Una noche larga

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-Nada de jeringas.

-De acuerdo. Pero nada de hablar de esto a otros.

-Por supuesto.

Rembrandt se sintió contenta de saber que recordaría la conversación esta vez. Se había irritado muchísimo la vez anterior, sintiéndose malhumorada de que la consideraran incapaz con la excusa de que no era seguro. Xandros se disculpó sobre eso, después de deshacerse del cuerpo del extraño. Calder a su vez se sentía más tranquilo, al darse cuenta que Xandros ya confiaba plenamente en él.

Ya era medianoche cuando se sentaron en el estudio, en el diván y los dos sillones cómodos para conversar con tranquilidad. Xandros tomó un poco de agua fría mientras ordenaba sus ideas. Y suspiró largamente antes de comenzar a hablar.

Xandros Zeus había escuchado a Kasalis irse muy preocupado de su propiedad, sin querer decir exactamente a dónde iba. Pero uno de sus hombres, el tipo muerto que intentó atacar a Rembrandt, tenía la lengua muy floja. Zeus se enteró que Kasalis iba a revisar una caja médica.

Ni siquiera sabía que Kasalis tenía una caja médica, y se interesó en sobremanera. Las cajas médicas eran objetos muy sofisticados, costosos y difíciles de conseguir y mantener ¿Por qué iría a revisarla de manera tan repentina? Tras un largo rato recordó que estaban conectadas al usuario principal. Ésta avisaba cuándo la caja se movería de sitio, recibía cargas de energía, alguien más intentaba abrirlas, entre otras cosas.

Así, Zeus supo que Calder había encontrado el depósito y había conseguido, además de las anúxidas, una caja médica. No se suponía que hubiera una allí. Kasalis la mantuvo oculta durante muchos años. Nunca se la prestó a su familia, la usaban él y dos compañeros muy fieles quienes estaban tan trastornados como él.

-¿Pero qué tiene de importante esa cosa? –preguntó Calder.

-Esa cosa, te ha salvado la vida. -Zeus tomó un panecillo de calabaza y añadió de manera vaga- Una caja médica es un objeto muy valioso y muy útil, puede salvarte de casi cualquier lesión, puede prácticamente revivir a alguien.

Calder había recibido una gran parte del impacto de la explosión, con la suerte de que lo empujó hacia atrás, le hizo golpearse contra la caja y caer en ella. Estaba programada de una manera muy simple para que justo al entrar, se recuperasen los tejidos del usuario, después de leer su ADN, claro.

Rembrandt y él estaban muy interesados en saber más, pero Xandros no sabía explicarlo realmente.

-Lo único que sé es que se ha averiado... más. Ya estaba en mal estado, pero bueno, hizo un buen trabajo.

-¿Cómo lo sabes? –inquirió Rembrandt. Xandros encendió un cigarro y la miró.

-Porque cuando llegué estaba Frederick Calder, sano y recuperado, y no un cadáver carbonizado.

-No tienes porqué ser tan macabro... –comenzó a decir Calder, pero ella lo interrumpió con una risa corta de alivio y sorpresa. Se sonrió, contento por ver que Rembrandt podía reírse de esas cosas. Se acomodó en la silla y sintió algo en el bolsillo.

Sacó de él la llave, que estaba cubierta de polvillo azul.

-¿Y qué se supone que...?

-Las anúxidas son fuentes de energía... -dijo Xandros, interrumpiendo la pregunta al notar los restos de polvo.- Con simplemente lanzarle una le hubieras hecho daño, mira. –Tomó la llave y la dejó caer. Salió un sonoro PLOP, y la llave, ya en mal estado, terminó de estallar en una extraña y casi controlada explosión blanca.

La falta de orden en la vida del Doctor CalderDonde viven las historias. Descúbrelo ahora