Capítulo 20: "El final del camino"

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*Cambio de narrador: Susan*

La voz de aquél demonio se había fundido en el silencio de la oscuridad de Heidel Keibod.

Me hallaba sola deambulando por los corredores del hospital, un lugar totalmente inhabitado. Pero no todo era lúgubre, una luz de esperanza se manifestó ante mis ojos, una luz de escapatoria hacia el mundo real.

Ingresé a un corredor al que nunca había visto en el hospital (una creación de mi mente, tal vez), este era angosto y muy extenso, pero al final del camino se encontraba la fuente de esa radiante luz blanca. Corrí hacia ella, con incansables y veloces pasos largos a través de este eterno trayecto.

Poco a poco me acercaba hasta alcanzar mi objetivo. Me detuve frente al "manantial de resplandor", una puerta de doble hoja... la puerta principal del hospital, mi salida. Posé lentamente mis manos sobre una hoja y la empujé luego con todo mi cuerpo...

-

Abrí los ojos. Desperté en la habitación de un hospital junto a mi madre, quien se encontraba angustiada y algo despeinada.

Un tubo en mi garganta no me permitía hablar, estaba conectado a mi tráquea respirando por mí. Era una sensación indescriptible. Tener eso dentro de mí me hacía entrar en apuros, mi ritmo cardíaco se volvía anormal y lo único que escuchaba era el sonido irregular del monitor de funciones vitales. Empecé a temblar y me sujeté fuertemente a los barandales laterales de la camilla.

De pronto, mi madre salió de la habitación y regresó a los pocos segundos con una enfermera. Esta se apresuró y apagó el respirador artificial al que permanecía conectada. Luego me indicó:

-¡Intenta soplar con todas tus fuerzas!

Lo hice y, mientras "soplaba", ella tiró del tubo endotraqueal para por fin sacarlo. Inmediatamente empecé a respirar por mis propios medios. Irónicamente, era como si en un principio me estuviera asfixiando.

Mi madre se acercó a mí para rebozarme con desesperados besos y caricias. Por más de que necesitara de afecto justo por este momento que estaba atravesando, debí resistirme y pensar en los demás, en el tiempo que se acababa.

Apenas juntando energía, me senté apartando a mi madre y me desconecté todos los cables que conectaban a mi pecho y muñeca.

-¿Qué crees que haces? –Preguntó la enfermera con un tono gruñón.

-Mis amigos... Tengo que estar con mis amigos...

-Ellos ya no están aquí, Susan. Todos ellos se fueron, acuéstate y haz reposo –Dijo mamá.

-Hazle caso a tu mamá. Me sorprende que te hayas levantado con tanta energía de un coma... Aunque, a decir verdad, estuviste así sólo por cuatro horas.

-No estuve en coma... No me creerían si se los dijera, pero... ¿qué hora es?

-Casi tres y media –Respondió la enfermera –Déjame llamar al doctor para que te chequee.

-¡No! Por favor, estoy bien. Necesito salir ahora mismo de este lugar, es urgente. Ayúdeme a salir...

-Eso no depende de mí, señorita...

-No le diremos a nadie –Intervino mi madre buscando algo en su cartera –Nos iremos sin que nos vean –Sacó dinero y se lo entregó.

La enfermera le contestó con una sonrisa dudosa y se marchó sin dirigir siquiera una palabra.

Misterio de las pesadillasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora