*Cambio de narrador: Susan*
Estaba sola y atrapada en la oscuridad. No veía absolutamente nada, pero de repente... una luz blanca me iluminó justo en el rostro cegándome por un momento. Pude notar que estaba en una sala de aislamiento sentada y atada de pies y manos a una silla de madera. El silencio se apoderó del lugar, aunque no por mucho...
Un doctor había ingresado, se trataba del doctor Monroe y, junto con él, dos enfermeras y otra mujer entraron con un equipo de electrochoques.
Esa mujer me resultaba un tanto familiar, ya era una persona mayor. "No puede ser... No podría acompañar al doctor Monroe, ella era paciente del hospital", pensé al encontrarme confundida.
No podía comprender lo que pasaba, todo era tan disparatado... Mientras una enfermera intentaba inyectarme algo, el doctor la detiene:
-¡Ni se te ocurra! No le hará mal un pequeño cosquilleo –Dijo Monroe, soltando una pequeña carcajada – ¡Cárgala a doscientos!
-Pero debemos acostarlo y sedarlo, doctor –Dijo la otra enfermera.
-¡Obedece mis órdenes!
No podía moverme ni hablar. Me estaban colocando unas pinzas en la cabeza y no podía hacer algo al respecto. Involuntariamente dejé de respirar y en ese mismo instante soltaron la corriente eléctrica. Eran puntadas constantes a mi cabeza, mi cuerpo convulsionaba lo poco que podía al estar atado a una silla y lo peor de todo fue que... sentí ese dolor. Monroe parecía disfrutar de su acto; en cambio, aquella mujer demostraba preocupación.
-Listo por hoy, déjenlo –Dijo Derek –Tal vez te visite luego, amigo.
En esa irónica frase comprendí que no me hablaban a mí, sino a un hombre. Un hombre al cual obviamente querían torturar.
De alguna forma... yo estaba dentro de ese cuerpo, viví en primera persona la tortura hacia aquel hombre.
-Desátenlo y pónganle el chaleco de fuerza –Ordenó Derek, y luego se marchó.
Quedando las enfermeras junto a la mujer, esta última ordena que la dejaran sola junto con el paciente. Eso sí, utilizando la excusa de que ella "se ocuparía de colocarle el chaleco con ayuda de sedantes"; sin ninguna objeción, las enfermeras se retiraron.
-Ya no tengo la misma energía que antes... Sé que lo deseas mucho y por eso te quitaré todo esto –Dijo.
Sin más palabras, fui desatada por ella, más bien, el paciente fue desatado. Su respiración se agitaba y no podía mover ni siquiera un dedo.
-Tómate tu tiempo. No te esfuerces demasiado, ya estás viejo... Me sorprende que aún sigas con vida. Me lo agradecerás luego.
La mujer se retiró, no sin antes interponer un trozo de tela gruesa entre el marco de la puerta y la hoja de la misma para que funcionara como una traba y así no actuaría el seguro automático. Era una cómplice en el escape del paciente.
El tiempo transcurrió a una increíble velocidad. Nos pusimos de pie y, en el momento en que él da un paso hacia delante, nos separamos como si yo fuera el alma que escapa de su cuerpo (a diferencia de que este era un cuerpo ajeno). Por detrás observé la figura de un hombre con el cabello canoso que llevaba una postura apenas encorvada; en lo que, a pesar de eso, seguía siendo mucho más alto que yo.
El hombre tiró de la puerta y el trozo de tela cayó. Avanzó cauteloso por los pasillos iluminados tan sólo con unas pocas luces principales mientras yo lo seguía al mismo paso. Se detuvo en "recepción" y de allí tomó una tijera. Pasó justo en frente de la entrada principal del hospital, pero esta no se abriría fácilmente. Su plan era otro.
ESTÁS LEYENDO
Misterio de las pesadillas
ParanormalLa historia se centra en Susan Kennedy, una joven de Detroit que lucha contra sus pesadillas, y para ello deberá encontrar la verdad oculta en el hospital psiquiátrico "Heidel Keibod". Sus amigos serán su compañía en esta búsqueda repleta de peligro...