12. De citas y engaños

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— ¿Este es tu brillante plan?

Para alguien que ama el cine, estábamos frente a una de las peores carteleras que nos podría haber tocado. O bueno, no para alguien que ama el cine, sino alguien que tiene que planear una cita. O alguien que tiene una mínima pizca de sentido común en su ser.

Había cuatro películas de comedia romántica, dos de terror, una de comedia y una de acción. Seis de todas esas opciones eran terribles para una primera cita.

—No le veo lo qué tiene de malo, creo que son buenas opciones—respondió.

Me sobé el tabique de la nariz.

—Si ven una comedia romántica van a sentirse incómodos, si ven una de terror van a encontrarse en una situación cliché insoportable. Las dos viables son la de acción y de comedia, allí siempre surgen nuestras verdaderas identidades.

—Bueno, que vallan a ver esas.

— ¿Y cómo planeas hacer eso, genio?—requerí, mientras me cruzaba de brazos— ¿Usando telepatía para meterles la idea en la cabeza?

Después de pensarlo por un momento, negó con la cabeza.

—Hubiera sido más práctico que les hubiéramos adjuntado las entradas con las notitas. Ahora ya todo depende del destino, la suerte, plegarias, lo que sea, menos nosotras. Bien hecho, Cayla.

Ella se volvió ofendida hacia mí.

— ¡Eso no es justo, no es todo mi culpa! Que yo recuerde, tu tampoco dijiste nada—reclamó mientras me apuntaba acusadoramente.

Le mostré mis manos, en señal de defensa.

—Tú no preguntaste, y permíteme dejar en claro que desde el comienzo esto me pareció una mala idea.

—Lo cual no cambia el hecho de que no te preocupaste en evitar este error. Significa que es nuestro error, y como tal tenemos que encontrar una manera de solucionarlo.

— ¿Cómo demonios quieres solucionar algo así de imposible?—exclamé.

Una risita a nuestro lado llamó nuestra atención. Entonces me di cuenta que Cayla y yo estábamos enfrentadas, en pose ofensiva, como si estuviéramos listas para saltar una sobre la otra.

A nuestro lado había un chico, alto y de cabellos oscuros. Llevaba una camisa a cuadros arremangada y jeans negros. Se llevó un puñado de pochoclos a la boca (del gran pote que le requería todo su brazo izquierdo el sostenerlo) mientras miraba nuestra discusión entretenido.

— ¿Por qué se detienen? Estaba bastante interesante—dijo.

Cayla se volvió a mirarme. Le devolví un vistazo. Ambas nos volteamos hacia él.

— ¿Se puede saber quién eres tú?—preguntó la pequeña. Cuando se trata de ser rudos y hablar sin pelos en la lengua, ella es la mejor. Había adoptado su posición de superioridad: brazos cruzados sobre el pecho, cabeza erguida, con la pera levemente elevada, y una mirada de educado desprecio que me causaba querer irme de allí, o compadecer a aquel que la haya merecido.

El chico no pareció afectado en lo más mínimo por el aire amenazador que inundaba a Cayla.

—Un humilde espectador a tan encantadora escena—mencionó antes de llevarse más palomitas de maíz a la boca. Ni siquiera tuve que girarme a verla para corroborarlo, supe por la tensión creciente que Cayla había levantado su ceja. Eso era un claro ultimátum. Dile lo que quiere saber, estúpido, o morirás—. Mi nombre es Huge, ¿Cuál es el tuyo?

Key word: BETDonde viven las historias. Descúbrelo ahora