Capítulo 9: Placer Rojo.

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Había pasado un par de meses desde que Andrew y yo habíamos empezado lo que se suponía que era una relación. En el fondo, sabía que, en un futuro, fracasaría rotundamente. Pero me limitaba a vivir en el presente y a enamorarme de él un poco más cada vez que le miraba a los ojos, cada vez que sonreía. Cada vez que gemía o que me acariciaba, cada vez que sentía su presencia en mi casa cuando volvía de la ciudad.
Estaba tan sumida en mis pensamientos que no me percaté de que mi cigarro ya se había consumido, por lo que lo dejé caer al suelo. Fue entonces cuando apareció su silueta, caminando hacia mí.
-¡Ash!-gritó desde lejos. Levanté una mano para señalar mi posición y corrió inmediatamente hacia mí.
-¡Ya era hora!-exclamé, poniéndome en pie.
-Lo siento, hemos estado liados.-se disculpó, inclinándose para darme un beso.-Te quiero.
-Yo también te quiero, mucho.-sonreí en sus labios.
-¿Te apetece ir a dar una vuelta esta noche?-preguntó, con un brillo especial en la mirada y una amplia sonrisa.
-Sí, claro que me apetece, pero...-murmuré.-No puedo.
De pronto, aquel brillo de sus pupilas desapareció, llevándose la cueva de sus labios consigo y aquella ilusión tan infantil y que tanto me gustaba. Acerqué mis dedos a una de sus mejillas para rozarla con suavidad, sintiendo los huesos de su mandíbula bajo las yemas de mis dedos. Aquel hombre era realmente precioso, cada pequeño centímetro de su blanca piel, cada palabra que salía de su garganta iba cargada de una belleza impoluta, intacta...
-¡Ash!-exclamó, llevándome de nuevo a la realidad.-¿Qué pasa? ¿Hay algún problema?
-Eh...no, claro que no, Andrew. Es trabajo.-musité, con la conciencia algo más calmada por haber dicho, al menos, una verdad a medias.
-¿No quieres que te acompañe? Sabes que...
-Andrew.-le miré fulminante, por mucho que me costase endurecer cualquiera de mis actos al estar junto a él.-Son mis asuntos, te he dicho mil veces que hay cosas que no son de tu incumbencia.
-Lo sé, pero, Ash...
-No hay peros.-bufé-¿Acaso dudas de mí?
-Claro que no.-murmuró, frunciendo el ceño y llevando sus pupilas hacia todas direcciones menos hacia las mías.
-Dios, necesitas trabajar eso de mentir.-reí suavemente.
-Es una de las desventajas de decir verdades todo el tiempo.-sus palabras inmediatamente devolvieron la sonrisa a mi rostro-Como cuando digo que te quiero.
El destello de sus azabaches pupilas volvió a deslizarse sobre los oscuros círculos en los que se reflejaba mi rostro. Sus brazos huesudos y cubiertos de incontables tatuajes rodeban mi diminuta figura, sostentiendo mi cuerpo con una delicadeza extrema. Pareciera que, para Andrew, estaba echa de porcelana o de cristal, que era frágil y, a veces, me sentía así cuando estaba a su lado. Cuando me sujetaba como ahora y me miraba con ternura, con aquellos ojos que reflejaban la inmensa transparencia de su alma. Cuando me besaba y me permitía quebrar sus labios con los míos, que eran dos afilados bordes de los que no salía más que veneno, excepto aquellos 'te quiero' tan sinceros que sólo él empuja hacia a fuera de mi desgarrada garganta.
-Adoro observarte-admití con gran descaro y orgullo.
-Y yo te adoro a ti. Eres preciosa.
-Eres una obra de arte.
-Y tú mi creadora.-susurró en mi oído.
-Pues cuánto talento tengo.
Dejé caer mis palabras y mi frente en su hombro, inhalando profundas caladas de su olor y guardándolo en mi interior por si algún día debía añorarlo.
Uno de los últimos rayos de Sol cegó mis ojos al levantar la vista por encima de la clavícula de Andrew, percatándome de la hora. Sabía que tenía que comenzar a prepararme pero no quería, por nada del mundo, acabar este momento.
-Andrew...-dije finalmente, aunque redignada-tengo que revisar algunos papeles antes de irme.
-Está bien-susurró, liberando mi cintura, no sin antes depositar un beso sobre mis labios-.
Sonreí con debilidad, aun sin querer separarme de él; pero, finalmente, despegué mi cuerpo del suyo para girar sobre mis talones y darle la espalda a quien más quería. Sabía y trataba de concienciarme de que sólo serían unos minutos, una noche, que no iba a perderle ni a distanciarme o perder su amor a causa de mis obligaciones. Aun así, el haberle dado la espalda era un acto significativo para mí.
Entré por la puerta hacia el salón de la pequeña casa y me dispuse a hacer, una vez más, el mismo recorrido que hacía una vez cada cierto tiempo o antes de alguna tarea. Ni siquiera había posado un pie en el primer escalón cuando escuché un grito a mis espaldas y noté la presencia de Andrew dentro de la casa.
-¡Te quiero!-me limité a sonreir, sabiendo que una respuesta sólo traería de vuelta el incesable deseo de estar a su lado-.
Cerré la puerta detrás de mí y bajé los escalones hacia el sótano. Una vez allí me adentré en mi laboratorio, prestando especial atención q mi arsenal de armas. Tenía todo perfectamente esquematizado en mi cabeza. Una muerte por venganza merecía algo icónico, una réplica de la muerte de Grace... pero mucho peor, por supuesto. Todo se duplicaría, el dolor, la sangre y el placer que esta me daba. Sólo de pensar en verla trazar rutas por mis manos e impregnar mis armas ya la anhelaba, la ansiaba, la necesitaba.
Una vez todo estaba listo, sólo me quedaba esperar. Recogí mi larga melena negra en una alta coleta y me esmeré maquillándome. Tras esto, coloqué los guantes de cuero sobre mis nudillos y guardé mi simbólico antifaz en el maletín donde yacían mis armas. Me aseguré de cerrarlo bien y salí del sótano, dejando todo tan impoluto que parecía que nadie había entrado allí.
-¿Andrew?-exclamé; en embargo no hubo respuesta.-¡Me voy!-avisé.
-A...ash-un murmullo ahogado se escuchó desde el pequeño sofá y me dirigí hacia este para encontrar su cuerpo. Me sonrió con obvio cansacio reflejado en sus ojos.-Estás preciosa.
-Gracias.-le besé-descansa, llegaré tarde.
-Está bien... ten cuidado, por favor.-musitó somboliento.
-No te preocupes.
-Y, ¿Ash?-le miré arqueando las dos cejas hacia arriba, indicándole que hablase-Te quiero.
-Y yo, Andrew... yo también te quiero...

***

Mis ojos, rodeados por un negro antifaz, se posaron en la figura que yacía frente a mí, sentada, inmóvil. Sus ojos permanecían cerrados y su cabeza colgaba de su cuello, haciendo que su pelo cayese en sobre su inexpresivo rostro. Sus finas muñecas esposadas a los brazos de la silla y sus tobillos atados juntos, dejándola completamente indefensa. Sus labios estaban cubiertos por un pañuelo, preveniendo los posteriores gritos que saldrían de ellos. De pronto, la figura se movió, lentamente, levantando la cabeza. En cuanto sus cansados ojos se posaron en mí, estos se abrieron como platos. Una sonrisa se dibujo en mi cara, mientras ella trataba de gritar. Me levanté, moviendome hacia ella poco a poco. Saqué un alargado material de acero brillante, el cual dejó paralizada a la mujer que ahora se removía en su asiento, tratando, inútilmente, de gritar. Pasé el filo de mi cuchillo por la piel de su cuello, dejando una marca roja sobre este, con una sonrisa sobre mi rostro. Sus ojos se posaron en los míos, con una mirada de súplica.
"no hay ruego que valga, Lydia" sonreí, paseándo alrededor de su silla con el cuchillo entre mis dedos. "¿recuerdas esa frase? ¿la recuerdas?" ella trató de gritar. "ilusa" suspiré. "¿qué pensabas, que la vida de Grace te iba a salir barata? No nos conoces, no me conoces" gruñí, poniéndo énfasis en aquel 'me' "lo que puedo llegar a hacer, llega a límites insospechados" me coloqué frente a ella, con el cuchillo entre mis manos y con un movimiento corté el aire y traspasé su piel.
En cuanto la sangre comenzó a salir, todos mis sentidos comenzaron a descontrolarse, fluyendo esta sensación por mis venas y obligándome a pasar el filo del cuchillo por su cara de nuevo. Sus ojos derramaban lágrimas y sus gritos comenzaron a mezclarse con mis gemidos. Sentí el placer recorriendo mis venas al ver el líquido rojo salir de su rostro. Me abalncé sobre su delgado e indefenso cuerpo, azotándo su, ya dañada cara, con mis manos, la sonrisa de mi rostro aun sin esfumarse. De pronto, escuché un crujido bajo mis puños y su nariz comenzó a sangrar descontroladamente. Solté una carjada y seguí golpeando su cuello, tratando de romper sus clavículas. El placer y la lujuria invadían mi cuerpo, el cual no trataba de contener un solo gemido al ver la hermosa sangre. Sus huesos volvieron a crujir y, orgullosa de mi misma, volví a cojer el afilado cuchillo, pasándola por su pecho suavemente. Gotas de sangre asomaron de la reciente herida y mis ojos, perdidos por la excitación provocada por la sangre, iban de un lado a otro, recorriendo su sangriento busto. Mis manos agarraron con más fuerza el cuchillo y, dejándome llevar por las placenteras sensaciones, comencé a clavarlo continuamente por todo su cuerpo. Fue entonces cuando caí rendida al suelo, revolcándome en la sangre, gimiendo, sintiendo tanto o más placer que en un orgasmo. Seguí gozando de la sangre algunos minutos más, antes de, débilmente, encaminarme hacia mi asiento. Cogí un vieja tela y una caja de cerillos y, aun con el éxtasis en mis venas, prendí fuego a las pocas pruebas existentes, derrabando la ceniza sobre Lydia, formando una "X" y, con un suspiro, me alejé de allí sin ser vista y sin ver a nadie. Me acerqué a mi casa, el frío azotando mis manos manchadas de sangre y mis pálidad mejillas. Mis pupilas, todavía algo dilatadas por la exitación, divisaron una figura apoyada en la fachada de mi casa. Era un hombre, alto y muy delgado. Vestía todo de negro y su pelo era del mismo color. Saqué mi arma muy despacio y me acerqué a él, apuntándole.
"¿quién coño eres? sal de aquí" mis piernas aun temblaban por los recientes sentimientos placenteros pero mi voz era firme.
"¿ash?" su voz resonó en mis oídos e, instantaneamente, bajé el arma.
"¿Andrew?

Placer Rojo. (terminada)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora