El Caballero de La Armadura de Dragón

Recuerdos del Infierno

Estaba completamente en blanco. No pensaba. No hablaba. Sólo me guiaba por el instinto. Me separé de mi hermana bruscamente y me marché corriendo hacia atrás.

Un enorme bosque se espandía frente a mí. Mis ojos se perdieron en los frondosos árboles y en el suelo que pisaba. Me sentía agotado y mareado, a punto de dejarme caer, pero no quería parar. Sólo quería desaparecer.

Llegué a un lago cuando me caí y no pude levantarme esta vez. Me arrastre hasta quedarme apoyado en un árbol. Dejé que mis ojos observaran el sol y luego en lago. Vi que había muchos peces y me vino a la mente el día que mi padre me enseño a pescar. Siempre decía que era un arte y que la paciencia es una virtud. Me enfadé al recordar lo que ese dragón me ha dicho. ¿Cómo va a ser esa bestia mi padre? Para empezar, él era humano. Y murió. Hace once años. Lo recuerdo como si fuera ayer.

De repente el sol que iluminaba mi rostro desapareció por unos segundos y mi vista se fijó en el cielo. Hacía un día fantastico. Cielo azul, nubes blancas... Entonces volví a ver a ese dragón. Aterrizó delante de mí sin ninguna expresión en el rostro.

Me sentía agotado, completamente derrotado, cansado de todo esto. Quería acabar con todo. Desaparecer.
- Si quieres acabar conmigo hazlo ahora. - me quedé en silencio mirando al dragón a los ojos. - No creo que tengas idea de lo que hablo, pero en mi pais, el orgullo, la dignidad, es lo que me hace desear cualquier tipo de muerte... menos ser asesinado por alguien como tú. Un dragón. - me quedé en silencio de nuevo y me dio la sensación de que el dragón puso un gesto de impresión. - Pero a mi ya no me importa nada de eso, asi que adelante. Matame.

El dragón rojo no se movio. Me miraba atentamente pero yo bajé mi mirada, incapaz de hacer nada más que esperar.

- Hace muchos años... - empezó el dragón. - Hubo un dragón tan temido por los humanos y por los de su especie que empezaron a llamarlo "El Rey del Fuego". Ese mismo dragón, conoció a una pequeña huerfana llamada Yeila. Era una humana de cabello negro y ojos grandes de color jade.

Yo seguía sin levantar la vista, pero le escuchaba relatar esa historia.

- Ese dragón observaba a la pequeña huerfana con curiosidad y a la vez con admiración al ver que defendía a todas la criaturas, incluido a los dragones. - hizo una pequeña pausa suspirando y prosiguió con la historia. - Ante su especie la miraban con desprecio al creer en algo tan surealista, pero ella no se vino abajo. Y fue con paciencia que un día observó a un dragón.

Finalmente levanté la cabeza para mirarle y no pude evitar sentir curiosidad ante la historia. El dragón parecía mostrar una ligera sonrisa que enseguida se desvaneció.

- Desde aquel día, Yeila y yo nos veíamos continuamente en las profundidades del bosque. - era la primera vez que hablaba en primera persona asi que puse más atención sin poder evitarlo. - Pero un día, unos dragones enemigos atacaron la aldea donde vivía y yo por instinto me enfrenté a ellos con todo lo que tenía. Acabé con todos pero estaba agotado y los humanose acorralaron y toruraron como a un perro. - escuché como su tono de voz cambió a uno más indignado. - Lo único que mantenía mis esperanzas eran los consuelos de Yeila. Me alimentaba... me daba de beber... me echava agua limpia por mis escamas... pero lo que más adoraba de aquellas visitas era que... simplemente, me hacía compañía, me agradecía y contaba historias... el simple hecho de verla me hacía feliz...

Se quedó mirando al cielo con nostalgia o eso me pareció ver en su mirada. Vi sus ojos... tristes.

- Un buen día vino con un plan para sacarme y así nos fugamos de la aldea. - suspiró tristemente. - No paraba de decirle lo mucho que sentía que hubiera tenido que abandonarlo todo por lo que hizo, aun sabiendo que fue decisión suya.