18. Burla del destino

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Cayla hizo de las suyas, de nuevo.

Cuando terminé con la última clase del día y llegué a mi casillero me encontré con un papelito que decía: "Libéralos" y una llave. Si, esta vez la pequeña se aprovechó enserio. Ahora tengo que ir a limpiar su desastre.

Esperé a que no circulara gente por los pasillos y me dirigí hacia el armario de limpieza general. Con suerte los conserjes aun no habrán empezado sus tareas y no me encontrarán in fraganti en ese lugar que no me correspondía.

Cuando me acerqué a la puerta reduje la velocidad. No se me había ocurrido cómo iban a reaccionar y si yo los liberaba era presumible que sospecharan de mí. Solo para asegurarme de que la culpa le tocara algún lugar del corazón, marqué el número de Cayla y metí el celular en un bolsillo, para que pudiera escuchar todo lo que sucediera.

Introduje la llave en el orificio de la cerradura y llevé a cabo una pequeña plegaria mental antes de darla vuelta y abrir la puerta. Me salí de la visión inmediata, esperando que en verdad creyeran que se había abierto sola. Déjenme, yo quiero creer.

Samantha fue la primera. Si dijera algo como que la habitación la escupió, no hubiera sido tan exagerado, en verdad parecía querer huir. La chica miró alrededor, desorientada. En ese análisis de las periferias fue que me descubrió. Al principio pareció sorprendida, pero luego una sombra abarcó todo su rostro, una mezcla entre traición y odio que me rompió el corazón. Cuando nuestros ojos se chocaron fue que pude ver sus lágrimas. La rubia giró la cabeza y caminó hacia el siguiente pasillo. La llamé, antes de que se perdiera de vista y, aunque pareció disminuir la velocidad como si estuviera en duda, no se volvió.

Pasaron los segundos, que se sintieron como minutos y serían recordados como horas.

—Jean.

Mi nombre no sonó como mi nombre. Sonaba como un sonido que pudiera significar algo para alguien, pero no para mí. No me volteé hasta que volvieron a repetirlo.

Peter estaba en frente del armario, acababa de cerrar la puerta. La llave seguía en la cerradura. Su cabeza estaba tan cercana a la madera que pareciera estar apoyándose en ella, pero no era así.

Con toda honestidad puedo decirles que no sé qué le pasaba, pero no era mi prioridad ahora mismo.

— ¿Qué sucedió con Samantha?— pregunté, casi en un susurro. Tenía miedo de su respuesta.

El chico inclinó su cabeza hacia atrás, esta vez mirando hacia arriba. Buscaba una respuesta que no saldría del moho de la pintura barata que cubría el techo de la escuela.

—Ella me confesó sus sentimientos—dijo con seriedad.

Pude oír, aunque admito que pudo haber sido mi imaginación, un pequeño chillido. No lo relacioné hasta más tarde con el celular y la llamada en curso que se escondían en mi bolsillo derecho.

Aunque me sentí muy triste por Samantha, además de impresionada de su valentía, un sentimiento más oscuro y culposo se instaló en un recóndito lugar de mi pecho. Era ese orgullo descarado de haber ganado, esas ganas de sacar ya mismo el celular de mi bolsillo y gritarle un enorme "¡JA!" a Cayla. Era el saber que aún cuando tuve que soportar sus malas ideas y su mal carácter había logrado devolverle la jugada. Luego me di cuenta que me estaba regocijando en el dolor de otros y me sentí tan mal que quise eliminar el recuerdo de haber siquiera pensado lo anterior. Pero ya no pude. Era una horrible persona.

Peter me estaba mirando. A diferencia de Samantha, en sus ojos celestes se encontraba un sentimiento tan triste como antiguo, pero que me era imposible de identificar porque, verdaderamente, no me importaba. Solo quería irme y olvidar que esta apuesta alguna vez sucedió. Le había roto el corazón a la pobre Sammy.

Key word: BETDonde viven las historias. Descúbrelo ahora