A ciegas

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Calder le recomendó a Rembrandt que se cuidara mucho, intentara no salir sola, y que lo llamara cuando lo necesitase.

-Peter me aisló de mis amigos, doctor... sólo estaré sola en casa, cuando regrese del trabajo.

Eso le dio una puntada de lástima. Calder no era un hombre de muchos amigos, pero no se imaginaba quedarse solo sin tener a nadie con quién conversar de vez en cuando.

"Usted me hizo perder bastantes cosas"

Ya era hora de ocuparse del caso, la verdad.

Agradeció no haber botado varios documentos importantes cuando limpió su casa. Recordar su rostro en la penumbra le dio una puntada de miedo, pero también, determinación para averiguarlo todo.

"Vine a hacerle el mismo favor"

Ese bastardo lagarto iba a matarlo, y ni siquiera le había dado una pista clara de por qué. Alguno de los casos tenía que serle de utilidad para conseguir una pista...

"Así que puede retribuirme el favor ya sabe, muriéndose."

Se ahogaba en papeles viejos. Estaba perdiendo el tiempo entre recortes de periódicos de delincuentes astutos que habían escabullido a la ley hasta que hicieron algo estúpido. ¿Qué le había arrebatado a él?

"Se supone que soy el mayor, el que debía tener el control, y usted me quitó eso"

¿Qué había querido decir? Ya estaba comenzando a perder la paciencia. Su estudio estaba desordenado de nuevo. Cuando vio un recorte que no había leído entero, semi-tapado por otro.

...compañía O'Brian & Sons. El señor Hans Redman, primo del Capitán de la Guardia, Dominico Redman, fue encontrado culpable de lavado de dinero y transporte ilegal de opio y morfina. Redman adquirió la compañía dos meses antes, e inmediatamente después comenzó a usar los buques de O'Brian & Sons para el...

Calder tomó el periódico y leyó el artículo completo.

El caso había sido resuelto hacía ocho años, cuando apenas había comenzado a trabajar para la policía y era pasante del detective de ese momento, el señor Franklin Villanueva.

Franklin había seguido una fuerte corazonada, y se le hizo seguimiento a un sospechoso, un hombre recién salido de la cárcel el cual trabajaba para la compañía. Sin saberlo, dirigió a la policía hacia uno de los cargamentos y esa misma noche se capturó a todos los involucrados, incluyendo al señor Redman.

"Se supone que soy el mayor, el que debía tener el control..."

Sentía que daba pasos de ciego... pero era el único caso de gran envergadura que tenía. El confiscamiento de ese encargo y las futuras negociaciones frustradas por la policía habían significado una pérdida mayúscula para quien fuera que estuviera detrás de todo ese negocio. Pues era una entrada discreta a toda América, y de allí podría distribuirse fácilmente a cualquier parte por mar o por tierra.

Los hombres confesaron, pero no se llegó a ninguna parte. Era como si los involucrados nunca hubieran existido. Ni un solo nombre había sido legítimo. Ni un pez gordo.

¿Y los anteriores dueños?

¿Y si pedía ayuda a Villanueva y a Abercroth?

No, odiaba la idea de involucrar a más gente en eso. Además ¿Quién le creería?

Tenía que investigar por su cuenta, entonces.

Pensó en un millón de excusas, organizó su tiempo; el que debía aprovechar en las oficinas de la policía, en encargos que ya había aceptado, en comprar nuevos cartuchos de balas, para su revólver y para el de Rembrandt...

Tocaron la puerta y se sobresaltó. Se levantó, con el revólver en la mano abrió con cuidado.

-Hola, Doctor...

-¡Rembrandt! –dejó el revólver a un lado y quitó el seguro de la puerta, dejándola pasar.

-No esperaba que llegaras temprano.

-Debí haber avisado...

-No, no... debiste llamarme, podía acompañarte, la verdad.

Ella desvió la mirada al estudio, que volvía a estar desordenado, eso la hizo reír.

-No es necesario... venía a buscar mis cosas, bueno...

Rembrandt se sorprendió de la expresión de Calder, pero él giró la cabeza y se dirigió al estudio.

-¡Ah! ¿Dónde encontraste sitio?

-En el apartamento de una prima... no hablamos mucho, pero es cerca del teatro y... no quiero molestarlo más.

Calder se volteó de repente y se plantó frente a ella, cortándole el paso.

-Rembrandt.

-¿Sí? –logró decir sin titubear, a pesar de la sorpresa.

-¿Estarás segura?

-¿Si estaré...? Sí. Es un edificio con constante movimiento, es un poco más pequeño, la gente se conoce, y es una calle transitada.

-¿Y tu prima? ¿Es confiable?

-Supongo... No la veo desde hace mucho, tiene un bebé y su esposo trabaja en la policía, creo que se llama Alcock.

-¿Alcock? Es un inepto.

Rembrandt se cruzó de brazos.

-Doctor, no quiero incomodarlo más... vine sin aviso y... está durmiendo incómodo. Son confiables ¿Por qué no habrían de serlo? Y...

-Sí, lo siento. Es que... estoy frustrado. No tengo ni una pista, lo que se me ocurre es relacionar alguno que otro caso grande, tengo una leve corazonada pero se siente como si diera pasos de ciego nada más. –La miró a los ojos. –Si vas a estar segura, y cómoda... claro. Te ayudaré a recoger...

-No es necesario, doctor. –dijo algo apenada.

-Está bien. Pero déjame al menos invitarte el almuerzo, y luego llevarte a donde vive tu prima ¿cómo se llama?

-Adriana.

Rembrandt recogió sus cosas. Se sentía muy segura con Calder, pero le apenaba demasiado molestarlo así. Un diván no era un sitio muy cómodo para dormir.

Le invitó un almuerzo sencillo pero delicioso en un restaurante a dos calles del teatro donde ella trabajaba. Le prestó su bufanda, pues ella había olvidado la suya dentro de una maleta, y él le quiso ahorrar la búsqueda aparatosa.

Se despidió de ella, lamentando la agradable compañía que ella le hacía en casa, ahora que tenía mucho trabajo estresante por hacer.

Un trabajo que no sabía si daría resultado.

La falta de orden en la vida del Doctor CalderDonde viven las historias. Descúbrelo ahora