Capítulo 2

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Minutos después de la llegada del Mercedes, llegó otro Mercedes, pero esta vez descendieron de él un señor con aire de superioridad vestido con un terno de marca, y una señora mucho más joven que el señor, que al mirar a las chicas, casi le da un ataque cardíaco.

—Ay Charles, ¿ya viste como van esas niñas? ¡Que ha quedado de la juventud hoy en día! Por lo menos mi Isabella no es como esas niñas de ahí.

"Ya verá, señora fresa" pensó Leah.

—Cálmate Clotthilda, solo no hay que dejar que las chicas se junten con esta gente.—dijo el señor, con cierto acento inglés.
"Acento fingido" pensó Dove.
"CLOTTHILDA AY QUE NOMBRE" Pensó Leah.

—Leah.

—¿Que?

—Lo dijiste en voz alta.

—Ups.

La señora la miró indignada, se dió la vuelta refunfuñando y entró a la casa meneando las caderas, mientras su supuesto marido iba detrás de ella, mirando a las chicas como fenómenos.

—A ver, sacando cuentas.... Tenemos a dos niñas fresas, a una mujer fresa y a un señor panzón con acento inglés fingido. —dijo Dove.

—Y yo que había pensado que lo del acento era solo cosa mía...

—¡Leah! ¡Hay que concentrarnos en esto! —le dijo Dove, mojándola un poco más en la cara con la manguera.
Y antes de que Leah pudiera defenderse o responder, llegó en una camioneta una caja lila y rosada con moñitos amarillos brillantes.

—Te apuesto que ahí traen sus zapatos. —le dijo Leah a Dove.

—Yo te apuesto a que ahí llevan sus pelucas.—dijo Dove a Leah.   

—¿Pelucas? —preguntó Leah.

—Si, pelucas.

—Okay...

—¿Acaso no te has puesto a pensar que la gente rica necesita pelucas?

—Oye, cierto. Nunca había pensado en eso... Probablemente nosotras también necesitemos una.

—Exacto.

El hombre que conducía la camioneta tocó el timbre de la casa de la tal Clotthilda, y mientras esperaba a que le abran, abría lo que parecía ser una puerta en la caja y salió un chanchito.
El chanchito bajó de la camioneta con mucha delicadeza, y no hablar de que estaba vestido con un vestido de encaje celeste y unos tacos rosados.

—Y eso querida Dove, se llama moda para chanchitos. —dijo Leah.

—Porque los chanchitos también merecen su propia tienda de moda. —le respondió Dove y ambas empezaron a reír como focas retrasadas.
Marcelino, la cabra, gritó desde atrás, para recordarles a las chicas que seguía ahí, para colmo pintado de colores.

—Marcelino, ya nos vamos, espera un segundo. —le reprochó Dove.
Marcelino solo refunfuñó y se sentó en el piso a esperar que su dueña decida irse.
Desde la casa de Leah se oyó un ladrido, era Morley.

—Trae a Morley, así ensucia al chanchito o a las niñas fresas. —dijo Dove señalando a las chicas, que habían salido para recibir a su chanchito.

—No, no lo haré, tu sabes que cuando lo suelto es semi imposible atraparlo y no tengo ganas de correr tras él por ahora.

—Tienes razón.
Dove y Leah siguieron observando a las vecinas.

—Mira Latisha, esas son las chicas malas, con las que no te debes juntar.—dijo le pelirroja desde el otro lado de la calle, hablándole al chanchito, que era chica y se llamaba Latisha.

Problemas con Color©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora