6. No eres Azul, eres Azul oscuro.

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La silla de ruedas me resultaba agradable, aquel tacto, el sillón...

Aunque las ruedas no paraban de chirriar.

Lo agradecía con toda mi alma. Interrumpía aquel silencio incomodo entre Kit y yo.

Aquel silencio horroroso.

No me gustaba para nada que el silencio me dominara. Me había dominado durante horas y horas, prohibiéndome hablar, y ahora que podía hablar, ahora que podía dominar al silencio, no me salían las palabras. No estaba aprovechando mi boca, ni mi voz.

¿El ambiente me estaba volviendo estúpido?

Tal vez de tanto dormir todo mi cuerpo se debilitaba, incluyendo mi inútil cerebro.

Podía notar la presión de las manos de Kit al conducir la silla de ruedas. Como si la tuviera que dominar. Podía notar tanto su fuerza, su presión, en mí.

Parecía que tuviera miedo de perder el control de la silla, dejándome a mi libre. Dejándome libre para escaparme de aquel lugar, con una maldita silla de ruedas, como si fuera algo milagroso. No me serviría para nada, escapar de aquella forma sería inútil, ni siquiera sabría donde ir, solo era una prisión. Al fin y al cabo me acabarían frenando e inyectándome de nuevo la vacuna con aquel liquido azul, para que durmiera de nuevo.

Todo el día estaba durmiendo. Para eso, deseaba que me mataran, antes que dormir y despertarme confundido todo el rato.

Todos están controlándome, están pendientes de mí a cada hora.

Pensé.

Me molestaba.

Aunque a la vez me gustaba.

Sobretodo cuando el Dr. Zenbach se ponía furioso, se desesperaba, al ver que no seguía los planes que él tenía hechos, al ver que sabía hablar antes de tiempo. Me encantaba ver su reacción, y como se preocupaba, estando al borde del fracaso.

Aunque todavía no entendía porque estaban tan pendientes de mí. Sus conversaciones me dejaban confundido, los médicos me dejaban confundido con sus palabras, no entendía porque tantos cuidados para mí, no entendía nada.

Me dejaban tan confundido como el ruido que seguía provocando la silla de ruedas, aquellas malditas ruedas, no entendía como podían chirriar tanto. Estábamos yendo por un camino recto, y ellas no paraban de chirriar. Me entraban ganas de romperlas e ir caminando yo mismo a mi habitación.

¿A caso los médicos no me veían con suficientes fuerzas para caminar?

No poder caminar con tus piernas, con una parte de tu cuerpo, eso, me hacía sentir fracasado.

Kit giró la silla de ruedas hacía el pasillo de la izquierda. Aquel pasillo no estaba tan desolado como en el que habíamos estado anteriormente, el cuál era recto y vacío. En el que estábamos ahora, había médicos.

Todos los pasillos eran iguales, todo estaba pintado de color blanco. Paredes blancas, suelo blanco. Parecíamos fantasmas caminando por los pasillos, todos vestidos de blanco, y todo pintado de blanco.

Fantasmas encerrados, y vivos.

Si estar encerrado era estar vivo, el concepto de libertad se había definido mal en mi mente.

― ¿Cómo te encuentras, Azul? ―La voz de Kit interrumpió mis pensamientos sobre la libertad y los fantasmas. Su voz la pude oír de una manera tan intensa, que sentí mi corazón pararse un momento del susto.

El Experimento AzulDonde viven las historias. Descúbrelo ahora