Al fin era sábado y los niños andaban de un lado a otro emocionados. Junmyeon intentaba tener todo listo ya que Yerin llegaría en cuestión de minutos. Revisó varias veces su atuendo y es que por petición de sus dos hijos le habían dicho que se pusiera las bermudas que andaba y esa playera tan pegada al cuerpo. Él ya rondaba los treintaicinco años por lo que no quería verse ridículo pero sus hijos insistían que se veía bien, aun así se preocupaba, Yerin tenía sólo veinticinco años y comenzaba a pensar que era bastante la diferencia de edad.
—Ahí viene Yerin – comunicó la pequeña Hanna sacando de sus pensamientos a su padre – creo que necesita ayuda
Junmyeon se asomó a la ventana en donde espiaba Hanna, en efecto Yerin parecía necesitar ayuda urgente. Corrió hacia ella, estaba a punto de tirar una canasta cuando llegó él a tomarla.
—Gracias – dijo con alivio ella. Traía consigo varios inflables que rodeaban su cuerpo, tres canastas de comida y una mochila enorme colgando de su espalda donde seguramente llevaba su ropa. Parecía un circo ambulante – estaba a punto de morir la tarta de manzana
—Dame más cosas, te ayudaré – pidió aunque ya estaba agarrando las canastas – Oye Yerin, los niños saben nadar no necesitas llevar tantos inflables – le comentó mientras iban a la camioneta a dejar todo lo que llevaban.
—Es que no son para los niños... — contestó, Junmyeon se volteó a verla, tenía las mejillas rojas – no sé nadar – terminó de confesar, no pudo evitar soltar una carcajada por su expresión – no te rías, es que no soy buena coordinando y siempre me hundo, ¡yo no floto! – se acercó a acariciar su cabellera, le parecía linda.
—Yo ten enseñaré – propuso él.
—Igual no dejaré mis inflables – advirtió ella. Terminaron riendo y luego llamaron a los niños para ya irse.
En el camino Yerin les estuvo contando que al parecer la yegua que había adoptado estaba preñada y que ahora no sabía qué hacer con un potro. Le sugirieron que lo vendiera o que simplemente lo adoptara también pero ninguna opción le parecía. También los niños le estuvieron contando sobre cómo les iba en la escuela y que no extrañaban la ciudad porque pasaban más tiempo con su padre.
—A mí nunca me ha gustado la ciudad, mi madre dice que soy de campo completamente – comentó ella, los dos niños se miraron con preocupación, Yerin nunca querría casarse con su padre entonces. Junmyeon observó de reojo a la chica, entendía aquello puesto que si ella se iba a la ciudad con él perdería parte de su encanto...se quiso dar una bofetada mental ¿qué estaba pensando?
Los guío perfectamente todo el camino hasta llegar al lago. Dejaron la camioneta lo más cerca que pudieron y luego los niños corrieron hacia el lago con emoción dejando atrás a los dos adultos.
—Niños, no corran – les pidió su padre algo preocupado de que algún accidente sucediera.
—Estarán bien – aseguró Yerin algo calmada. Volteó a verla dispuesto a preguntarle cómo rayos aseguraba eso sin embargo vio una gran sonrisa en ella que de alguna manera le recordó a su difunta esposa, como si la misma aura maternal emanara de ella – vamos a bajar las cosas – sugirió ella.
Los dos se dispusieron a bajar las canastas y Yerin a tomar su inflables, fueron minutos para que una gran manta estuviera casi al borde del lago y para que los niños jugaran en el agua.
—Iré a cambiarme – dijo de repente Yerin levantándose de su asiento, Junmyeon la observó.
— ¿A dónde? – preguntó al no ver más que vegetación, ella señaló hacia el bosque.