19. El final de las ideas

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Habían pasado dos días, es decir, ya era viernes.

Ayer no vine a la escuela, porque soy una cobarde y porque de tan nerviosa y decaída que me sentía anímicamente, algo me dio, y estuve vomitando en el baño desde la mañana hasta poco más de la siesta. No soy bulímica, ni tengo ningún tipo de desorden alimenticio, por si les surge la duda.

Pero ya me había decidido. Además de que hoy era viernes y, si algo salía muy mal, tenía todo un fin de semana para lamentarme y pensar qué hacer de mi vida.

Esta vez me hice un triple nudo en mis zapatillas, até mi cabello y hasta pensé en usar maquillaje de guerra, pero eso ya sería exagerar; con un poco de bálsamo labial me arreglo.

El camino a la escuela fue largo y lleno de indecisión. Cada paso que daba significaba un paso más cerca de una posible solución o la destrucción total de lo que intentaba arreglar. Tenía miedo, como cuando sabes que estás frente a un gran cambio y sabes que luego de eso nada será igual. Como cuando están por cumplirse las doce y sabes que nunca más volverás a tener diecisiete, o cualquiera que sea tu edad. Como cuando sabes que vas a decepcionar y quebrar emocionalmente a personas que amas.

Pensaba saltearme esta parte de la explicación, porque es incómoda y penosa, pero es necesario que entiendan lo difícil que fue llegar a un acuerdo.

—Samantha, por favor...—rogué una vez más. La rubia avanzaba rápido intentando dejarme atrás, pero era imposible: yo no me iba a rendir, además de que su extraño caminar le jugaba en contra.

—No quiero escucharte—dijo, por cuarta vez.

A diferencia de las veces anteriores, le pregunté el por qué. Ella se detuvo, ofendida por mi inocencia.

— ¿Es enserio?—tenía una leve sospecha, pero estaba logrando que me hable, por lo que asentí. Ella suspiró, lista para largarme su monólogo acusatorio—Te conté acerca de mis sentimientos, ¿y tú qué hiciste? Te encargaste de encerrarme con él, para luego enterarme de que esa persona te prefiere a ti. ¿No te parece un chiste de mal gusto? Por favor, ya déjame en paz.

—Yo no lo sabía—dije. La razón por la que Sammy se detuvo fue mi tono de voz: no fue una justificación. Fue un lamento. Ella me miró, dudosa—. Todo lo que te pido es que vayas, es mi intención disculparme.

La rubia de cruzó de brazos.

— ¿Por qué no te disculpas ahora?

—Porque no eres la única a la que le debo una disculpa—comenté con una sonrisa triste. Ella me analizó por unos breves segundos, para luego darse vuelta y continuar a su clase del momento. Esta vez no la seguí.

Como entenderán por el dialogo anterior, Samantha fue la más difícil de convencer. A Cayla solo tuve que enviarle un mensaje con la palabra mágica (BET) y el lugar de encuentro. Peter... bueno, en verdad les contaría como convencí a Peter, pero es un pequeño dialogo que está lleno de sonrojos por mi parte porque ahora me daba vergüenza estar en su presencia. Pero lo convencí, y tenía media hora para controlar mis mejillas antes de un próximo encuentro donde se me salgan de mi cara por lo sonrosadas que se encuentran.

Me llamarán tonta, adelante, pero permítanme recordarles quien soy: están hablando de la chica que está por dejar la escuela secundaria sin haber tenido ni un solo novio (nunca), sin haber llamado la atención de ningún hombre (y no les contaré la vez en que esa chica se me insinuó), sin haber dejado a nadie sin sueño, sin haber tenido que preocuparme nunca por cómo alguien más me veía. A mí me gusta como soy, aún si eso incluye ser tan despistada que no entienda la mitad de las indirectas que me lanzan.

Key word: BETDonde viven las historias. Descúbrelo ahora