37.- Púdrete, mentiroso ladrón de Wi-Fi.

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Nicole quería cortarse el cabello. Siempre le había gustado el cabello corto porque le parecía cómodo y sencillo, así casi no se peinaba.

Después de clases fue rumbo a la estética, su cabello creció un poco y decidió volver a minimizarlo para sentirse mejor.

Al salir caminó a un parque cercano, vio el juego infantil del cual se necesitan a dos personas para usarlo, el «subibaja», con nostalgia se sentó ahí, su asiento bajó hasta el césped sin gracia. Ella giró su cabeza para observar a los niños en los demás juegos, algunos con amigos, otros solos pero divirtiéndose.

Lástima que ella no podía hacer lo mismo, no tenía compañía. Pensó en Dean, su corazón se encogió, ahora que Laila regresó posiblemente las cosas no volverían a ser lo mismo, él iría a pasear con ella, y no con Nicole.

Se sintió abandonada tanto como ese juego, necesitaba el impulso de alguien más, de aquel que era su vecino que nunca se rendía con ella

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Se sintió abandonada tanto como ese juego, necesitaba el impulso de alguien más, de aquel que era su vecino que nunca se rendía con ella.

Miró por última vez a los pequeños, formó una media sonrisa y quiso seguir adelante, planeaba levantarse cuando el juego infantil la llevo a la cima, en seguida volteó a ver a la persona que la complementaba.

—¿Qué haces aquí?—le preguntó agitada, sus pies flotaban.

—Vine a pasear a los perros de la veterinaria—señaló las correas sujetas a un tubo de los columpios—. Y te encontré, ¿puedo acompañarte?

—Bájame, Dean—respondió con desdén, intentó aterrizar sus piernas. Pero el chico usó toda su fuerza para no dejarla ir.

—Necesito hablar contigo—dijo con dulzura.

—¿Sobre qué?—intentó hacerse la fuerte.

—Sobre tu corazón, merece toda mi atención—aseguró firmemente y estiró los pies para subir un poco.

Nicole se quedó inmóvil y el juego se balanceó, ambos estaban a la misma altura en distancia. Hubo un silencio, no quería responder la verdad.

—Está roto—susurró y dejó el subibaja para ocultar su rostro con lágrimas.

Dean la siguió velozmente y levantó su barbilla con delicadeza.
—Y es culpa mía—la vio directo a los ojos—. Perdóname, Boo.

—No es tan importante—fingió esquivando su mirada.

—Déjame abrazarte—la rodeo en sus brazos, Nicole no pudo más y se sumergió en los hombros del chico, aspiró su olor, prefería que oliera a esos perros que cuidaba en vez del perfume de Laila, terminó por destrozarla.

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