CAPÍTULO 9:

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Ya tenía todo lo comprado en el auto, todo lo que ella había pedido y algo de helado, porque sabía que le quedaba poco... Ella vivía para el helado. Cerré la puerta y me encaminé hacia su nuevo departamento.

Blacky debía de sentirse nerviosa por lo que le esperaba mañana.

Luego de la incómoda cita con la doctora sexy y provocativa, decidimos que lo mejor era contarle al imbécil lo que estaba sucediendo, él merecía saber.

La doctora Wayland nos dijo que el bebé estaba completamente sano, que crecía muy bien, que el latido de su corazón era fuerte y que Blacky estaba de unas doce semanas y media... Al principio estaba jodidamente perdido, pero la doctora, al ver la expresión de confusión en los rostros de los tres, amablemente nos explicó que eran tres meses y unos días. ¿Por qué mierda no lo dijo antes? Es mucho más malditamente sencillo así. Y la fecha para el parto era en agosto, el catorce de agosto. Blacky y Lyne estaban emocionadas, ya querían que llegara agosto, no es que yo no estuviera igual; ya podía verme con ese niño en los brazos...

Dependía de lo que dijera el idiota mañana para saber de qué forma. Un tío, un amigo... Su padre.

¿Estaba tan mal desear que él no quisiera el bebé?

Tal vez sí, tal vez tener ese pensamiento era súper jodido, tal vez por ese jodido pensamiento recibiría un lugar especial en el infierno, porque ¿Qué clase de monstruo desea que un tipo se desprenda de su hijo no nacido?

Yo.

Suspirando decidí que ya no pensaría en esa mierda, ya había demostrado el imbécil que era, no tenía caso seguir pensando en ello.

Por fortuna, el nuevo departamento de Blacky se encontraba cerca del veinticuatro horas, así que en cinco minutos ya me encontraba aparcando en el estacionamiento. De todas maneras, me tomó una hora encontrar el bendito veinticuatro horas... Caminé hacia su edificio, abriendo la puerta con la llave que ella me había regalado al volver del ginecólogo. Ella había mandado a hacer cuatro copias, una para Lyne otra para mí y una para... El imbécil. La otra se la quedó ella, obviamente.

Subí hasta su enorme piso, y abrí la puerta, siendo emboscado por ella al segundo de entrar. Llevaba un pantalón de pijama gris que le quedaba extra grande y una enorme sudadera negra con capucha, su cabello estaba todo despeinado y apuntando a diferentes direcciones, su rostro impecable, libre de cualquier maquillaje... Estaba hermosa, sí, pero, yo siempre pienso que ella se ve hermosa así que...

- Te tomaste tu tiempo, Hamilton. - Me fulminó.

- Lo siento. - Le sonreí de medio lado y la pasé, cerrando la puerta y yendo directo a la cocina. - No encontraba un veinticuatro horas por ninguna parte. - Me quité mi chaqueta y la dejé sobre uno de los sofás del centro de la sala.

- Hay uno aquí a unas cuantas manzanas.

- ¿Y por qué no me lo dijiste antes? - Le pregunté, dejando las bolsas sobre la encimera de la cocina. Ella mordió su labio inferior y pestañeó repetidas veces.

- Lo olvidé. - Me lanzó su sonrisita más inocente y rodé los ojos. - Es que en lo único en lo que podía pensar era en todo el chocolate que le pondría a los panqueques y... Lo olvidé. - Negué, divertido.

- Está bien. Compré más helado. - Su sonrisa se ensanchó y vino saltando a la cocina.

- ¡Eres el mejor! Ya me había acabado el que me quedaba. - Sacó el pote de la bolsa y gimió, rápidamente buscó una cuchara entre los cajones y abrió con fuerza el pote, apuñalando el helado de chocolate primero con fuerza y sacando una gran cucharada. Me reí ante su desesperación y comencé a sacar todo lo que necesitaría para hacer el tocino, pero no encontraba el condenado encendedor.

Maldita Venganza. (¡Malditas Traiciones! 2)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora