EPÍLOGO

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"A pesar de todo me levantaré de nuevo. Voy a tomar mi lápiz, que he dejado en mi gran desánimo, y voy a seguir con mi dibujo."

-Vincent Van Gogh


La vida nunca ha sido fácil, menos aún cuando la desdicha se ha convertido de una u otra forma en tu Dios, en tu pan de cada día, en la voz que gobierna tu mente y te hace desear ser tú quien está enterrado diez metros bajo tierra y no aquellas personas a las que alguna vez amaste.

Pero otra vez, la vida no es fácil, así que tienes que aprender a lidiar con el dolor de la única forma en la que siempre lo has hecho; solo y sumergido en un mar de lágrimas que se secan con el tiempo y son reemplazadas por la monotonía de una vida sin aquellos que antes te rodeaban y hoy ya no están.

Lo único a lo que vale la pena aferrarse es a una cordura que ya no tienes, que perdiste cuando el gatillo del arma se presionó volándole los sesos al amor de tu vida.

Tal vez todo pudo terminar de una forma diferente de haber hecho lo correcto, pero eso, al igual que tu felicidad, está en el pasado. El arrepentimiento es inútil y ni siquiera la cerveza te hace olvidar lo sucedido. Y no te puedes quejar porque esta es tu vida, ya está hecha, no hay vuelta atrás y no hay a quien más culpar. Fueron tus decisiones las que te llevaron a este final, y tienes que tomar responsabilidad por eso.

Eres un desastre, pero eso está bien, porque Frank también lo era, y lo amabas de todas formas, así como el también te amó.

Y al final eso es lo único que importa, no se trata de un final feliz sino del amor que los unió y los unirá aún después de que tu miserable vida termine y lo vuelvas a encontrar a él.

Nunca creíste en la religión, pero de haberlo hecho sabrías que tu trasero pertenecía al infierno. Sea como sea ahí estaría esperándote Frank y junto a él todo estaría bien, todo volvería a tener sentido.

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Se desató la corbata y suspiró cansado, el vuelo había sido agotador y los somníferos no hicieron efecto durante el viaje, lo cual le obligó a estar despierto mirando a aquella pareja de novios sentados junto a él.

Felices, jóvenes, enamorados y con toda una vida por delante.

Tal vez si Frank estuviera vivo, en ese mismo momento estuviera sentado junto a Gerard, burlándose de aquellos mocosos que nada parecían saber de la vida.

Pero él tampoco sabía mucho de eso, así que una risilla se le escapó de los labios al recordarlo.

Gerard Way no sabía mucho de nada, era un cuarentón solitario, con una debilidad por la autodestrucción y que vivía enamorado de la infelicidad. Pero eso estaba bien, su locura no podía ser controlada con psiquiatras ni mucho menos con drogas que solo hacían más larga la espera a la tumba. Durante los últimos veinte años se ha consolado bajo la única droga que sabía que le hacía renacer de nuevo, el arte.

Y es que desde que Frank murió pintar su rostro es lo más cercano que ha podido estar de él, ademas de visitar su tumba cada fin de semana, tomando largos vuelos desde New York hasta New Jersey solo para dejarle lindos Girasoles amarillos y sentarse junto a su lápida un rato a contarle sus miedos, sus dudas, sus tristezas y sus alegrías, que aunque pocas, existían. Frank lo escuchaba, lo podía sentir junto a él, aunque bien sabía que hacía años dentro de su ataúd no habían más que huesos y memorias.

Kill All Your FriendsDonde viven las historias. Descúbrelo ahora