CalderDonde viven las historias. Descúbrelo ahora