Ataque

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Se sentía incómoda e insegura al saber que ese extraño sabía su dirección. Vamos, tal vez no se la había aprendido, pero ¿y si...?

Rembrandt indicó al taxista otra dirección a medio camino.

-Debería hacerle un recargo, no se puede hacer esto.

-Ese tipo le dio un billete de veinte, no sea tacaño.

No sabía explicar por qué le molestaba tanto, porqué eso la tenía nerviosa. O si era una simple excusa para ver a Calder.

Qué estupidez. Calder la hubiera visto impresionado por su tontería al soltar su dirección tan a la ligera, y eso le dolía. Lo admiraba, él parecía saber sobre todos los temas habidos y por haber.

Pero no era una simple excusa, se convenció al fin. La incomodidad era exagerada. Además, Calder había dejado su abrigo, y había huido después de responderle aquella manera a ese estudiante.

El taxi llegó a su destino, le deseó buenas noches y entró al edificio de cuatro pisos donde vivía él. Un edificio con un pequeño bar en el sótano y unas escaleras de acceso a la planta baja.

¿Cómo abordaría a Calder? 'Vaya, ese estudiante sí que fue grosero al recordarte ese caso ¿no? Ni siquiera hablabas de eso. Por cierto ¿estás bien?'

No.

'Sé que recordaste a Teresa. No fue su culpa, doctor.'

Por Dios... no.

No lo conocía de manera tan personal. ¿Cómo se iba a meter en eso? Sin embargo, ahí estaba, caminando hacia su apartamento. Se quitó el bolso del cuello, se iba a quitar el abrigo del doctor que tenía encima, cuando vio la puerta.

No estaba completamente encajada. Tenía un problema con la cerradura, había que encajar toda la puerta con fuerza en el marco, dándole un halón hacia arriba. Ella no sabía hacerlo bien, y por eso era él quien se encargaba de cerrar la puerta siempre.

Pero hacía mucho rato que Calder debió de haber llegado ¿Esperaba a alguien? No, Calder una vez esperó quince minutos por otro estudiante, y nunca dejó la puerta mal cerrada.

Una corazonada le impulsó a tomar su revólver con ambas manos, se aseguró de quitar el seguro, plantarse bien frente a la puerta... y golpearla con la rodilla para abrirla.

_

Frederick Calder vio cómo Aileen Rembrandt entró a su apartamento con un revólver en mano, apuntando imprudemente a la oscuridad.

No tan imprudentemente, la tenue luz del pasillo fue suficiente para ella.

-¡Alce las manos!

Para sorpresa de ambos, el hombre lanzó a Calder hacia ella. Se lanzó a la izquierda, aterrizando en el arco que daba hacia su estudio, mientras Calder caía a los pies de la puerta. Ella se enderezó de inmediato y le disparó en la pierna. Se hubiera quedado helada de sorpresa de no ser por la adrenalina que le corría por todas las venas.

Calder tuvo que dejar sus halagos para más tarde. Se levantó tomando lo más cerca que tenía, un banquito acolchado.

Y el hombre los miró a ambos con los ojos amarillos.

La falta de orden en la vida del Doctor CalderDonde viven las historias. Descúbrelo ahora