El Valle de la Muerte

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Al despertar, tenía un traje extraño, algo así como plástico y metal unidos, no sentía mi ropa de tela y el frío se apoderaba de toda mi piel.


El lugar no había cambiado para nada, sólo que ahora, estábamos sentados en el círculo de sillas, amarrados de manos y pies.


Mi cabeza me pesaba y no podía alzar la vista, mis ojos me palpitaban y oía a mi corazón latir lentamente.


-Pum... −murmuré repitiendo la frecuencia de mi corazón para verificar si era la correcta. –Pum... Pum... Puumm...


-Ya que todos están despiertos... −N habló delante de nosotros, sólo podía ver su calzado. −Quisiera repetir mi oferta. Si nos ayudan a completar el DEATH VALLEY, mantendremos el secreto de su salud; pero si se atreven a revelar información, tomaremos medidas drásticas.


- ¿Cómo cuáles? −preguntó Amelie.


-¡Qué buena pregunta, señorita Champs! −no podía saber qué expresión tenía, ni a dónde se movía, mi cabeza me dolía terriblemente y mi cuerpo se volvía extremadamente sensible a todo, si recibiera un golpe en ese estado, se volvería enseguida en un moretón enorme. −Cómo sabrán, no son los únicos que tienen en su sangre la "sustancia N".


-¿Se refiere a la novocaína? −preguntó temeroso Zail. N soltó una carcajada infernal, mis tímpanos vibraron de dolor y empecé a sangrar de la nariz.


Me puse peor, el sabor metálico me punzaba en todo el cuerpo.


-¡Maldita sea! Si quiere que completemos su estúpido juego, al menos tenganos en condiciones favorables. −se quejó Vlad.


-En eso estaba hasta que usted quiso escapar, señor Cardenotti. –se oyó una bofetada. La sangre no me dejaba respirar bien, así que abrí la boca, dejando que se me llenara de sangre, la saliva se me caía y los líquidos juntos me hacían toser.


-Christian... −masculló a lo lejos mi gemelo, oía en su tono de voz la preocupación que tenía.


-Ah, ya veo. −N se acercó a mí, tomó mi rostro con sus manos y me obligó a alzar la mirada, sus dedos estrujaban mi cara y me dolía hasta en los dientes...


Me sentía en el infierno.


Pero aun no comenzaba.


-Por ti no puedo continuar... −gruñó, dejó caer mi cara y sentí como si mi cuello no fuera a sostener por mucho mi cabeza. Después recordé cuando en el NOVOCAINE, en la Revolución Francesa, Zail me cortó la cabeza.


Sangre.


Sangre...


-¡Haz algo, papá! Sin él no puedes seguir el proyecto. −exclamó Daniel. N chasqueó los dedos y las ataduras me liberaron en seguida. Caí de cara al suelo, sentí como la sangre se acumulaba para dar paso a un moretón.

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