Colton #3

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La relativa estabilidad que empezaba a experimentar en mi vida no duró mucho. Recuerdo aquella noche como una pesadilla, como un caos de sucesiones.

Hacía unos días que mis padres me llamaban al teléfono móvil constantemente, pero yo no les contestaba ni una sola vez. No quería hablar con ellos. Me habían despreciado todo el tiempo sin tener en cuenta cómo podría estar sintiéndome yo.

—La próxima vez tendremos que quedar en el local que tiene Kevin. Allí también vendo muchas veces. Creo que últimamente me tienen en el punto de mira y no quiero que mi casa se convierta en un campo de batalla cuando llegue la poli—. Era la voz de Thomas, que me llegaba amortiguada desde el piso de abajo.

Un asentimiento y la puerta se cerró de golpe. Escuché los pasos de Thomas y no tardó en aparecer en mi habitación. Se tiró en la cama, junto a mí, con una sonrisa estúpida en la cara.

—Tío, buen negocio. Los clientes de siempre nunca cambian. Pero tengo que ser cauto, creo que podrían pillarme.

—¿Eso crees?—dije sarcásticamente.

—Joder, no seas aguafiestas. Sé que una vez estuvieron a punto de pillarnos, pero ahora voy a tener cuidado. 

Me encogí de hombros y continué mirando el techo. Mi móvil volvió a sonar.

—¡Mierda!—gruñí.

Thomas leyó el número en la pantalla.

—Son tus padres. ¿Qué quieren?

—No lo sé. No quiero saber nada de ellos.

Sin embargo acabaría sabiéndolo en contra de mi voluntad. A penas una hora más tarde unos golpes fuertes en la puerta principal nos hicieron pegar un bote a Thomas y a mí. Nos miramos con los ojos abiertos como platos. Yo caminé procurando no hacer ruido hasta la puerta para ver quién llamaba de ese modo a esas horas de la noche.

—¡Joder! Thomas, es la policía. Tengo que abrir o ellos entrarán tarde o temprano.

Me miró con el miedo pintado en su cara. Dejó escapar unas maldiciones antes de que yo abriera la puerta con la mano temblando y el corazón latiéndome fuerte contra el pecho.

—¿Señor Colton Sanders?—Asentí con la cabeza—. Tiene que acompañarnos. Sus padres han denunciado su desaparición.

No podía creerlo.

—¿Qué? No, no pienso moverme de aquí. Vivo aquí. No voy a ir a ningún lado.

Dirigí una mirada fugaz a Thomas, que parecía aliviado de que el motivo de la visita policial no fuera su negocio de tráfico de drogas, pero sí asustado por el hecho de que la policía me llevara.

A pesar de mis protestas y mis intentos por permanecer en aquella casa tuve que marcharme. Cuando vi a mis padres más tarde no podía creerlo. Los miré con todo el odio del que era capaz. 

—Colton, tienes dieciséis años y todavía estás bajo nuestra responsabilidad. Creemos que lo mejor es enviarte a un reformatorio. No puedes continuar con las drogas. Así aprenderás realmente las consecuencias de tus actos y lo que es realmente la vida.

La sangre me hervía. Apreté los puños, reprimiendo las ganas de asestar un golpe en la cara de mi padre, que me miraba como si todo lo que hacía fuese por mi bien. Cuán equivocado estaba si creía que aquello significaba algo para mí, si pensaba que le estaba agradecido. Todos sus gritos, sus bofetadas, sus recriminaciones, cayeron sobre mí como pesadas losas de piedra. Años de malos tratos, de decepciones y acusaciones. 

—¡No tienes ni puta idea de mi vida! ¿Me oyes? ¡No entiendes nada, joder! ¡Me estoy esforzando por mejorar, por dejar la mierda atrás! Pero tú eres el único que no me deja avanzar—comencé gritando con furia, con rabia, pero luego bajé la voz, abatido y cansado por toda la situación.

Daba igual lo que dijera o hiciera. Mi padre no contestó nada, ni siquiera alzó una mano para pegarme. Mi madre se arrebujaba a su lado con los ojos llorosos. Ambos actuaban como forzados por las circunstancias. ¡Y una mierda! No me estaban ayudando. No me ayudaban si hacían oídos sordos a lo que les decía y actuaban conforme a lo que ellos querían únicamente.

Así que no tuve nada que hacer cuando, acompañado por la policía, ingresé en aquel infierno. Realmente estaba allí por haber traficado y consumido drogas, por haber participado en asuntos ilegales de diversa índole.

Fueron los dos peores años de mi vida, en los que me dediqué a alimentar el odio hacia mis padres y, más tarde, sustituirlo por la indiferencia. Me dije que era mejor aquello, limitarme a no sentir nada por ellos y, quizás, así en algún momento fueran ellos los que se sintieran mal por haberse comportado de manera tan cobarde ante mi falta de rectitud, mi rebeldía y mala educación.

Esos dos años me sirvieron para ver las cosas de una manera un tanto diferente. Aprendí todavía más a protegerme de los demás. 

Cuando salí de allí al cumplir los dieciocho mis padres fueron a recogerme; mi madre con una sombra de sonrisa en sus finos labios; mi padre con el rostro más adusto que le había visto nunca. Pero aquella fue la primera de las escasas siguientes veces que los vería, ya que estaba decidido a estar con ellos lo mínimo que me fuera posible.

Me abrazaron, pretendiendo dar la imagen de que se alegraban de ver que al fin estaba fuera, algo hipócrita, teniendo en cuenta que apenas me hicieron visitas mientras yo estaba dentro. Me dejé abrazar pero no les devolví el abrazo. Fue una situación incómoda como pocas había tenido y para entonces yo ya había desarrollado bastante bien mi sentimiento de indiferencia hacia ellos.

—Llevadme a casa de Thomas. No pienso volver a vuestra casa.

Fueron mis únicas palabras, secas y frías, y el uso de aquel posesivo los hizo abrir los ojos como platos. Quería que les doliera, que se arrepintieran de los errores que ellos también habían cometido. Sin duda pensarían que el vivir con Thomas significaba que yo no había aprendido nada en aquellos dos años, pero estaban muy equivocados. Estaba limpio.

Así que cuando los vi alejarse con el coche y entré en casa abracé con fuerza a mi amigo, que sí me había visitado, que sí me había llamado y se había preocupado por mí. Sería un capullo integral, pero él sí era mi familia. Y lo había echado de menos.

—Próximo curso en la universidad, tío. Hice lo que me pediste, así que todo tu dinero está ahorrado. Y algunos hemos contribuido un poco—dijo Thomas guiñándome un ojo y dándome una palmada en la espalda.

Sonreí, contento de empezar, esta vez sí, una nueva etapa de mi vida.


Alguien ImperfectoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora