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"Muchos dicen que la mente del hombre se encuentra en el corazón" – anunciaba algún psicólogo en la radio. – "Tal vez" – fue lo que pensé. Depende el hombre, tal vez la mente del hombre se encuentre en el corazón descartando la posibilidad repentina de que dicho hombre pueda sentir algún sentimiento alguna vez si eso sucede o sin embargo puede ser que aquel hombre no tenga corazón producto por el cual lo único más familiar al corazón sea su propia mente. Una frase dicha de una psicoanalista que lo único que fomenta es la esperanza y la profunda fe en los seres humanos, haciéndoles creer que cualquier hecho y/o semejanza sea posible descartando por completo la mínima posibilidad que fracase.

Apago la radio, no tenía sentido seguir escuchando aquellas frases que te hacen pensar en ti mismo o que te lava la cabeza a tal podo que para uno es todo paz y amor, sin duda yo no sabía que clase de hombre era si el que creía que su mente estaba en el corazón o si tal vez no tuviera uno. Aun así, no me importaba, yo era lo que era.

Me dirigía a mi departamento tras una semana exhausta en la empresa, había sucedido todo tan rápido que hasta ni siquiera había evaluado lo que sucedía a mi alrededor. No había visto a Elena desde aquella mañana extremadamente rara y aquello me frustraba. Ambos no habíamos encontrado la manera ni el tiempo en vernos, ella tenía sus estudios y yo...Yo tenía mi empresa. Aunque tengo que admitir que mi necesidad de verla era inmensa también tenía que admitir en cierto modo que la extrañaba.

El auto desciende por las sobrias y oscuras cocheras que se hallaban en un subsuelo del edificio. Yacía así, la única luz proveniente de mi auto, el resto era oscuridad.

El elevador subía a su velocidad mínima. Espero, mientras arreglo el nudo de la corbata observándome por los cristales de este, como si de alguna manera alguien me estuviese esperando allí, una mujer, hijos... ¿Cómo si tuviese familia? Dejo de lado el torpe intento de emprolijarme y salgo del elevador, depositando la llave de plata en el compartimento de la cerradura haciendo un doble giro y por fin... tengo acceso a mi casa.

Agotado dejo mi maletín a un lado del hall y me dirijo hacia la sala donde me esperaba un enorme sofá de más de cinco plazas junto a un televisor de cincuenta pulgadas. Me recuesto, absolutamente relajado dejando el nudo de la corbata a medio hacer y el cinturón de mi pantalón apenas abrochado. Cierro los ojos.

No llego a saber con esa especificidad cuanto tiempo dure – tal vez unos diez segundos – pienso.

Un chirrido proveniente del algún lado interrumpió mi relajación. Había alguien aquí, ese era el punto, había alguien que no sabía quién sería... ¿Acaso yo esperaba a alguien? No, no lo hacía.

Me enderezo, tenso. Comienzo a pensar los cientos de probabilidades, mis padres no tenían acceso a mi casa y de ser así ya los habría visto, La empleada domestica tampoco poseía esos accesos y en este momento estaba de vacaciones y Elena... Elena simplemente hubiese dado a conocer su presencia viniendo hacia mí corriendo al encuentro. Sonrió ante el último pensamiento.

¡Ya basta Elliot! ¡Concéntrate! Por un instante no pienses en ella...

El chirrido vuelve a sonar estabas dando a conocer su presencia, provenía de la cocina. Me pongo de pie, aun mas sobresaltado y me dirijo cuidadosamente hacia la cocina.

Si tal vez esto fuera una especie de película policial o de terror ya estaría muerto ya que inconscientemente no tome ninguna artefacto para atacar, tal vez esperaba llegar allí y conversar con la persona que estaba allanando mi casa, no lo sé pero para entonces ya estaba en la cocina.

-¿Elena?

-¡Hay! ¡Hola! - dice alegre mientras corre a abrazarme.

Aun estaba sorprendido, sinceramente no esperaba que estuviese aquí pero de alguna manera, algún dios – tal vez – ha escuchado mi pedido.

Todo de EllaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora