14. Madriguera

15 1 2
                                    

Sábado por la mañana el timbre de mi casa sonó. Me tiré de mi cama al suelo y, con el sueño aún pesando en mis ojos, me asomé por la ventana. Mi habitación era la que daba a la calle, por lo que pude ver con facilidad a Peter parado en la vereda.

Me metí en los jeans que estaban a mi lado y, aún con la remera del pijama puesta, tomé mi celular y mandé un mensaje a Cayla. "BET".

Escuché los pasos de mi madre acercándose para ver quién era. Cuando atravesó el umbral de la puerta de mi habitación, ignorando el casi infarto que le dio al verme tirada el suelo, me hizo señas preguntándome quien era. Me encogí de hombros y solo moviendo los labios le dejé en claro que no lo conocía.

Ella pareció conforme hasta que el timbre volvió a sonar.

"Es insistente" moduló mi madre. Asentí, como si fuera irremediable. "Voy a ver qué quiere" aclaró antes de alejarse.

Me puse un par de zapatillas y, sin siquiera atarme los cordones, volví a asomarme a la ventana. Peter seguía ahí.

Oí la puerta abrirse. Mi casa tiene dos entradas. La puerta principal que casi nunca usamos, y la trasera, que pasa por la cochera y es de uso habitual.

Tomé mi billetera, las llaves de la casa y mi celular. Cayla aún no había respondido.

Esperé a que mi madre lo hiciera pasar para abrir la puerta principal de casa. Mientras ellos daban la vuelta a la propiedad por el patio trasero, yo salí hacia afuera, cerrando a mis espaldas.

Caminé una calle, hacia la avenida más cercana, y le envié un mensaje a mi madre, diciéndole que me acordé que tenía que hacer algo y que volvería más tarde. Me asesinaría cuando regresara, pero soy una cobarde y no me atrevo a hacerle frente a alguien a quien intenté manipular.

Aproveché para atarme los cordones, luego mis pies siguieron andando, sin decidirme por un rumbo fijo. Para cuando me di cuenta, estaba a la vuelta de la casa de Cayla. Le mandé otro mensaje: "Voy yendo a tu casa".

De los casi tres años en los que conozco a la pequeña, ella nunca me quiso decir dónde quedaba su residencia. Y lo intenté. Para el segundo año ya era una meta personal averiguarlo. Pero sus madre no salía en la guía, y el nombre de su padre se repetía tantas veces que no pude descartar ninguno. Luego me olvidé. Decidí que ya no importaba. En medio de mi desinterés, una compañera en común me enseñó su vivienda un día. Habíamos salido con destino a la universidad (por un proyecto de investigación) y a la vuelta, antes de dejarme en casa, se desvió. Cuando le pregunté a dónde íbamos me respondió con un "ya verás". Nos detuvimos frente la casa de los Morales, la analicé, grabé mentalmente su ubicación, y luego nos fuimos.

Nunca le dije a Cayla que yo sabía de su hogar hasta ahora.

A una cuadra de distancia pude comenzar a distinguir el lugar. Cada vez que lo veía no podía evitar recordar la Madriguera de los Weasley. Una casa que originalmente había tenido un tamaño estándar para el barrio en el que se encontraba, pero que con el pasar del tiempo le habían ido añadiendo habitaciones hasta alcanzar varios pisos de altura. De entre sus tres pisos, la habitación de Cayla estaba ubicada en el último, con balcón y todo.

Iba caminando por la vereda de en frente, donde había arboles extremadamente gruesos. Ellos me proveyeron de un escondite inmediato cuando la puerta-ventana de su habitación se abrió. No supe por qué me ocultaba, quizás por el sobresalto. Decidí seguir con mi camino, pero volví allí antes de lo previsto. Era un chico el que había salido al balcón. Un chico que no era ninguno de sus hermanos.

Por supuesto, hice lo que toda persona que alguna vez ha visto un policial en su vida haría. Saqué mi celular y comencé a grabar, procurando no ser vista.

Key word: BETDonde viven las historias. Descúbrelo ahora