La señora Margaret Brooks salió a tirar la basura y vio al pobre Dean en la esquina de la calle, cabizbajo y pateando rocas.
—¡Muchacho!–le gritó alzando un brazo en forma de saludo.
—Hola–respondió por cortesía.
—No has venido a mi casa desde que acordamos que podías pedirme palomitas–se acercó a él– Qué raro eres ¿Te gusta que sea prohibido para que lo lleves acabo?
—No es eso—camino hacia ella—, pero sinceramente ya no lo necesito, gracias.
—Muchacho–le tocó la frente–. Tienes una pinta horrible ¿Qué te sucede?
—No ha sido una buena semana.
—Tampoco la mía, ayer me dio diarrea aunque no por eso voy dejar que mis planes se arruinen, deberías hacer lo mismo.
—Eww—se limitó a decir.
—¿Pasó algo con tu enamorada?
—Sí.
— ¿De qué me perdí?—enarcó una ceja y cruzó los brazos.
—Larga historia—confesó Dean al mismo tiempo que le sonreía.
—Podemos consultarlo con café y galletas, yo invito—sugirió ella y le dio una palmada en la espalda—. Sé que tu situación te está atormentando.
—Quizá sea eso—pensó Dean—. O tal vez tenga hambre.
—Apuesto a que no has desayunado, escucho gruñir a tus tripas desde la mitad de la cuadra.
—Aliménteme y seré feliz—se encaminó a su lado decidido a contarle. Su compañía no era tan mala, y sentía que lo cuidaba.
—Suerte que tenga mucha comida.
—¡Ya, adópteme!—le dijo entusiasta.
Margaret rió mientras lo conducía dentro de su hogar. Dean no tardó en llegar a la cocina y husmear lo que podía agarrar.
—Puede que muera de amor, pero jamás moriré de hambre, mi único verdadero amor es la comida, algún día me casaré con mis deliciosos panqueques—dijo poético mientras se sentaba a comer.
—Dean, no seas exagerado.
—Claro que por supuesto que no lo soy—se quejó él—. Señora Margaret, le he dicho un millón cuatrocientos cincuenta y ocho mil, seiscientas treinta y cuatro veces que no soy exagerado.
Brooks rodó lo ojos. —Bueno ya, suelta la sopa.
—Pero no estoy comiendo sopa... ¿Quiere que lo comparta churros?
—No—resopló ella—. Me refiero a que me cuentes la historia...
—Ah, todo comenzó el día que vi a Laila Miller por los pasillos de la escuela...–suspiró Dean mirando un punto fijo en el suelo.
La señora Brooks pensó en qué tan dañado puede estar el chico para que le estuviese contado esta historia a una viejita y no a sus amigos.
Recargó su cara en la mano y escuchó atenta de principio a fin, no quiso interrumpir hasta que se entrelazó la historia con su otra vecina.
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¡No desconectes el Internet! | EN LIBRERÍAS ✔
Teen FictionDean le roba la señal de Internet a su vecina, y ella ni siquiera lo sospecha. El Wi-Fi está encendido todos los días, a toda hora. Para él eso está bastante bien. Pero con el tiempo, Nicole decide que por las noches desconectará el Internet. El mun...