05: Pequeño gran problema.

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Yo recordaba a la sociedad práctica, yo recordaba mi infancia, yo recordaba mi país y yo recordaba absolutamente todas las cosas bonitas que tenía la vida antes de que el mundo entrara en este conflicto irreparable. Recordar a veces es reconfortante, pero el otro 99% te da ganas de llorar, de odiar, y de morir.

—Eh —se quejó el cazador mirando hacia atrás—. ¿Podrías no estrujarme las costillas?

Era cierto. Odiaba tanto la vida, la muerte, el universo, en ese momento, que había clavado mis uñas en la espalda de Daryl, y lo estaba estrujando. Inmediatamente lo solté, y casi me caigo de la moto.

—Lo siento —me disculpé saliendo de mi nube, aunque no me disgustaba del todo saber que le había dolido.

Calculo, llevábamos dos horas de viaje, y todavía no habíamos visto nada. Ya había divagado mentalmente sobre todo lo que existía, y lo que ya no. Estaba empezando a desesperarme. Además de que ese cazador no te sacaba un tema de conversación ni por todas las ardillas del mundo. Hablando de ardillas, era un maldito fan de las ardillas. Cada vez que veía una la atravesaba sin piedad con sus flechas. Pobre ardilla.

—Por hablar nadie te va a pegar —dije sintiendo el hedor de las ardillas muertas en mi bolso. Sí, en el mío.

—No hay nada que decir —respondió, siempre mirando hacia adelante y sin preocuparse por lo que pasara en la parte de atrás.

Bufé. —¿Qué es lo que tenemos que buscar?

Respondió, primero que nada, con un gruñido. Después, decidió comportarse como una persona normal, y contestó: —¿Acaso no escuchaste a Maggie?

—Sí, pero no sé lo que requiere Judith. Te recuerdo que llegué hace un par de días. No es mi hija, no es mi bebé, no es mi procreación.

—Sí, sí, lo entiendo sin necesidad de que me des 30 ejemplos.

Enarqué las cejas. ¿Qué hacía con ese tipo? Esa era la pregunta.

—¿Cuánto falta? —mascullé con el ceño fruncido—. Sólo veo árboles, ¿dónde están las carreteras?

Daryl hizo caso omiso a mi pregunta, y continuó manejando hasta que, pasados varios segundos, detuvo la moto.

—Vamos a parar aquí —anunció mientras prácticamente me sacaba de la motocicleta tomándome de los hombros.

—Bueno bueno, tranquilito —dije tomando la bolsa con cadáveres de ardillas y colgándomela de los hombros lo más dignamente posible.

Colocó la moto bajo un arbusto, y comenzó a buscar cosas para cubrirla. Me puse a silbar, no pensaba ayudarle. Mala idea, pues atraje un caminante, y me agarró distraída. Rápidamente el cazador me apartó, terminando una flecha clavada en su cráneo, como si fuera una ardilla. Me saqué de encima las hojas que se habían caído del árbol cuando golpeé contra él.

—¡Qué haces! —exclamó él golpeándose la frente—. ¿Estás loca? ¿Tantas ganas de morir...? Déjalo.

—Estaba probando tus reflejos... Bien hecho —levanté mi pulgar hacia arriba—. Muy bien.

Arrugó la cara y sin decir nada más, comenzó a abrirse paso entre los árboles. Lo seguí con precaución, si volvía a aparecer un mordedor, yo acabaría con él. Yo, yo, yo.

—Déjame ver el mapa —pedí, él me lo dio todo arrugado, y lo extendí—. ¿Por dónde llegamos antes?

—Por allí.

Señaló una dirección y me dispuse a seguirla. En seguida, nos encontramos con una horda de caminantes. Al menos 10. Apunté con la pistola, él me la bajó.

Ex Cinere » Daryl Dixon.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora