Capítulo 5: Una ligera sospecha.

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Las olas de placer comenzaban a formarse en mis venas, tomando en su posesión todo mi cuerpo y mi mente. La sangre corría por su tez de porcelana, haciéndo el perfecto contraste; como una rosa roja en medio de montañas de nieve.
Sentí una ligera opresión en mi abdomen y mis piernas comenzaron a temblar aun más bruscamente.
-¿Ash? ¿Qué pasa?-su voz grave resonó en mis oídos. Cada vez que movía sus voluptuosos labios, caía una nueva gota de sangre.
Impulsada por las placenteras sensaciones que estaba sintiendo, pegué mis labios contra los suyos. El metálico sabor de la sangre invadió mi boca, enviando escalofríos por toda mi espalda. Estaba en las estrellas y sabría que pronto alcanzaría la luna. Pero necesitaba más, más sangre, más pasión.
Mordí su labio inferior, ganándome un áspero gemido y más sangre fluyendo en mi boca. Tiré insistentemente de la camisa de Andrew, mientras el placer me invadía, sus brazos sostenían mi cintura y sus gritos se mezclaban en el beso cada vez que mordisqueaba su herida y la sangre fluía cada vez más roja y apetecible.
Una vez noté una ligera humedad entre mis muslos, me despegué de él, mirándole a los ojos. Aquellos ojos tan azules, que contrastaban con sus cabellos azabache y su piel blanca. Nunca había visto unos ojos así y eran tan adictivos como la sangre.
Tomé una pequeña gasa mojada en alcohol y la puse sobre su labio. Una vez más, ahogó un grito y no pudo contener saltar hacia arriba ligeramente. Solté una pequeña risa ante sus acciones y despegué la gasa de su cara.
-Puedes dormir en el sofá-murmuré, anulando de mi mente los sucesos anteriores y dándole unas almohadas y mantas.
Sus ojos se abrieron como platos y su mandíbula cayó hacia abajo ante mis palabras, mientras tomaba entre sus manos la ropa de cama.
-¿Por qué te gusta dejarlo todo a medias?
Simplemente me reí, terminé de cambiarme y me acosté en la enorme cama, donde, sin duda, Andrew habría cabido.
-Buenas noches, Andrew.
-Buenas noches, Ash

***
Habían pasado unas cuantas semanas desde que conocí a Andrew y, por ahora, pensaba que ya estaba bien de hombres por unos meses. Pero aquel día, llegué a casa para encontrarme una pequeña e inusual sorpresa. Ni siquiera había tenido tiempo de guardar mi arma cuando alguien llamó a la puerta. Inmediatamente me apresuré a guardar el arma y me incliné para mirar por el diminuto circulo de cristal situado en la puerta. Allí se encontraba un hombre totalmente desconocido, con el uniforme de una tienda
local y una ramo de rosas en sus manos. Abrí la puerta vacilante, mirándole con el ceño fruncido.
-¿Sí?
-¿Es usted la señorita Juliet Black?-asentí con la cabeza.
-Esto es par usted-dijo, secamente, tendiéndome las flores.-firme aquí, por favor.
-Gracias-me limité a firmar en la libreta que me mostraba. Una vez lo hice, se despidió y se fue.
Dejé el ramo de rosas sobre la pequeña mesa, observando la peculiaridas de las flores que lo formaban: todas rojas, como bañadas en sangre, excepto una, la cual estaba situada en medio y estaba tintada de negro. Estiré una de las comisuras de mi boca hacia un lado involuntariamente al ver la pequeña nota colocada entre las flores.
"Tu belleza es tan sublime y exótica que destaca entre todas las demás bellezas. Eres como la ciudad oculta que pasa desapercibida a los ojos de cualquiera. Pero cuando te adentras, te das cuenta de que oculta maravillas y tesoros insólitos y repletos del más extraordinario esplendor.
Eres la rosa más hermosa de este jardín llamado universo y la única ante mis ojos. Eres la rosa negra de este ramo, la más única y bonita, repleta de misterio y sigilo que despierta en mí lo que jamás podrías imaginar.
Atentamente, el océano y el cielo."
Mi mándibula cayó de golpe hacia abajo, dejando en mi cara una evidente expresión de sorpresa al leer la nota. ¿Quién demonios había podido escribir esto? Por supuesto, no creía en el amor ni en los admiradores secretos, ni en ninguna de esas estupideces. Y, claramente, estaba más que dispuesta a saber quién estaba detrás de todo esta idiotez romántica.
Bajé las escaleras hacia el sótano, con la carta aún en mis manos y un cigarrillo entre los labios. Tras mover algunas estanterías, girar llaves en cerraduras y alguna que otra puerta, encontré mi laboratorio, no tan escondido como el arsenal. Me senté en mi silla y tomé una lápiz de carboncillo entre mis dedos, antes de tomar una calada de tabaco y dejar reposar el cigarro en mi labio inferior de nuevo. Pasé el carboncillo por la tarjeta, descubriendo varias huellas dactilares esparcidas por esta. Claramente ninguna era mía, ya que las huellas dactilares de mis dedos habíam sido quemadas años atrás. Sonreí maliciosente mientras escaneaba las huellas, las cuales me llevaron a alguien no muy desconocido.
Andrew Biersack.
Era casi increíble que aquel hombre pudiese haber escrito esa nota y aún más imapctante era el que sintiera eso por mí. Di dos caladas de mi cigarrillo y, sin pensarlo, cerré todas las puertas y abandoné la casa para dirigirme hacia el garaje. Arranqué el coche, deslizando otro cigarro fuera del pequete y arreglándomelas para encenderlo. Conduje hasta el, ya conocido, mecánico donde trabajaba mi admirador "secreto". Me reí para mis adentros mientras dejaba que el humo llenase mis pulmones para, a continuación, soltarlo por la abierta ventanilla. Una vez allí, aparqué donde pude y salí del coche rápidamente. La suela de mis botas negras golpeaban el suelo sonora y repetidamente con cada paso que daba. Un hombre, vestido con un mono negro desabrochado por arriba se acercó a mí. Era mucho más moreno que Andrew y más o menos de mi altura. Sus brazos, al igual que los de mi gran admirador, estaban cubiertos de tatuajes y su pelo castaño caía a la altura de sus hombros.
-Hola, ¿necesitas algo?-preguntó, despojándose de sus oscuras gafas de sol y mirándome con una ceja arqueada.
-Sí, hablar con Andrew.
-¿Para qué?-volvió a cuestionar, mirándome de arriba a abajo.
-Soy una amiga suya. ¿Puedes decirme dónde está de una vez? No he venido a perder el tiempo.-espeté, sintiendo como la ira comenzaba a hacer efecto, calentando la sangre de mis venas notablemente.
-Está dentro.-se limitó a decir.
Forcé una sonrisa y caminé agitadamente hasta el enorme garaje. Había unos cuantos coches en él; sin embargo, no se divisaba ninguna persona.
-¿Andrew?
-¿Ash?-una voz resonó por el garaje.
Caminé en la dirección de la que esta provenía, conduciéndome hasta un coche negro. Una figura de rostro conocido se asomó de abajo del coche, con el mismo mono negro que llevaba el anterior hombre y las manos manchadas de grasa. Se deslizó hacia afuera, poniéndose en pie y desabrochándose el mono.
-Cuánto tiempo, Ash, ¿qué...?
-¿Qué significa esto?-le interrumpí, sosteniendo la tarjeta en frente de sus ojos.
-¿Qué?-exclamó.-Yo no lo he escrito-me reí sonoramente.
-Tus huellas están por todas partes.-sonreí con malicia.-¿Sigues tan seguro de que no la has escrito?
-Bueno, es posible...-musitó, claramente sonrojado.
-¿Y qué significa?
-Significa que eres absolutamente preciosa, Ash.
-Hay mil mujeres más atractivas que yo, Andrew.
-No, puede que haya alguna físicamente mejor, que hasta ahora no he encontrado. Pero lo que destaca de ti eres...tú.
-¡Andrew, por favor! Ni se te ocurra soltar cualquier rollo romántico ni afirmar que me conoces.-espeté, alzando el tono de voz.-No tienes idea de quién soy, ¡maldita sea! Parece que no dejé claro que no quería absolutamente nada contigo ni con nadie.
-Pero la forma en la que me besaste...
-¡No significó nada! Me dejé llevar, ni siquiera fue... por ti-hablé, recordando la sensación que me producía la sangre. Podía escuchar tanto mi corazón como el suyo latiendo sin parar, bombeando sangre por todo nuestro cuerpo insistentemente.
-Lo siento.-exclamó, sin ni siquiera mirarme a los ojos. Suspiré, comenzando a sentirme algo mal por él.
-Me he pasado con los gritos.-me disculpé, dejando caer otro suspiro de mis labios.
-Está bien, me has dejado bastante claro que no quieres nada serio conmigo.-sonrió, aunque forzadamente.
-No es por ti, Andrew. Eres un hombre atractivo y bastante interesante. No quiero nada serio con nadie.
-Yo tampoco. Es solo que tengo la ligera sospecha de estar enamorándome de ti, y cada vez que te miro a los ojos, se vuelve más cierta.
-Pues no me mires-reí, apartando la mirada.
-El problema es, Ash, que no te veo con los ojos. No puedo sacarte de mi cabeza.
-¿Lo has intentado?
-No sabes cuánto.
-Y, ¿por qué te has decidido a enviarme flores con lo más cursi que he podido leer?-me reí, recordando las bonitas palabras de su carta.-El océano y el cielo... sospeché que eras tú por eso. Es una de las mejores representaciones de tus ojos.
-Pues... no lo sé, la verdad. Sentía la necesidad de hacértelo saber y no se me ocurrió nada mejor.
-Escibes mejor de lo que creía, la verdad.-el color escarlata volvió a encender sus mejillas, como si no estuviese acostumbrado a recivir un solo cumplido.
-Antes escribía canciones.-sonrió.
-¡Andrew!-una voz desconocida llamó al delgado hombre desde la puerta. El mismo hombre con el que había hablado antes se acercó a nosotros.
-¡Ashley!-saludó Andrew.-Esta es Ash.
-¡Oh, la famosa Ash!-exclamó este, apretando nuestras manos a modo de saludo.-Nos hemos conocido hace un rato, es un tanto... agresiva.
-¿Por qué "famosa?-me reí sin humor.
-Andrew se ha pasa todo el dí hablando de una tal Ash.
-Oh, vaya.. ¿sabes qué, Andrew? Creo que compartimos esa ligera sospecha...

Placer Rojo. (terminada)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora