VII

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Tengo que salir de aquí ya. Estas cuatro paredes me están empezando a agobiar. Me vuelvo a levantar después de haberme sentado cuando terminé de hablar con Álvaro. Me sigue doliendo la cabeza horrores, pero tendré que seguir aguantando.

Salgo del aseo individual y me dirijo al espejo. Menos mal que no hay nadie mas allí.

Tengo un aspecto horrible. Todo el poco maquillaje que llevaba está corrido por toda mi cara. Mis ojos están rojos y el pelo encrespado. Para ser sincera, no me sorprendo lo más mínimo, me esperaba que mi aspecto fuese así.

Me refresco la cara e intento peinarme un poco el pelo, pero sigue igual. Podría sacar el cepillo que tengo en el neceser...

Pongo mi bolso sobre la encimera de los lavabos y busco mi bolsa de aseo.

Aquí falta algo...

Lo noto mas vacío. No creo que sean imaginaciones mías, se perfectamente lo que llevo en mi bolso y estoy segura de que me falta algo.

Mi libreta...

Mierda, mi libreta no está. Ahí tengo todas mis historias y mis recuerdos. Todo lo que ocurre en mi vida está escrito en ese cuaderno. Todos mis secretos y confesiones están ahí; por muy cursi que parezca, no me gustaría nada perderlo. Y menos que alguien lo leyese. Llevo desde que era muy pequeña escribiendo ahí.

Respiro hondo e intento calmarme.

Ya está. Está perdido y seguramente que quien lo haya encontrado se esté riendo en estos momentos de lo que hay escrito. Es bastante vergonzoso.

No puedo hacer mucho más y tampoco tengo el cuerpo para ponerme a buscarlo.

Me gustaría llorar, pero no me quedan lagrimas. Esta situación es muy triste. Lo que empezó siendo un buen día está siendo mi peor pesadilla.

Guardo todo en mi bolso. Antes de salir por la puerta echo un ultimo vistazo al espejo  veo una chica a simple vista débil y frágil. Pero aún así me digo mentalmente "tu eres mas fuerte que todo esto".

En el fondo no me creo ni una sola palabra de lo que he dicho, pero prefiero engañarme a mi misma antes de afrontarme de nuevo a la realidad.

Empujo la puerta del aseo, esta vez con cuidado. Agacho la cabeza, ya por costumbre.

Entonces veo a alguien que está sentado con la espalda apoyada en la pared al lado de la puerta.

Es... Adrián, el skater.

Decido no pararme a preguntarle qué es lo que está haciendo ahí. No quiero hablar con él. Quiero que el trayecto que me queda sea tranquilo. No me puedo permitir llorar más.

Sigo mi camino hacia los andenes, pero noto que se levanta muy deprisa y dice -Eh, espera por favor.

No le hago caso y acelero la marcha. Paso de oír cómo me echa la bronca de nuevo.

-Joder, quieres no andar tan deprisa y escucharme de una maldita vez- acelera y me adelanta plantándose delante de mi, impidiéndome continuar mi tranquilo camino para salir de esta pesadilla.

Le miro a la cara incrédula y sin saber muy bien qué decir. Estoy dudando en si debería darle un guantazo o gritarle.

-¿Qué cojones quieres tío?- le digo más alto de lo que esperaba que iba a sonar.

Él suspira y entonces saca algo de su mochila.

¡Mi cuaderno!

-Qué haces tu...- digo, pero me corta.

-Se te cayó cuando bajaste del tren- dice tendiéndome el cuaderno.

Entonces inevitablemente lo primero que pienso es en si lo ha leído.

Noto cómo mis mejillas se tornan más rojas de lo que ya estaban y lo guardo muy deprisa en mi bolso.

Le tendría que dar las gracias... de nuevo.

No se las merece después de cómo me ha tratado y no quiero volver a llevarme otro disgusto. No voy a dejar que me humille de nuevo.

-Te daría las gracias, pero me contestarías como un capullo de nuevo así que mejor me lo ahorro- le digo con ironía.

Adrián parece sorprendido al oírme decir eso. Yo también lo estoy. Me doy unos golpecitos mentales en la espalda, felicitándome por aquella contestación.

-Y ahora por favor, ¿me dejas pasar?- le digo señalando las escaleras mecánicas que van al anden de mi próximo tren.

Pero lo último parece que no lo ha oído bien o no ha querido oírlo porque sigue en el mismo sitio.

-¿Perdona? ¿Que yo te he tratado como un capullo? Haber si te enteras que si no fuese por mi, ahora mismo estarías con Marcos haciendo a saber el qué. Lo único que te he dicho ha sido que abrieras los ojos. Que aparece un tío bueno y se os caen las bragas a todas. Me deberías dar las gracias no solo por eso, si no por haberte abierto los ojos de una vez. De verdad, las tías como tu me dan pena.

Me quedo con la boca abierta. No me puedo creer que me esté diciendo esto... otra vez. Este tío es un capullo de verdad. No es normal.

Pero saco el poco valor que me queda y le contesto.

-No tienes derecho a decirme todo lo que me estás diciendo. ¿Tu qué sabes de mi vida si no me conoces en absoluto? ¿De verdad te crees que tienes el derecho de venir a decirme todo esto? ¡Para tu información, ha sido Marcos el que me ha obligado a irme con él, y lo sabes! Además, ¿si te doy pena por qué me has ayudado? ¿Y por qué has esperado en la puta puerta del baño con mi cuaderno a que yo saliese? Te haces el duro y luego no eres nada, la pena me la das tu a mi, machote.

Ahora el que tiene la boca abierta es él.

Me siento mejor después de haberle dicho todo esto. Era lo que necesitaba.

Me voy y le dejo atrás en el mismo sitio. Me alegra haberle dejado con la palabra en la boca. Se lo merecía.

Pero no me he librado del todo de él.

-¿Pero quién te crees tu ahora para decirme todo esto a mi? Eres una niña mimada. No me hace falta conocerte para saberlo. No tienes ni idea de la vida. Ni idea. Así que no te quejes cuando te pasen cosas así, porque tu misma te las buscas.

Me doy la vuelta y le miro directamente a los ojos. Si pudiese matar con la mirada, lo haría.

¿Que soy una niña mimada? ¿Que no tengo ni idea de la vida? Claro, toda mi vida es de color rosa y con unicornios de algodón de azúcar volando a mi alrededor todo el día. No tiene ni idea de mi vida. ¡No sabe nada, joder! No tiene derecho a opinar, no me conoce.

Pero lo que de verdad me ha dolido es que me haya dicho que todo ha sido culpa mía.

Las lagrimas amenazan con salir de nuevo. No puedo llorar delante de él. Otra vez no, me niego a hacerlo.

No le contesto y me doy media vuelta de nuevo.

No espero que me siga. Ya está, ha ganado él. Era al fin y al cabo lo que él quería, volver a restregarme todo. Humillarme de nuevo.

Tan sólo ha sido otra oportunidad más para ganarme en este juego absurdo al que solo él quiere jugar.

Ando mas rápido de lo que mis piernas aguantan, pero hago un esfuerzo para demostrarle a Adrián que me importa una mierda. Es lo mejor que puedo hacer, olvidarme de él y no entrar más en su estúpido juego. No puedo con esta situación, ha consumido todas mis fuerzas.

Quizá Adrián tenga razón y sea demasiado débil. O quizás simplemente sea una persona normal con sentimientos, lo contrario exactamente a lo que es él.

Encuentro el anden correcto y bajo las escaleras mecánicas. No hay mucha gente esperando, por lo tanto me puedo sentar en uno de los bancos a esperar.

El tren no llega hasta dentro de diez minutos.

Diez minutos en los que todo es posible, hasta una declaración de amor.

Como extraños en un trenDonde viven las historias. Descúbrelo ahora