S I E T E

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Cassie se revolvió con dificultad entre las sábanas, sentía que se ahogaba al tener un peso sobre su pecho. Abrió los ojos de golpe al oír una queja a su lado, una queja masculina.

–¡Oh no puede ser! –chilló espantada y, tomando impulso, se sentó sobre la cama apartando el brazo del chico de anoche.

–Mi cabeza... Shh. No grites –susurró el rubio, ocultando la cabeza en la almohada.

–Que asco –Cassie hizo una mueca y con sus manos refregó su rostro, intentando despertar del todo.

–Eso no lo decías anoche –se defendió el moribundo.

–Debe haber sido porque estaba ebria ¿No crees?

El rubio levantó la cabeza con pesar y miró a Cassie.

–¿Acaso yo te dije que tomarás?

Cassie suspiró para sus adentros dándose cuenta de que la había cagado en todos los sentidos. Ahora entendía porque Megan había hecho lo mismo. El alcohol te hacía cometer muchos errores, pero siempre hay que tener presente que de los errores se aprende.

Gema, por otro lado, se levantó a tientas esforzándose por abrir los ojos, los cuales pesaban de sobremanera. Arrastró los pies y palpó el lugar donde debería estar la puerta de su baño, pero en su lugar no había nada. Espantada abrió los ojos sin dificultad y se dio cuenta de que estaba frente a una pared de color azul, cuando en su lugar debía ser roja. Entonces, confundida, recorrió la habitación y se dio cuenta de dos cosas muy curiosas: Primero, esa no era su habitación. Segundo, lo que tenía puesto no era su pijama.

–¿Qué diablos? –buscó su ropa, pero no la encontró, en su lugar se topó con ropa masculina esparcida en un rincón.

Dispuesta a saber dónde estaba, salió de la habitación dándose de lleno con una hermosa sala de estar. Recorrió el acogedor lugar y se topó con una ancha espalda moviéndose de un lado a otro.

–Escucha tío, ¿me puedes decir dónde estoy? –frunció el ceño aparentando enojo, solo para no verse intimidada y asustada.

No era la primera vez que despertaba en un lugar ajeno, pero no se enorgullecía de eso. Más bien, le avergonzaba tener la necesidad de embriagarse, pero era algo que la hacía sentir bien por un momento.

–Estás en mi casa –parpadeó mirando sorprendida a Nickolas.

–¿Profesor? –dio un paso atrás, aterrada.

Nickolas sonrió de medio lado imaginando lo que se podría estar preguntando la pelinegra, la cual parecía no darse cuenta de que traía puesta una camisa comprometedora que te tentaba a quitar.

–No hicimos nada, descuida –tomó una taza y sirvió agua caliente –¿cuantas de azúcar?

–Cuatro –Gema se sentó en el taburete y, apoyando los hombros en la encimera, se inclinó hacía Nickolas– entonces... lindo apartamento –comentó relamiendo sus labios.

–Lindo tatuaje –murmuró el pelirrojo enarcando ambas cejas hacía ella.

–¿Eh? –nerviosa, dejo un mechón de cabello tras su oreja y adquirió una postura recta.

–La mariposa.

–¿Cómo...? –entrecerró los ojos sin saber dónde meterse.

¿Cómo decía que no pasó nada si había visto la mariposa que tenía en su muslo?

–He dicho que no pasó nada, no que yo no viera nada –Nickolas dejó la taza con café frente a ella y se inclinó echando el trasero hacía atrás– ¿pastilla?

–Estoy bien, ya me acostumbré a la resaca –dijo sin más encogiéndose de hombros.

Nickolas chasqueó la lengua y se giró para prepararle algo de comer a la chica casi desnuda, si no fuera por la camisa. Su camisa.

–No le diremos esto a nadie.

–No pensaba hacerlo –ambos guardaron silencio.

–Sobre la mariposa...

–No te diré– Nickolas se dio la vuelta y, tomando el cuchillo, sacó mantequilla del envase y lo esparció por el pan tostado.

–¿Cogimos o no profesor Greyson? –Gema se revolvió ansiosa por saberlo.

Nickolas negó, casi decepcionado de no haberlo hecho.

–Lastimosamente no señorita Anderson.

–¿Por respeto o por qué no le dieron los huevos? –Gema sonrió de medio lado intentando averiguar porque no la había tocado o, en el peor de los casos, entender porque Aiden no lo había hecho.

–Ninguna de las dos –Nickolas le dejó el pan al lado de la taza– verás, las mujeres se respetan pero, sobre todo, las mujeres merecen placer, y en el placer no hay respeto alguno –buscó la mirada de la chica y al encontrarla pensó las palabras correctas– no creas que no eres deseable, porque me moría por hacerte gemir, pero me gusta que cuando le doy placer a una mujer, esta recuerde cada momento. Y tú no estabas en condiciones de recordar, ¿o sí?

Gema lo escuchó atentamente, disfrutando de tenerlo frente a ella, llevó la taza a sus labios y le dio un sorbo, cuando acabó, bajó la taza y relamió sus labios.

–Hubiese deseado estar en condiciones –terminó por decir con voz suave y lenta, intentando atraer la atención del chico.

Nickolas notó que el tema se estaba poniendo demasiado intenso y que, desafortunadamente, ella había olvidado algo importante.

–Deberías llamar a tu novio.

Gema torció la boca, frustrada por recordar aquel ser frívolo, casi inexistente.

–Oh vamos, ¿tu novia sabe que estoy aquí?

Con cejas enarcadas miró a su profesor, convencida de que la respuesta era un rotundo no. Nickolas sonrió y con lentitud rodeó la encimera hasta llegar a su lado, la hizo girar aún sobre el taburete e, inclinándose con las manos sobre los muslos de la morena, acercó los labios al cuello de esta.

–¿Estas en condiciones de recordar? ¿O seguimos fingiendo que no deseamos esto?

Belle petite [+16]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora