Pagina 10

80 4 0
                                    

Lo que estoy esperando en realidad es una señal de misericordia por tu parte. Y de valor. De algún

modo, desde el principio he detectado que esa es una cualidad que posees, igual que la misericordia.

Requiere valor prender fuego a tu primer libro, desafiar la empalagosa sabiduría de tus mayores y

conservar las palabras como si fueran, de alguna forma, preciosas.

¡Piensa en lo absurdo de todo eso! ¿Hay algo en tu mundo o en el mío, arriba o abajo, más fácil de

obtener que las palabras? Si lo valioso de las cosas va unido en cierto modo a su excepcionalidad, ¿hasta

qué punto pueden ser preciosos los sonidos que producimos, despiertos o dormidos, durante la infancia o

la senilidad, cuerdos, locos o, simplemente, mientras nos probamos sombreros? Existe un exceso de

palabras. Todos los días miles de millones son vomitadas por lenguas y bolígrafos. Piensa en todo lo que

las palabras expresan: seducciones, amenazas, exigencias, súplicas, oraciones, maldiciones, presagios,

proclamaciones, diagnósticos, acusaciones, insinuaciones, testamentos, juicios, indultos, traiciones,

leyes, mentiras, libertades, etcétera, etcétera; las palabras no tienen fin. Tan solo cuando se haya

pronunciado la última sílaba, ya se trate de un dichoso aleluya o de alguien que se queja de la tripa, solo

entonces creo que podremos asumir de un modo razonable que el mundo se ha acabado. Creado con una

palabra y, ¿quién sabe?, tal vez destruido por otra. Yo sé mucho sobre destrucción, amigo. Más de lo que

estoy dispuesto a contar. He visto unas cosas... Cosas asquerosas e indescriptibles...

No importa. Tú prende el fuego, por favor.

¿Por qué tardas tanto? Ah, espera. No será porque te ha puesto nervioso ese comentario que he hecho

sobre todo lo que sé acerca de la destrucción, ¿no? Sí, es eso, quieres saber lo que he visto.

¿Por qué demonios no puedes contentarte con lo que te he dado ya? ¿Por qué siempre tienes que saber

más? Teníamos un acuerdo. Al menos pensé que lo teníamos. Pensé que todo lo que necesitabas era una

simple confesión y a cambio tú me incinerarías: tinta, papel y pegamento consumidos en una hoguera

misericordiosa.

Pero eso aún no va a ocurrir, ¿verdad?

Maldito sea yo y mi estupidez. No debería haber dicho nada de mis conocimientos sobre destrucción.

En cuanto has oído esa palabra, tu sangre ha empezado a acelerarse.

Bueno...

Supongo que no pasa nada por contarte un poco más, siempre que nos entendamos. Te contaré un

fragmento más de mi vida y luego vamos a asar este libro.

¿Sí?


Demonio de libroDonde viven las historias. Descúbrelo ahora