Vicios

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Calder salió de la oficina, sintiéndose mal por romper la promesa al instante.

Se dirigió cerca de los muelles, eran las seis de la tarde, tiempo suficiente para que hombres como él se reunieran después del trabajo. Llegó al callejón doce, donde hacían fila seis hombres robustos, algunos lo reconocieron y le saludaron con un gesto de cabeza, saludo que respondió. Otros lo ignoraron o no quisieron ser amigables.

La rejilla de la puerta se abrió, el tipo de detrás dejó pasar a los hombres uno a uno, tras reconocer los rostros de todos ellos. Dentro, le dieron una bolsa blanca a cada uno, donde debían dejar relojes y cualquier cosa que necesitaran tener a salvo.

Cinco minutos después, uno de los que no saludó a Calder, le dio un puñetazo en la oreja. No se había quitado su anillo de casado y le raspó la oreja, abriéndole un poco la herida.

El círculo de hombres y prostitutas gritaba emocionado. Las apuestas eran particularmente altas, pues el hombre que Calder no conocía era alto y tenía brazos gigantescos. Calder tuvo suerte, el tipo no daba los golpes de manera precisa, si no, ya hubiera perdido.

Había ganado la ronda anterior, con un tipo de piel aceitunada que lo había saludado de manera jovial. Habían peleado algunas veces antes, pero Calder casi siempre le ganaba. Era un hombre aficionado que trabajaba en la construcción, y ahora le gritaba y le deseaba suerte mientras tomaba cerveza y apostaba unas monedas por él.

Danzaron un rato más, sin lanzarse ningún golpe, hasta que el hombre se cansó y atacó sin pensarlo mucho, arrancando gritos de sorpresa del público. Calder recibió todos los golpes de la mejor manera, y con júbilo vio que su oponente no tenía ningún tipo de resistencia. El tipo era alto, pero tenía una barriga cómicamente redonda y su respiración ya estaba lo suficientemente agitada como para entender que ya se había cansado.

Se burló de él, algunas prostitutas se rieron y causó lo que Calder quería: el hombre lanzó golpes precipitados. Le desvió uno con facilidad, esquivó otro, y lanzó al tipo al suelo con su propia fuerza. Tardó en levantarse, y una prostituta con ropa interior rosada le alzó el brazo a Calder, proclamándolo ganador.

Rompió su récord, ganándole a un hombre más dislocándole la mandíbula, y amablemente volviéndosela a acomodar antes de retirarse. Rechazó una nueva pelea pues ya estaba cansado de recibir golpes. Su pecho, frente y brazos tenían moretones por todas partes, pero salió del ring improvisado con mucha dignidad.

Sacó de su bolsillo una cajita de metal muy bien sellada, y con ayuda de un billete envuelto aspiró dos veces el polvo blanquecino que había dentro. Se limpió la nariz y tomó de la cintura a una prostituta de cabello rojo y abundante.

-¿Nos vamos?

-¿Me puedo llevar a una amiga?

-A las que quieras...

-

Rembrandt subió las escaleras del edificio de Calder. Ella lo había llamado por teléfono antes, y aunque le había respondido de manera extraña, decidió ir de todas maneras. Alcock se había ofrecido amablemente a ir a buscarla cuando terminara su visita, algo que había sugerido de muy buena gana.

Era lo mejor que podía hacer para intentar arreglar su semana. Su prima terminó siendo una mujer totalmente insoportable, su esposo un maleducado y un hombre al que no le importaba su hijo. El ambiente era tenso, y ya había decidido dormir en otra parte mientras tanto.

Escuchó risas tras la puerta del apartamento, tocó la puerta, y se arrepintió inmediatamente después. ¿Y si estaba interrumpiendo algo?

Frederick Calder abrió la puerta, tenía una camiseta puesta al revés, pantalones desabrochados e iba descalzo. Estaba despeinado, con un moretón horrible en la frente, algo de sangre seca en su oreja y una sonrisa estúpida... que se desvaneció al momento de ver quién había tocado su puerta.

Una mujer con un vestido cortísimo de color menta se arreglaba la melena roja tras él, en el espejo del recibidor. Otra de cabello rubio despeinado lo apartó de la puerta y le quitó a Rembrandt el regalo que tenía en las manos, una botella de brandy.

-¡Qué tarde llegaste, querida! De lo que te perdiste, Mary... –la rubia parpadeó un par de veces mirándola, dándose cuenta que no le hablaba a ninguna Mary.

Las mujeres salieron chocándose con ellos al salir de manera apresurada.

-¡Llámanos! Ha sido muy divertido.

Rembrandt estaba helada. ¿Calder, con prostitutas? Sintió cómo su respeto a él se disminuyó, y le notó manchas blancas bajo la nariz. Eso la indignó.

-¿Esto pasa todos los viernes o...?

-¡No! ¡No, Rembrandt yo-¡

Ella se dio la vuelta para irse, no sabía qué podría decir o hacer, se sentía incómoda y fuera de lugar.

-¡Espera! Debería... debería...

-Ya no viviré con mi prima, si necesita hablar conmigo... puede llamar al teatro.

Lo dejó en el umbral de su puerta, avergonzado como jamás lo había estado. No había servido de nada su tarde de mala conducta. Ahora se sentía peor que antes.



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Nota del autor: Este capítulo va bien con esta canción, tanto por la letra como por el estilo... espero que piensen lo mismo que yo :D "Well I don't feel better when I'm fucking around..."

La falta de orden en la vida del Doctor CalderDonde viven las historias. Descúbrelo ahora