Capítulo 2━ Compañeros.

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Mags me echó una pomada amarilla sobre el moratón de los nudillos. Aunque la peste era desagradable, el cuidado con el que la anciana me acariciaba casi me hizo llorar. Me pregunté, con un nudo en el estómago, cuándo había sido la última vez que alguien me tocó con cariño.

Mucho tiempo.

Había estado casi hora y media sumida en la inconsciencia después del golpe que uno de los Agentes de la Paz me asestó; al despertarme, me encontré en el tren con rumbo al Capitolio.

Lucy Turner, mentora, estilista y ganadora de los 68° Juegos del Hambre, parloteaba a mi lado mientras yo la ignoraba intercalando mi mirada entre Mags y el paisaje. Después de haberme torturado lo suficiente con sus palabras, ambas me dejaron a solas. Me tomé la libertad de coger una manta (gruesa y tan sedosa que me dio miedo tocarla y romperla) y cerré los ojos. Estaba agotada, y aunque la angustia que me azoraba el pecho no me permitiría dormir, intenté relajarme.

Por desgracia la tranquilidad no duró mucho tiempo.

De nuevo, la mujer del Capitolio que siempre leía a los discursos en la cosecha (y que al parecer se llamaba Eve) y Finnick entraron en el cubículo. Apreté la mandíbula inconscientemente, tensa como las cuerdas de una guitarra ante la presencia del hombre.

-¡Joven Clarie! ¡Has dejado a Finnick traumatizado! -La voz de Eve era insoportable. Más que la de Lucy-. Gana los Juegos del Hambre sin un rasguño para que siendo mentor le rompan la preciosa cara. Pobrecito.

-Ya. Estoy llorando -Ironicé, sin levantarme del sillón.

Ella rió de una manera escandalosamente escandalosa.

-Tienes agallas. Y unos ojos azules tan intensos que te darán patrocinadores. Fríos como el hielo... ¡y tanto que sí! Tu mirada intimida, joven Claire.

-No creo que mi mirada me sirva de mucho en la arena, si me disculpas -maticé, intentando mantener la compostura.

-De las armas se encarga Finnick, querida, yo sol...

-Por supuesto. Qué tonta soy. Espero que me enseñe la técnica de clavar tridentes por la espalda, parece realmente efectiva.

Un silencio incómodo inundó el salón. Nada podía escucharse más allá del traqueteo del tren sobre las vías, nuestras respiraciones y la cascada continua de la fuente de chocolate

-Dentro de unos días estarás haciendo lo mismo, Clarie -Era Finnick. Por primera vez. Dirigiéndome la palabra. Cómo se atrevía.

Abrí la boca, pero él se me adelantó.

-¿Nos dejas solos, Eve? Solo serán un par de minutos -Preguntó con una encantadora y luminosa sonrisa. Me asqueaba la manera en la que utilizaba su atractivo para manipular a la gente. Porque eso era él, un manipulador en toda regla.

Bochornoso.

Pero más bochornoso era aún cómo los de su alrededor picaban el anzuelo.

-Claro, cielo. Pero no os peguéis, ¿entendido? que sois mayorcitos -y después de dedicarme una mirada llena de significado, Eve salió de la sala contoneándose.

El rubio se sentó frente a mí y me miró, en paz. Bufé en su cara y aparté la vista.

-Clarie Morgan... -pronunció mi nombre con cautela y suavidad-. Sé que tu odio hacia mí es lógico y lo respeto, pero vas a tener que fingir que me soportas por lo menos unos días. No quiero hacerte daño.

¿Estaba bromeando?

-¿Estás bromeado? -Entrecerré los ojos, fulminándole con la mirada-. Eres con toda probabilidad la persona que más daño me ha hecho en la vida. Mataste a Kalia, a la única persona que quería -hablé con un hilo de voz-. Y ahora voy a morir yo también -Me guardé las lágrimas porque no quería llorar delante de ese... imbécil.

-Clarie -Me volvió a llamar, a pronunciar mi nombre como si fuera a desvanecerse si lo dijera demasiado alto-. Jamás quise asesinar a Kalia. El veneno de rastre...

-Rastrevispula, sí. Cuéntaselo a quien se lo crea.

Me ignoró.

-El veneno me atacó. Puedes decidir creértelo o no. Pero lo que tienes que saber, por encima de todo, es que nadie quiere estar aquí. Nadie quiere matar, nadie quiere participar en este baño de sangre. Hay fuerzas mucho mayores que nosotros que nos obligan a tomar parte en esto, a sacar nuestro lado más animal, a sobrevivir, a... asesinar. Todos tenemos un enemigo común, Claire, y no soy yo. Yo no quería matarla. Yo no quería participar en los Juegos. ¿Comprendes? Yo no quiero estar aquí, pero sé que ya estoy dentro y que jamás podré escapar, así que intento hacer todo lo que esté en mi mano para que mis tributos salgan vivos y estén bien.

Por una vez en mucho tiempo, me quedé sin habla. Finnick parecía alterado, incluso ofendido; fruncía el ceño con fuerza y unas arruguitas finas como ríos le decoraron la frente.

-¿Me vas a intentar engatusar con palabras, Finnick? No voy a fiarme de ti para que luego te pique un insecto y me traiciones.

Él negó con la cabeza. Me miraba con compasión, como si él fuese el sabio y yo una cría recién salida del huevo.

-Si no te fías de mí, no te podrás fiar de nadie. Aquí soy tu compañero, y lo creas o no... Soy el único que realmente intentará salvarte.

Compañero.

Enemigo.

¿Quién era quién?
¿Quién era Finnick?

El verdadero amor de Finnick Odair. /sin editar/Donde viven las historias. Descúbrelo ahora