18.- Seamos buenos vecinos.

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Los dedos del joven sudaban, hablar con la familia Brooks le daba terror, miraba hacia el otro lado, a la casa de Nicole, esperando a que ella lo ayudara o al menos lo apoyara mirando por su ventana, de esa manera se sentiría más seguro, pero no sucedió así. Y eso le provocó un dolor en su pecho.

La señora Margaret abrió la puerta con unas bolsas de basura, se sorprendió ver a su vecino apunto de tocar el timbre.

—Hola cara de bola—saludó sin pensar—. Perdón, buenas tardes, señora Brooks.

—¿Necesitas algo?—dijo rápidamente la anciana.

—Vengo a ofrecerle un regalo—Dean le mostró una sonrisa torcida—. Galletas recién horneadas.

—¿A qué se debe?—enarcó una ceja y arrastró el bote de desechos.

—Es para una buena causa—se excusó Dean— ¿Conoce a Nicole?

—La chica que comparte música para toda la cuadra ¿No es así?

—Exactamente, así es ella—una sonrisa se le escapó al chico.

—Comprendo—la señora dejó de hacer lo que estaba haciendo—. Estás enamorado de ella, pero como no tienes dinero planeas venderme galletas para obsequiarle algo a esa linda chica.

Dean negó con la cabeza al mismo tiempo que reía.

—¿Entonces eres un niño explorador? Aunque estés grande de edad, nunca es tarde para cumplir tus sueños. Por ejemplo, yo de joven quería ser corredora, pero nunca entrené, apenas en esta edad empecé a ponerme en forma, te puedo recomendar unos ejercicios excelentes...

Dean volvió a sonreír, la señora era parlanchina, no lo dejaba hablar.

—¿Podemos entrar a su casa?

—Claro, adelante—fue más sencillo de lo que pensaba—, puedo prepararte un chocolate caliente, incluso galletas—explicó la señora.

—Pero ya traje las galletas...

—Ah, es verdad. La vejez afecta mi memoria.

Los dos conversaron en la sala, parecían niños, cabe destacar que la señora quería aparentar menos años, décadas y siglos. Y después de un largo tiempo, Dean regresó al tema principal.

—Coma una galleta, le gustaran.

—No lo creo, mis galletas están mejores.

—No, yo las hice con azúcar, flores y muchos colores—se jactó Dean.

—Pero le falta la sustancia X—rió la señora Brooks causando que Dean se quedará perplejo. ¿Vio las chicas súper poderosas?

Al final rodó los ojos y abrió la caja donde se encontraban los dichosos bocadillos, se paralizó al ver que no eran las de Nicole, eran sus patéticas galletas. Rápidamente buscó su celular en su bolsillo y lo encontró vacío, excepto por un pañuelo arrugado y usado.

—¿Hay algún problema?—quiso saber doña Margaret—. He decido probar tus galletas—le arrebató la caja y sin ver la comida se llevó el primer bocado. Ella masticó fuertemente, al parecer el manjar era muy crujiente, luego llegó a una parte donde no estaba cocida y le dio náuseas la mezcla, pero se aguantó y tragó saliva después de terminar la galleta.

—No pueden estar tan mal—sugirió Dean y tomó una. Sintió lo mismo que la señora y el paladar asqueado por su sabor, optó por devolverla, la escondió en su servilleta. Luego de esto no quería probar más comida en su vida.

—¿Dean a que se debe todo esto? ¿Qué tienen que ver las galletas y Nicole? —preguntó y
botando la caja en el sofá.

—Es una larga historia y no voy a hablar de eso—argumentó Dean—. Lo importante es que tenemos salud. Y yo quería ganarme su confianza, aunque veo que lo he arruinado todo, lo siento si hago que se enferme del estómago, no fue mi intención. Yo solo quería ser buen vecino, y quedar bien con...

Dean hablaba rápidamente pero Margaret Brooks decidió interrumpirlo
—¿Qué dijiste? No te escucho nada. —señaló su aparato de sordera.

Él gritó desdoblando su servilleta donde tenía apuntado el diálogo. Pero ella seguía sin oír bien y solo soltaba palabras que rimaban entre sí.

Entonces se desesperó, resopló yendo directo al punto.
—Regáleme su horno de microondas, o máteme.

Su vecina río fuertemente hasta provocarle tos.
—Lo sabía, sabía que el gato que venía mi casa eras tú.

—No le mentiré—dijo sin tapujos y enfrentando su final—. Me descubrió.

—Eso explica por qué a veces mi casa olía a mantequilla. ¿Por qué preparas palomitas de maíz? ¿No sabes usar la estufa y sartén? ¿O no tienes? ¿Te alimentas solo de eso, pequeño?

Dean no entendía su comportamiento y se dedicó a negar.

—No, pare. Gracias a Dios si hay estufa en mi casa, pero una vez escuché decir a Nicole que no le gustan las palomitas así, porque no saben igual a las de microondas. Pero ella no tiene ese aparato, y yo le prometí ayudarla a disfrutar cada película acompañada de palomitas como esas, no quiero fallarle, pero como no era cercano a usted entraba de contrabando, sólo por conseguir que ella...

—Sonriera, lo entiendo—volvió a interrumpir la señora sonando su nariz—. Dios mío, es las historia de amor más hermosa que me han contando. Tú robabas para que ella obtuviera su joya, en ese caso, la comida chatarra.

»No puedes negarlo más, estás enamorado de ella. Y soy fan del amor, si supieras la historia de Jorge y yo, corrían los años cincuenta...—comenzó a platicar la señora y Dean trató de aclararle pero guardó silencio por la última cosa que mencionó Margaret—. Y por eso he decido ayudarte, podrás entrar en cualquier momento, todo por ganarte a la chica...

A Dean le favoreció esa repuesta y le siguió el juego.
—Exacto, Nicole me... encanta. Gracias.

—Puedo prestarte mi horno cuando desees, le explicaré a mi esposo—dio permiso Margaret—. Y no dudes nunca en venir a mi casa a contarme su hermosa historia, puedo darte tips románticos para sus primeras citas.

Dean sonrió incómodamente y pensó en Laila, pero todo lo valía por hablar con ella. Incluso fingir sentimientos por su vecina.

—Sólo una cosa más—Dean alzó en dedo índice para señalar su objeción—. No se le ocurra mencionarle a Nicole mis sentimientos, yo le diré en su respectivo tiempo.  ¿Puede quedar esto entre nosotros?

—Será un secreto—le dio su palabra—. Pero por favor, me invitan a su boda. Y seré la madrina de microondas. ¿Te parece?

Dean asintió queriéndose morir de risa.

—Y ahora que todo está arreglado puedes quedarte conmigo a ver Las chicas súper poderosas—invitó la señora Brooks.

—Será en otra ocasión, tengo que avisarle a Nicole la buena notica—dijo levantándose.

—Pero preparé chocolatito caliente...

—Creo que ella puede esperar—se recostó en un sillón y tomó una manta para taparse los pies, abusando de esa poca confianza.

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