03: ¿Una prisión, la salvación?

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La sensación de estar viva ya no era la misma. Era como estar muerta, pero sin pasar al otro lado. Sin ser un caminante. No vivía. Simplemente, existía. O sobrevivía.

Con Oliver comprobamos que estar en un grupo de personas no era seguro. Sobretodo cuando en ese grupo se vuelven todos unos caníbales y en un refugio empiezan a secuestrar personas vivas para comerlas. Así de mal estaba el mundo. Nos escapamos después de fingir que era agradable comerse los órganos cocinados de otros seres humanos. Pronto nos habrían asado a nosotros también. Pensarlo me daba más repulsión que cualquier otra cosa. Prefería a los caminantes. Al fin y al cabo, ellos sólo hacían su trabajo, ellos no eran los malos. Los malos eran los vivos.

Sin duda los villanos de la película eran los vivos. Además del grupo de lunáticos, tuvimos el infortunio de cruzarnos con otras desagradables personas, nunca alguien normal. Lo mejor era olvidarlo, pues al menos ambos seguíamos con vida. Sí, habíamos llegado al punto de agradecer por estar vivos.

No sabíamos si eso mejoraría, no sabíamos nada. Sólo sabíamos que estábamos adentro de un bosque que se volvía más y más espeso, y parecía no terminar nunca. Los árboles anchos resultaron un buen refugio. Temporal, si no queríamos acabar con dolor de espalda, ya teníamos demasiados problemas como para sumarle ese.

Y Oliver, era el que mejor se lo tomaba de los dos. Esos meses con él me enseñaron a valorar ciertas cosas, sentimientos y actitudes. Le dolía todo lo que estaba pasando, pero no lo demostraba. Siempre era el primero en hacer las cosas, planeaba cómo podíamos desplazarnos o hacia dónde, y se arriesgaba constantemente. Tenerlo a él era como una especie de seguro. Pero me gustaban mis momentos sola, saber que yo misma podía defenderme me consolaba mucho, y tal vez me preparaba por si algún día lo perdía.

Una rama crujió al pisarla Oliver. Y otra por mí. Y otra, y otra, y otra. Si los árboles no terminaban nunca, las ramitas tampoco.

—Oliver —lo llamé, entrecerrando los ojos de cansancio—. Esto se está volviendo muy monótono.

—¿Quieres agua? —me extendió una cantimplora, que rechacé.

—No quiero agua, quiero parar.

Él chasqueó la lengua como respuesta, seguramente molesto con mi exigencia. Pero el cuerpo me lo pedía a gritos.

—De acuerdo —dijo, trepando un árbol—, voy a ver si puedo subirme a este árb-

Oliver ya estaba arriba del árbol, y en un segundo estaba de nuevo en el piso, producto de una muy fea caída. Corrí a auxiliarlo.

—¡Oliver, Oliver!

Lo sacudí, pero estaba como inconsciente. Además, se había rasgado el brazo derecho profundamente. Seguro con una rama puntiaguda.

—Fantástico —mascullé, después de algunos minutos malgastados tratando de reanimarlo—. Divino destino. Sutil, maravilloso, sublime.

Los adjetivos se hicieron más gordos y comencé a maldecir, como si eso sirviera para que Oliver recuperara la consciencia. Por supuesto, no lo hizo.

—¿Qué se supone que tengo que hacer? —le pregunté al viento, con malhumor.

No tuve una respuesta. Decidí cargarlo hasta un refugio cercano, había decenas de ellos, el tema era encontrarlos. Cabañas, pequeñas granjas, alguna casita, cualquier cosa servía. Tiré de él todo lo que pude, pero tenía un gran desgaste físico. La herida en mi pierna producida días atrás tampoco ayudaba.

Me molestaba el hecho de estar sola con un cuerpo inconsciente, y lo único que pedía era que no se me viniera una horda de caminantes encima porque ya sabía que no llegaría a ningún lado. Escupí, maldecí, y también pateé el cuerpo de Oliver levemente con la esperanza de que despertase. Pero no lo hizo.

Ex Cinere » Daryl Dixon.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora