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Está bien, siempre y cuando estemos de acuerdo. Esto tiene que acabarse o empezaré a enfadarme; y

soy capaz de hacer cosas que te resultarían muy desagradables si me lo propongo. Puedo hacer que el

libro salga volando de entre tus manos y te golpee en la cabeza hasta que sangres por todos sus orificios.

¿Crees que es un farol? No me tientes. No soy un completo idiota. En parte esperaba que quisieras oír un

poco más sobre mi vida. No creas que se va a volver bonita y feliz en algún momento. No ha habido ni un

solo día feliz en toda mi vida.

No, eso es mentira. Fui feliz viajando con Quitoon. Pero hace tanto tiempo de aquello que apenas

puedo recordar los lugares adonde fuimos y, mucho menos, nuestras conversaciones. ¿Por qué mi

memoria funciona de un modo tan irracional? Recuerdo toda la letra de alguna estúpida canción que

cantaba de niño, pero olvido lo que me ocurrió ayer mismo. Dicho esto, hay algunos acontecimientos que

todavía son tan dolorosos y me cambiaron tanto la vida que permanecen intactos, a pesar de todos los

esfuerzos de mi mente por eliminarlos.

Muy bien. Me rindo, un poco. Te contaré cómo llegué de allí hasta aquí. No es una sucesión de

acontecimientos demasiado bonita, créeme. Pero una vez me haya abierto a ti, olvidarás cualquier duda

que sigas teniendo respecto a lo que te he pedido que hagas. Quemarás el libro cuando haya terminado.

Me sacarás de la miseria, lo juro.

Así que...

Como es evidente, sobreviví a mi caída en el fuego y al minuto o más que papá Gatmuss me dejó

luchando sobre mi lecho de llamas. Mi piel, a pesar de la dureza de mis escamas, se fundió y se ampolló

mientras yo trataba de levantarme. Para cuando papá G. me agarró de las colas, me arrastró bruscamente

fuera del fuego y me pateó, apenas me quedaba un soplo de vida. (Todo esto se lo oí a mi madre después.

En aquel momento, por suerte, estaba inconsciente.)

Sin embargo, papá Gatmuss me reanimó. Entró en casa a por un balde de agua helada y me empapó

con ella. El impacto del agua sofocó las llamas y me hizo recobrar el conocimiento al instante. Me senté,

respirando con dificultad.

—Mírate, chico —dijo papá Gatmuss—. Tu simple visión haría llorar a cualquier padre.

Miré mi cuerpo, la ampollada y negruzca carne de mi pecho y mi estómago.

Mamá le estaba gritando a papá. No oí todo lo que decía, pero parecía acusarlo de haberme dejado

deliberadamente en el fuego con la esperanza de matarme. Los dejé discutiendo y me escabullí hasta la

casa, donde cogí un gran cuchillo dentado de la cocina por si acaso tenía que defenderme más tarde de

Gatmuss. Entonces subí las escaleras hasta el espejo del cuarto de mi madre y contemplé mi rostro.

Debería haberme preparado para el impacto de lo que vi, pero no me concedí el tiempo suficiente. Clavé

los ojos en el burbujeante y derretido conjunto de quemaduras en que mi cara se había convertido y mi

propio reflejo me hizo vomitar.

Me estaba limpiando muy suavemente el vómito de la barbilla cuando oí el aullido de Gatmuss desde

el fondo de las escaleras.

—¿Así que palabras? —chillaba—. ¿Escribías palabras sobre mí, chico?



Demonio de libroDonde viven las historias. Descúbrelo ahora